Egipto, Ucrania, Venezuela. Es la misma lucha, la misma represión. El enemigo es el mismo: el autoritarismo, las dictaduras, que forman un perverso y desvergonzado club en el cual intercambian elogios, solidaridad, galardones, negocios y recetas de métodos represivos.
Mubarak, Mursi, los Hermanos Musulmanes, Putin, Lukashenko, Assad, Yanukóvich, Jamenei, Hezbolá, Hamás; todos juegan para el mismo equipo, todos hablan el mismo idioma. ¿No vieron cómo se defienden entre ellos, cómo se llenan la boca hablando de soberanía y no intervención?
¿Acaso vieron algo más conmovedor que la joven egipcia en la Plaza Tahrir, sin burqa y con pancarta en mano gritando: «¡Mursi, no por ésto murieron mis amigos!» La proverbial belleza de la muchacha cairota es todavía un espectro que no deja dormir a los represores islamistas.
Es que esta gente estaba intentando derribar a un gobierno «democrático», electo en las urnas por enésina vez por el 95,9% de la ciudadanía.
Esto último es dudoso también en Venezuela, el software venezolano para el voto electrónico es tan creíble como un diálogo de entendimiento que Nicolás Maduro podría sostener con Netanyahu mientras Jamenei y Assad siguen haciendo de las suyas.
Está bien, le concedo el privilegio de la duda, pero en ningún caso la prerrogativa de que la mayoría, cualquier mayoría, tiene derecho a violar los principios fundamentales del ser humano.
El nazismo fue un gobierno mayoritario. No importa, Ahmadinejad ya probó que el Holocausto no existió, pero sí el «genocidio» en Gaza. Además, Maduro ahora y Chávez antes, lo confirmaron. ¿Algún experto bolivariano les habrá explicado que en un «genocidio» la cantidad de habitantes del pueblo víctima tiende a disminuir drásticamente en lugar de multiplicarse en números muy superiores al del país «genocida»?
¿Vieron las fotos de las matanzas en Ucrania? ¿Y los videos que muestran francotiradores que cazan a manifestantes como conejos? Ya sé… ¡Montajes del imperialismo, porque Yanukóvich fue electo legalmente! ¡A callar, golpistas!
La libertad, un derecho inherente con la vida, debería ser exigida por los seres humanos en primer lugar, pero no es así, no es un bien que las masas aprecien prioritariamente. Las mayorías prefieren la supervivencia segura a una vida en plenitud, más aún si ella viene acompañada de un poco de comodidad. Pregúntenle a Moisés qué opinión le merecía el pueblo hebreo mientras caminaba junto a él por el Sinaí durante 40 años.
Edificar regímenes basados en la libertad, en las libres decisiones de las personas, es muy difícil, porque también deben estar fundamentados en la responsabilidad. Son sistemas en los que se asume que cada individuo tomó su destino en sus manos. No algo simple de admitir; más fácil es que le digan a uno qué pensar y cómo vivir.
A los pueblos de Egipto, Ucrania y Venezuela no los levantó, desgraciadamente, la falta de libertad y de Estado de derecho. No. Fue la pobreza, la inflación y la inseguridad. No fueron trágicamente la falta de libertad de expresión y la justicia sólo para unos pocos. No. Fuero las colas interminables, el desabastecimiento, el desempleo y la epidemia de asaltos. Tardaron demasiado en darse cuenta de que ese «poco de comodidad» que el autoritarismo proporciona siempre será poco, muy poco, porque la abundancia es hija de la libertad.
¿O es que hay alguna excepción y existe algún Estado sometido a dictaduras en el cual los líderes comparten sus riquezas con el pueblo?
Tardaron los egipcios, los ucranianos y los venezolanos, pero las buenas causas siempre están a tiempo.
Así es esto: deberán aceptar los sufrimientos que están por venir. Son el precio que tienen que pagar por haberlos tolerado tanto tiempo.
Pero vale la pena. Ésto no se trata de una batalla más. Es una gran parte de la guerra mundial contra la opresión.
Y si por cualquier causa no prospera, mañana se volvererán a ver en Tahrir.
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