En un artículo publicado en el diario Clarín de la Argentina el pasado 12 de febrero, titulado “Oriente Medio: negociaciones en una trampa estratégica”, Shlomo ben Ami, exministro de Interior y excanciller de Israel, afirma:
Es esta realidad la que ha llevado a los estadounidenses a respaldar dos posiciones israelíes –el reconocimiento de Israel como un Estado judío y medidas de seguridad intrusivas– que los palestinos se encuentran obligados a rechazar. Reconocer al “Estado judío” sería una traición al etos constituyente del nacionalismo palestino, mientras que las medidas de seguridad intrusivas serían una invitación permanente a los grupos radicales para que luchen contra lo que sería visto como una ocupación disimulada. En lugar de controlar a los extremistas, una robusta presencia de seguridad israelí en Palestina podría precipitar el colapso de sus instituciones.
La palabra etos, en este párrafo, resulta a la vez elusiva y determinante. ¿Qué significado tiene el término etos en esta declaración de Ben Ami? ¿Una ideología, una combinación de ideologías y sentimientos, una tradición, una mitología compartida? Dentro de un artículo mayormente racional, esta expresión, más vinculada a la esferas espirituales, que funcionaría bien como metáfora de “el alma de un pueblo”, resulta extemporánea, oscurece más que aclara; permite cerrar un argumento, pero no explicarlo. Es la de Ben Ami, con la palabra etos, una postura tautológica: ¿por qué los palestinos no pueden reconocer al Estado judío? Porque no. Porque forma parte de su etos.
Entre las muchas imprecisiones a las que nos conduce esta palabra en particular, está la cuestión del sujeto: ¿el etos de quién? ¿Del pueblo palestino en su conjunto? ¿De un sector mayoritario del pueblo palestino? ¿De un sector minoritario pero más influyente que la mayoría? ¿De la dirigencia palestina en general, de un sector de la dirigencia palestina? Ben Ami no lo aclara. Despacha todo el asunto con el etos.
No soy partidario de utilizar palabras como etos para referirnos a conflictos geopolíticos tan materiales y sangriento como el de Medio Oriente. Prefiero hablar de fechas, kilómetros de tierra, muertes e instituciones. Desde la declaración de independencia de 1948 hasta nuestros días, intermitentemente, el laborismo israelí defendió la idea de un Estado judío y un Estado árabe palestino, vecinos, en paz y seguridad mutua. La dirigencia palestina, invariablemente, se negó a la aceptación de un Estado judío e, intermitentemente, abogó, al menos vocalmente, por la creación de un Estado palestino. El etos, lo que sea que esto fuera, es variable. Durante dos mil años de exilio, a millones de judíos les resultó inconcebible la idea de un ejército judío, de un Estado judío, de una soberanía judía como la de cualquiera de las naciones que habitaban en la Diáspora. Sin embargo, a partir del Congreso Sionista de Basilea, liderado por Teodoro Hertzl, en 1898, y muy especialmente en las postrimerías de la Shoá, esta idea cobró cuerpo y espíritu en el pueblo de Israel. Evidentemente, el etos, repito, lo que esto quiera decir, cambió en un par de décadas. Durante décadas los palestinos buscaron formar parte de un colectivo territorial árabe, que desterrara a los judíos del así llamado “enclave sionista”; a partir del 67, en cambio, promovieron la idea de un Estado palestino, diferenciado de las otras naciones árabes. El etos varías según las circunstancias, las victorias, las derrotas. Y muy especialmente, según la conveniencia de cada cual.
Curiosamente, Ben Ami no es tan contemplativo con el etos de los judíos. ¿Por qué no podrían los judíos israelíes mantener su propio etos, que negara la aceptación de las pretensiones palestinas, o la mera existencia de este pueblo? Yo tengo una respuesta: porque cuando se trata de hacer la paz, el etos es aleatorio; y lo que se impone es el intercambio, la concesión, la negociación y la aceptación. Siempre y cuando se pretenda la paz, y no la lucha a muerte. Pero Ben Ami considera que el etos palestino es suficiente motivo como para que se nieguen a considerar reconocer un Estado judío; mientras que los judíos israelíes deben conceder todo, sin tener siquiera derecho a un etos propio, lo que sea que esto signifique. Evidentemente, siguiendo el modelo Ben Ami, considerar la lucha en vez de por territorios o instituciones como una lucha por etos nos aleja mucho más de la paz, puesto que la satisfacción del etos no es contrastable ni evaluable.
En el mismo párrafo, Ben Ami agrega:
Mientras que las medidas de seguridad intrusivas serían una invitación permanente a los grupos radicales para que luchen contra lo que sería visto como una ocupación disimulada. En lugar de controlar a los extremistas, una robusta presencia de seguridad israelí en Palestina podría precipitar el colapso de sus instituciones.
Pero lo contrario ha resultado cierto. A las medidas menos intrusivas de seguridad israelí en Gaza desde la guerra del 1967 les siguió la toma del poder absoluto por parte de la organización fundamentalista y judeófoba Hamás, y la destrucción de las ya frágiles instituciones pseudodemocráticas palestinas. Y a la retirada unilateral de Gaza ejecutada por el primer ministro Sharón en 2005 no le siguió un período de mayor calma, sino renovados y reforzados ataques contra los civiles indefensos israelíes. La hipótesis de Ben Ami no sólo es incomprobable a futuro, ha sido fehacientemente desmentida en el pasado.
Las teorías de Ben Ami son invariables, y no se ven afectadas por la realidad ni por las muertes ni por los retrocesos: toda la responsabilidad por la paz recae en el bando israelí; los palestinos están obligados a respetar su propio etos, y por lo tanto los israelíes están obligados a respetar el etos de los palestinos. ¿Los derechos de los israelíes? Según Ben Ami, deben acomodarse al etos de los palestinos. Es como si tratara a los palestinos como niños incapaces de negociar una paz posible y los padres israelíes debieran concederles todos los gustos, como a los niños caprichosos.
Hubo un tiempo en que incluso representantes de la izquierda radical israelí, como Shlomo ben Ami, defendían la idea de dos Estados para dos pueblos. Ya ni siquiera eso.
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