Este fin de semana, sea cual sea la latitud y longitud en que nos encontremos, los judíos de todo el mundo celebraremos Purím, una festividad que por su expresión puede parecer alegre (muchos la comparan, por cercanía en el calendario y por los disfraces infantiles, con el carnaval), pero que se enmarca, junto a Janucá en las efemérides del tipo “salvados por un milagro”.
No obstante, y a diferencia del caso de Janucá contra los griegos, el milagro de Purím contra los persas no se debe tanto a la fuerza de la fe y el espíritu de combate, sino a la inteligencia de una mujer y a un hombre de principios. El relato de esta gesta, último de los libros canonizados en la Biblia judía, no menciona ni una sola vez a Dios, convirtiendo al ser humano en timonel de su destino. No celebramos un prodigio sobrenatural, como la multiplicación del aceite sagrado del Templo en Janucá, sino la capacidad de una nación de sobreponerse a las dificultades extremas, aquellas que amenazan su propia existencia. Se trata de un tipo de “milagros” que nuestro pueblo ha seguido y sigue repitiendo en el tiempo.
Este Purím no es el único Purím. Los hay asociados a nombres de ciudades como Frankfurt (el llamado Purím Vintz, acaecido entre 1616 y 1620), Roma (en 1793) o aquella reunión (farbrenguen) de jasidistas en 1953 que, según la leyenda, con su rezo logró la muerte del antisemita Stalin pocos días después. Incluso se dice que el fundador del principal medio judeófobo de la Alemania nazi, al subir al cadalso después de ser juzgado en Nuremberg, dijo que aquellos que fueron objeto de su odio celebrarían su muerte como un segundo Purím de 1946. Nadie se acordó de él: imaj shemó vezijró (borrado sea su nombre y memoria).
El jolgorio asociado a Purím, incluida la recomendación de beber hasta confundir los nombres del malvado Hamán y el justo Mordejai (Mardoqueo), es por tanto opuesto al del carnaval cristiano, precedido en el caso judío de un ayuno completo en recuerdo del que se autoimpusiera la heroína reina Ester, al contrario que el festejo cristiano, antesala del largo ayuno parcial de la Cuaresma.
Nuestra historia nos enseña que no debemos soportar las amenazas, pero aceptar que seguirán existiendo en cada generación. Y que está en nuestras manos (y de nadie más) convertir las desgracias en impulso vital, y las cicatrices en mapas de nuestro destino. Aunque, de vez en cuando, tengamos que participar en el milagro de Purím del tiempo que nos haya tocado vivir.
Jag Purím Sameaj (feliz fiesta de Purím)
si tocayo! en efecto.Somos el pueblo no de uno sino de los milagros que se producen a lo largo de nuestra historia.No hay duda que somos la cultura viva mas vieja pero con un espiritu muy joven y que se sobrepuso a lo que ningún otro pueblo , civilización o potencia militar pudo resistir.Es la reafirmacion de la que muchos antisemitas se burlan.Sin embargo aqui estamos.Am Israel Jai!