La humanidad va aprendiendo. En gran parte del planeta ya no es aceptable la discriminación por raza, etnia, religión o sexo. Tampoco gusta el elogio de la guerra. No obstante, en extensas porciones aún subsisten esos males.
El aprendizaje, realizado sobre todo en Occidente, ha conducido, sin embargo, a exageraciones negativas. Fueron tan gravosas y estúpidas las guerras de religión, por ejemplo, que existe una equivocada restricción a criticar manifestaciones religiosas incivilizadas.
En el pasado la religión fue motivo de fervorosas rivalidades. Ahora la mayoría de ellas promueve el diálogo, la solidaridad y la paz. En el variopinto mapa titila un caso diferente: el islamismo. Quizás convenga señalar que ayudaría a entendernos la diferencia entre la religión del islam y la ideología del islamismo. Implica conferir a estas dos categorías algo que no se aplicaría al cristianismo, ni al judaísmo, ni al sintoísmo ni al hinduismo, porque funcionan sólo como una fe desprovista de agresividad e intenciones opresivas. El islamismo, en cambio, las tiene en grado sumo.
El islamismo no se conforma con el ejercicio de la fe, sino que aspira a imponerse por medios violentos incluso y forzar la práctica universal de la sharia. Ha resucitado aspiraciones que corresponden a un pasado que ya no calzan en la modernidad.
Hasta no hace mucho el cristianismo también padeció esa patología. La historia de las cruzadas y de la Inquisición prueba acabadamente su error atroz. También prueba cuánto ha ganado el cristianismo al abandonar esa utopía de dominación y uniformización forzada. La guerra, la persecución, la tortura, los autos de fe, promovidos desde los más altos a los más bajos niveles de la jerarquía, significaron un ultraje a la esencia del mensaje evangélico, que predica la tolerancia y el amor.
No ocurre esto con el islamismo actual. Pareciera vivir en la Edad Media. O una parte tenebrosa de la Edad Media, porque en vastas zonas con predominio del islam hubo convivencia pacífica, como en España y la Mesopotamia. Ahora sufrimos la decepción de haberse exacerbado el fanatismo excluyente, oscurantista y represor, respaldado por seleccionadas porciones del texto sagrado. Exaltan la muerte por sobre la vida, la guerra por sobre la paz, la uniformidad por sobre el pluralismo. Esta prédica no surge de comités políticos ni de sectas clandestinas, sino de innumerables mezquitas. Los imanes y ulemas, en vez de predicar el amor y la convivencia, exaltan la confrontación. Aspiran con mente alucinada a reconstruir el califato de tiempos idos e imponer por la fuerza la sharia, especialmente en sociedades que han desarrollado tradiciones y culturas que no aceptan muchas de sus normas.
Este trágico enfrentamiento no es denunciado con palabras firmes. Se teme volver a las discriminaciones religiosas que fueron tan graves en Occidente. Y, de este modo, se deja crecer la peor de las corrientes discriminatorias que actualmente representa el islamismo. Encogerse ante su agresivo avance es traicionar nuestra propia dignidad.
Para hacer más ilustrativa esta situación, brindaré una anécdota triste y humorística a la vez. En una parada de taxis, en Londres, un musulmán devoto ingresa al auto. Una vez sentado, pide al taxista que apague la radio para no oír música, tal cual lo prescribe su religión, dice, porque en tiempos del Profeta no había música, y menos música occidental, que es la música de los infieles. El chofer del taxi educadamente apaga la radio, se baja del auto, se dirige a la puerta del lado del pasajero y la abre.
El hombre pregunta: “¿Qué está haciendo?”. Respuesta del taxista: ”En el tiempo de su profeta no había taxis, por eso bájese y espere el próximo camello”.
Tampoco en el tiempo del Profeta había alcantarillas, ni servicios sanitarios, ni hospitales, ni aviones, ni aire acondicionado, ni antibióticos, ni electricidad, ni imprenta ni cine. ¿Todo eso debería ser prohibido? ¿Para ser un buen musulmán es necesario habitar en carpas? Claro que no, responderían, porque en los países con férreo régimen musulmán existen muchos de esos objetos. ¿Entonces? Entonces ocurre que se realiza una selección. Una selección que grita su arbitrariedad y que responde a mentes cerradas, prejuiciosas y enfermas. Como las mentes de la macabra Inquisición.
El avance del islamismo, con la cuota de soberbia que le provee considerarse la verdad absoluta, constituye una declaración de guerra en el mundo actual. Fíjense lo decidido por el Gobierno de Aceh, una provincia autónoma en el norte de Sumatra, Indonesia, país que no es considerado muy discriminatorio en el mapa del islamismo. Acaba de aprobar una nueva ley que exige a todos los ciudadanos, musulmanes y no musulmanes, obedecer la sharia. Puntualizo que la sharia es la ley islámica que, entre otras cosas, prohíbe beber alcohol, comer cerdo, obliga a cubrirse el cabello a las mujeres, castiga con la pena de muerte el adulterio, la apostasía y la conversión al cristianismo. El testimonio de un hombre vale más que el de dos mujeres en un juicio. Estas disposiciones vulneran radicalmente la democracia, la libertad y la igualdad de género. Además, esa ley prohíbe llevar collares con cruces o símbolos cristianos, así como también castiga la posesión de biblias. No es menos retrógrado que se obligue a pagar un impuesto a los dhimmíes (judíos y cristianos), la yizia, para que se les proteja de la Espada del Islam y se les permita y tolere vivir en la región.
Interesa, por ser muy ilustrativo, este aditamento: toda persona que haya bebido alcohol o haya transgredido los códigos de conducta moral islámica, sea residente o turista, será castigado con seis a nueve azotes con vara. Tres violaciones del código de vestimenta (por ejemplo, las mujeres que no se cubran la cabeza) recibirán nueve latigazos. Como podemos apreciar, hasta las sanciones remiten al siglo VII, el siglo del Profeta. Pregunto entonces: ¿es legítimo o no criticar semejante alienación mental?
Nos hemos habituado a escuchar sobre los suicidas musulmanes. La religión del islam tiene suficientes suras, magníficas de verdad, para condenarlos. Pero muchos imanes y ulemas martillan en sentido opuesto. No los motiva el amor ni la fe, sino el odio. Y el odio a sí mismos en muchos casos. Existen ejemplos de jóvenes suicidas que pudieron ser frenados y que, no obstante saber que su objetivo de masacre fracasaría, continuaron adelante hasta caer muertos. No piensan que los otros también son criaturas de Alá, que son sus hermanos bajo la sombra de Dios, sino un recurso egoísta que les da el privilegio de quitarse la propia vida. Un suicida palestino dejó el siguiente mensaje: “Alá, llévame hacia ti; tus siervos me lo han estado haciendo duro para mí”. Es decir, ni siquiera se refería a sus víctimas israelíes, sino a su propia familia o su propio círculo. Estos suicidas deberían ser condenados hasta después de muertos, porque constituyen un ejemplo maligno. Pero ocurre a la inversa: su matanza es celebrada, y plazas y calles son bautizadas con sus nombres. En lugar de considerarlos pobres víctimas de enseñanzas detestables y adalides del camino erróneo, los convierten en héroes que merecen ser imitados. ¿Esto merece o no merece crítica?
Voy a otro ejemplo de los ultrajes que imponen a los seres humanos algunas cláusulas de la sharia.
Sahar Gul, una niña afgana de 12 años, fue vendida en matrimonio por cinco mil dólares, como es tradicional donde impera esa ley. Padecía horrores en el nuevo hogar. Familiares de su marido la encadenaron en el sótano, la golpearon con tubos de hierro al rojo vivo, la privaron de comida y le arrancaron todas las uñas cuando se negó a prostituirse para ellos. Cuando este caso pasó a la justicia, la sentencia que condenaba a sus agresores quedó reducida a un año, ¡y ahora están libres de nuevo! Peor aún, la Cámara Baja del Parlamento afgano acaba de aprobar un proyecto de ley que prohibiría a los familiares de los agresores testificar ante un tribunal. Esto impediría que se hiciera justicia con innumerables niñas y mujeres sometidas a situaciones análogas. Por internet se lanzó una campaña destinada a reunir un millón de firmas para detener esta funesta iniciativa. Pueden acceder a ella clicando acá.
La crítica contra la plaga del islamismo debería contar con musulmanes dignos y valientes, dispuestos a defender su fe de las distorsiones sádicas y criminales que tanto la perjudican. Quienes no somos musulmanes pero respetamos las abundantes porciones magníficas del islam, debemos acompañarlos y apoyarlos con firmeza.
Muy interesante, especialmente cuando uno se pone a pensar en el retraso que esto conlleva. Muchas gracias Dori por tan buen articulo.