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| viernes noviembre 22, 2024

40 años y 100 generaciones


hagada

Un año más, como cada primavera, volvemos a retomar la memoria de uno de los capítulos más antiguos y trascendentales de nuestra identidad judía. Pésaj nos vuelve a convertir en protagonistas de un relato que nos acompaña desde (según las cuentas bíblicas) hace exactamente 3325 años.

Resulta curioso que uno de los rituales tradicionales de esta fiesta es recalcar que cada generación debe sentirse como si ella misma hubiera salido de Egipto. Si calculamos una media de tres generaciones por siglo, caemos en la cuenta de que somos la centésima generación desde aquellos israelitas que lavaron su mentalidad esclava vagando 40 años por el desierto.

La mayoría de los niños se asombran de que alguien a quien se le han abierto las puertas de su jaula no corra desesperadamente hacia su nuevo destino y tarde esa eternidad en llegar a la meta prometida. Con el paso de los años comprendemos cada vez mejor la estrategia mosaica y hasta puede parecernos demasiado corta. No en vano, cien generaciones después tenemos que reunirnos en parafernalia para que no se nos olvide quiénes somos y de dónde venimos. Generación tras generación hemos ido llenando la celebración de mágicos invitados (el profeta Elías), de libros maravillosamente ilustrados (hagadá), de canciones infantiles en lenguas perdidas como el arameo (Jad Gadiá) o en traducciones vernáculas (Quien supiense y entendiense), de recetas creativas a pesar de la falta de levaduras, de cuentos y leyendas en torno al poderoso número cuatro (hijos, preguntas, copas…).

Y todo un libro, de sólo cinco de la Torá, dedicado exclusivamente a contar el suceso: la cadena cosmogónica del clan hebreo, evolucionado en tribus y finalmente transformado en pueblo israelita, saliendo de la opresión a través de la estrechura (meitzarím, de la misma raíz hebrea que Mitzráyim, Egipto) abierta en el mar. Hoy, aún nos queda por transitar un largo desierto solitario de incomprensión y desprecio -cuando no de envidia enquistada en odio- por seguir caminando por la cuenca seca de un océano que ningún otro se atreve a cruzar. Siguiendo las huellas de quienes fuimos antes de ser lo que somos ahora, apenas 40 años y 100 generaciones después.

Jag Pésaj Sameaj! ¡Felices pascuas!

 
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