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| domingo diciembre 22, 2024

El Libro: Mi Tierra Prometida y La Cuestión Palestina de Ari Shavit


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El periodista israelí del diario Haaretz,  Ari Shavit, ha publicado recientemente en ingles su nuevo libro titulado “Mi Tierra Prometida: El Triunfo y la Tragedia de Israel”.  En su obra Shavit intenta intenta cubrir una serie de temas sociales y políticos relacionados con Israel, pasado y presente. El libro ha tenido gran repercusión en los Estados Unidos e impacto a varios líderes de opinión incluyendo Richard Cohen, David Brooks, Fareed Zakharia y Leon Wieselther.

El autor examina la formación del Estado israelí, su sociedad y su economía así como también las transformaciones a lo largo de sus 65 años de historia. Shavit describe una transición gradual de una sociedad originalmente colectivista y socialista donde el estado tenía primacía sobre la vida social, a una sociedad capitalista moderna, donde el estado en esencia, se va distanciando de su  responsabilidad hacia la sociedad.

Del mismo modo el autor afirma que hubo una transición de una  sociedad israelí pasada donde derechos individuales y civiles eran secundarios a los objetivos colectivos a una sociedad actual donde el individuo está por encima de los objetivos colectivos. En el pasado, sostiene Shavit, la sociedad estaba unificada por un propósito común. En la actualidad existe una  sociedad pluralista y  anárquica donde el propósito colectivo se va desvaneciendo.

Shavit elogia el espíritu emprendedor que prevalece en la sociedad  israelí, su rápida industrialización y su capacidad de supervivencia.  Así también critica la refundación por parte del establishment israelí de la identidad nacional y la represión de identidades pasadas cuyas principales víctimas fueron los sobrevivientes del Holocausto  y aquellos que inmigraron de países árabes.

 

Shavit también analiza el proyecto nuclear de Israel en Dimona, apoyando la idea de este programa como totalmente adecuado para un país que vive bajo la amenaza constante de sus vecinos. Además, el autor apoya la “Doctrina Begin” que afirma que Israel debe tener el monopolio de las armas nucleares en la región. Siguiendo esta misma línea, Shavit, contrariamente a muchos de sus colegas de izquierda,  considera que prevenir el desarrollo de un Irán nuclear es crucial.

Shavit es un sionista preocupado no sólo por el futuro de Israel, sino también por el futuro de la diáspora. Él está convencido que con la creciente secularización de los judíos en todo el mundo, solo Israel puede proporcionar continuidad judía para un judaísmo no ortodoxo.  Él ve el Judaísmo de la diáspora como amenazado por la asimilación y la indiferencia y cree que el sionismo no es sólo un movimiento de liberación nacional para el pueblo judío, sino también la única esperanza de poner fin al proceso de deterioro de la identidad judía.

Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con Shavit en los diferentes puntos que desarrolla. Sin embargo, las partes más sorprendentes de su libro son los pasajes donde trata la cuestión palestina. Este tema se discute en tres capítulos enteros y se menciona con frecuencia a través del libro. Es precisamente este asunto que atrajo más atención pública que cualquiera de los mencionados anteriormente.

Shavit critica a la izquierda israelí afirmando que esta  estaba equivocada al pensar que poner fin a la ocupación y retirarse a las fronteras de 1967 iría a resolver el problema con los palestinos. Para el autor, el problema no es 1967 sino 1948. No es Ramallah,  Nablus, o las colonias judías en la Cisjordania, sino las ciudades de Lydda (Lod) y Hulda o sea Israel misma dentro del contorno de la línea verde.  Cuando el lector espera que Shavit proponga lo que debe hacerse ahora, el no ofrece una respuesta clara excepto una crítica a la dirigencia Sionista y a  la izquierda intelectual y política Sionista por negar  las expulsiones de palestinos de 1948.

Shavit expresa compasión y comprensión por los palestinos, pero no piensa en términos de soluciones razonables que permitirían a ambas naciones vivir en paz. Lo que caracteriza el punto de Shavit es la catarsis y el lamento – pero demuestra muy poca perspicacia. Shavit obviamente rechaza la idea de “El Gran Israel” propuesto por los colonos, pero al mismo tiempo critica a los que abogan por la paz basada en la retirada de los territorios conquistados en 1967 y la solución de dos estados. ¿Dónde se coloca Shavit?  No lo sabemos.

Shavit describe con gran dolor las imágenes de los refugiados árabes dejando Lydda. Asimismo,  describe cómo los habitantes de la aldea árabe de Hulda huyeron y cómo la tierra que les pertenecía a ellos fue confiscada  por el Estado de Israel y más tarde entregada a un kibutz que lleva también el nombre “Hulda”. El problema de la descripción del autor es que es puramente emocional, carece de metodología académica y se reduce a un juicio puramente moral.

Es importante aclarar que la batalla de Lydda lleva a cabo en julio de 1948. Lydda, al igual que la ciudad de Ramle, estaba en manos de la Legión Árabe (el ejército jordano) que por entonces había ya conquistado también toda Cisjordania (territorio adjudicado a un estado Arabe por las Naciones Unidas). El recién creado estado de Israel ya estaba luchando por sus fronteras contra los árabes palestinos locales y los ejércitos de los todos los países árabes que ya habían comenzado a invadir dos meses atrás. La batalla de Lydda y su vecina Ramle tenía propósitos estratégicos y estaba dirigida a despejar el camino de Tel Aviv-Jerusalén Occidental, dos centros urbanos judíos importantes cuya comunicación entre si estaba bloqueada por los jordanos. (Quienes además estaban asistidos y comandados por altos oficiales  británicos). Así, Lydda fue conquistado después de una corta batalla.

Un día después que se haya rendido Lydda, una unidad de la Legión Árabe entró en la ciudad, atacando a las tropas israelíes. Una segunda batalla tuvo lugar y los árabes de Lydda se unieron a la lucha. En un esfuerzo por derrotar al enemigo y probablemente también en estado de pánico por el ataque jordano, los israelíes respondieron con fuerza abrumadora. El peligroso comportamiento de los árabes locales provocó la decisión de expulsar a la población local.

Árabes y judíos de hecho estaban en guerra. Una guerra de genocidio iniciada y promovida por los árabes.

Por otra parte en aquellos tiempos, la escalada de la guerra condujo también a la propuesta de paz por el mediador especial enviado por la ONU, el Conde Folke Bernadotte, quien propuso reducir considerablemente el tamaño del territorio adjudicado a los judíos por el plan de partición eliminando el desierto del Negev.

Teniendo en cuenta el asedio de Jerusalén occidental, el avance de los ejércitos árabes y los intentos de la comunidad internacional de reducir aún más el tamaño del estado judío, era imperativo alcanzar objetivos estratégicos y establecer hechos sobre el terreno. Después de todo Israel pagó un alto precio en esa guerra de 1948 (1% de la población judía total) y los propios árabes palestinos fueron incitados por su líder, el Mufti de Jerusalén, un radical nacionalista árabe que había declarado la guerra a los judíos desde el principio. Unos años antes, el Muftí había llegado a establecer una alianza con Hitler. Visitó Auschwitz y fue testigo ocular de la máquina asesina nazi. Esta actitud era coherente con su propio compromiso con el objetivo de poner fin a la vida judía en Palestina.

La Lydda de Shavit es una historia escrita fuera de contexto y como tal es carente de imparcialidad. Ninguna nación en la guerra debe ser juzgada con tan rígida moral, particularmente teniendo en cuenta el hecho de que ningún historiador ha sido capaz de demostrar que hubiera un plan sistemático de los sionistas de expulsar a los arabes.

 

Árabes palestinos abandonaron sus hogares por una serie de razones. Algunos anticipando la guerra, otros marcharon durante la guerra aterrorizados por la violencia del conflicto y otros realmente fueron expulsados por los judíos. Episodios como la sangrienta conquista de la ciudad árabe de Deir Yassin, que Shavit también analiza, eran relativamente pocos, a pesar de que causo  temor en la sociedad árabe. Las expulsiones también tuvieron lugar en ciertos momentos durante la guerra, según el valor estratégico de la zona, o la etapa en que la guerra se encontraba. (Israel mantuvo una política de contención y defensa de noviembre de 1947 a Abril de 1948).

Como el historiador Benny Morris lo ha señalado, «La expulsión nunca fue aprobada como política oficial por el establishment sionista que dominaba la sociedad judía en Palestina” Morris continúa, «por el contrario, conductas y pensamientos expulsionistas han caracterizado la corriente del movimiento nacional palestino desde su creación”

En una entrevista con el editor de la revista The New Yorker, David Remnick, Shavit explica que las naciones de América del Norte, Australia y Nueva Zelanda, perpetraron daños peores que Lydda a sus poblaciones nativas. Es muy amable de su parte mencionar este hecho pero la diferencia es que estas naciones mencionadas por el autor no se encuentran en constante escrutinio internacional y no confronta una guerra de revancha por parte de sus desposeídos. Tampoco estos países no están bajo una campaña internacional de deslegitimación como lo está Israel.

Por lo tanto, Shavit debería haber sido más responsable, cuidadoso y equilibrado. Por ello, no me refiero a ignorar el episodio de Lydda, sino más bien a la necesidad de poner estos eventos en su contexto adecuado, en lugar de eximir a los árabes palestinos de la responsabilidad de su propia “Naqba” (catástrofe),  una palabra que Shavit utiliza repetidamente evocando literalmente la narrativa Árabe.

Del mismo modo, Shavit, contrariamente a Benny Morris, no habla de cómo los milicianos palestinos y los ejércitos árabes expulsaron habitantes judíos y destruyeron cada ciudad y asentamiento que conquistaban como fue el caso de Gush Etzion, Neve Yaakov, Beth Aha’arava, Yad Mordechai, Nitzanim Kfar Darom y Shaar Hagolan.

Shavit reprocha a Yossi Sarid, uno de los dirigentes más vocales del movimiento por la paz, diciéndole: «Has ignorado nuestra propia historia que es 1948, Y se te ha olvidado el problema de los refugiados que ha creado Israel. Shavit sostiene que los activistas del movimiento israelí por la paz fueron ciegos ante las escalofriantes consecuencias del sionismo y la privación de otro pueblo”.

Shavit representa un absurdo, aunque no atípico sentimiento de culpa. Israel se vio obligado a luchar en una guerra que sus enemigos declararon en su contra violando el derecho internacional. Israel no lucha una guerra imperial. Se trata de una guerra contra el despiadado Mufti y los estados árabes. Israel fue justo vencedor y los palestinos lograron presentarse como víctimas.

Irónicamente Shavit, acusa a los palestinos, no en el libro pero en la entrevista con David Remnick, de ser adictos al victimismo. Sin embargo Shavit no sólo ayuda a reproducir este sentimiento sino que también proporciona una justificación para la demanda de los palestinos del derecho al retorno, que es actualmente es uno de los principales obstáculos para la paz.

Cuando el autor entrevista al abogado árabe/israelí Mohammed Dahla este sentimiento de culpa se refleja aún más.

Dahla cree que no sólo el estado judío es un concepto artificial en una región poblada principalmente por árabes, sino también deslegitima al Estado de Israel y la relación del pueblo judío a la tierra.

Dahla afirma que «Los judíos no tenían legal, histórico, religioso o derechos sobre la tierra.» Dahla agrega que Israel nació de la experiencia judía de persecución y esto «no puede justificar el hecho de que los invitados se conviertan en amos.» Shavit nunca desafía a su interlocutor aun cuando  Dahla insolentemente dice que Israel no tiene derechos legales a la tierra, cuando no hay ningún otro país se creó con más sellos legales que Israel. Israel fue creado durante los 30 años donde el resto de los países árabes también fueron creados. No había ningún \estado árabe soberano bajo el Imperio Otomano. Muchos de estos países árabes se crearon muy rápidamente en virtud de un acuerdo entre las potencias imperiales y dinastías árabes.

Israel se ha ido creado por un conjunto de decisiones internacionales jurídicamente vinculantes emitidos por organismos tales como la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas.

Ni tampoco el autor desafío a Dahla cuando éste dice que en el futuro los árabes “serán amos y Uds. (los judíos) serán nuestros siervos”.

Menos aun Shavit desafió la posición de Dahla a favor de la solución de un solo estado. Tal solución sólo puede traer más guerra y destrucción.

El resto del libro, que todavía es útil para leer en la medida que el lector mantiene una mirada crítica sobre el mismo. Lamentablemente las partes buenas del libro se pierden en la furia generada por su controvertido debate sobre la cuestión Palestina.

Luis Fleischman es profesor adjunto de Sociología y Ciencia Política de la Florida Atlantic University Honors College

 

 

 
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