*Catedra de las 3 religiones de la Universidad de Valencia
El odio a los judíos aún no ha llegado a su fin. La realidad del mundo actual nos urge a ponerle punto final para siempre; así que toda respuesta auténtica al Holocausto -religiosa o laica, judía o no judía- debe entrañar un compromiso con la autonomía, existencia y seguridad del Estado de Israel.
La Shoá -el Holocausto- es algo único en la Historia; se manifestó como el fin último de la política nazi y sus colaboradores para encontrar la Solución Final del problema judío en Europa. En ese momento, el mundo toleró a los criminales y abandonó a los inocentes. El mundo, al igual que el pueblo judío, nunca ha vuelto a ser el mismo.
El asesinato nazi de judíos fue un proyecto ideológico; la aniquilación por la aniquilación, el asesinato por el asesinato, el mal porque sí. El millón largo de niños asesinados por los nazis no murió ni por su fe, ni a pesar de su fe, ni por razones desligadas de la fe judía. Los asesinaron debido a su nacimiento; pero del nacimiento, aunque sea el de un judío, se es inocente.
Las victorias de Hitler o sus intenciones no terminaron con la muerte de éste. Las victorias póstumas son posibles, e incluso reales. Los judíos podemos ser lo bastante débiles como para facilitarle no pocas victorias póstumas. Podemos abandonar nuestra condición judía, pedir perdón por ella, odiarla o difamarla. En ocasiones la tentación en algunos parece ser irresistible. Pero estamos obligados a resistir, pues otorgarle a los nazis victorias póstumas está prohibido.
Sesenta años después de Auschwitz, los nazis -que algunos se empecinan en llamar: neonazis- afirman que el Holocausto nunca ocurrió y consideran que lo de los seis millones es una invención o exageración de los conspiradores sionistas; y no faltan liberales estúpidos que les brindan foros, incluso en las universidades.
Hoy, en Israel y en la Diáspora, se vive con el fantasma de la aniquilación a causa de las amenazas de Irán, de Hamas, de Jizbollah, de la Yihad Islámica, de Al-Qaeda, por mencionar algunos. Por lo tanto, denegarle victorias póstumas al nazismo significa denegárselas a sus sucesores.
Por otro lado, en Occidente, los antisionistas o judeófobos -tanto de izquierdas como de derechas- fingen ser filosemitas, dando muestras de antifascismo o aludiendo al Holocausto como algo caduco o marginal de la historia europea. Se trata de una maniobra burda y perversa -sostiene Charles Krauthammer- los nazis de entonces están muertos y acabados. Sin embargo, hoy se trata más bien de un grupo real -(no tan marginal como algunos sostienen)- que quiere completar el proyecto nazi. ¿Cómo? Por medio de la negación, banalización, difamación y la comparación absurda entre el Holocausto y el desarrollo del conflicto árabe-israelí.
Qué duda cabe, que el régimen nazi creó instituciones dedicadas a la «investigación y experimentación» sobre la «cuestión judía»; para ello enrolaba expertos y los dedicaba a la tarea de comprender completamente a los judíos y al judaísmo y así ser capaces de destruirlos completamente. Está claro por qué el presidente iraní Ahmadinejad ha convocado un Congreso Mundial de expertos sobre el Holocausto en Teherán.
Nos gustaría creer que el espanto del Holocausto ha hecho imposible su repetición y magnitud en cualquier tiempo y lugar. Sin embargo a pesar de su singularidad, se han producido terribles genocidios en Europa y África.
Con el fin de desterrar todos los tópicos judeófobos, es necesario crear una agenda de la Memoria, por respeto a las víctimas y a los sobrevivientes. Para ello, los judíos debemos colaborar en la creación de actividades educativas, así como participar en las ceremonias de recordación del Día del Holocausto, ya instaurado en el calendario universal por votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas y ratificado por el Estado español. Fue elegido el 27 de enero, día en que las tropas soviéticas liberaron los campos de exterminio de Auschwitz -Birkenau.
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