El otoño pasado se publicaron en inglés dos importantes libros sobre Israel, y ambos merecen ser debatidos en profundidad. Uno de ellos es el justamente aclamado Like Dreamers: The Story of the Israeli Paratroopers who Reunited Jerusalem and Divided a Nation (“Como soñadores: la historia de los paracaidistas israelíes que reunificaron Jerusalén y dividieron una nación”), de Yossi Klein Halevi, que fue reseñado en el número de diciembre de Commentary. El otro es el libro de Ari Shavit My Promised Land: The Triumph and Tragedy of Israel (Mi tierra prometida: el triunfo y la tragedia de Israel), que ha recibido mucha más atención en medios laicos y se ha ganado la aprobación de algunos de los críticos habituales del Estado judío, así como alabanzas por parte de muchos de los amigos de éste. Si bien ambos han suscitado un vivo debate, quien busque un ensayo que los sitúe en perspectiva no podrá encontrar mejor lectura que la pieza de Ruth Wisse sobre ambas obras en Mosaic Magazine.
Wisse aporta un valioso contrapeso para algunas de los injustificadas alabanzas recibidas por el libro de Shavit, y tiene loas y críticas para el libro de Halevi. Estoy de acuerdo con ella respecto al primero, pero me gustaría plantear una visión algo distinta del segundo.
Wisse, una estimada colaboradora habitual de Commentary, es una de las escritoras más incisivas sobre la vida judía. Su forma de desmontar la versión de Shavit del triunfo del sionismo, llena de culpa y miedo, y, en particular, su respuesta al enfoque del autor sobre la historia de lo sucedido en Lyda en 1948 resulta especialmente valiosa. Escribe:
En su avance cronológico por la historia de Israel, [en el que atraviesa] 1897, 1921, 1936, 1942, Shavit sitúa el año 1948, año de la fundación del país, no en Tel Aviv, con Ben Gurion leyendo la declaración de independencia bajo el retrato de Herzl, ni entre los judíos de Jerusalén, a punto de ser brutalmente atacados (de hecho, ninguno de sus capítulos se desarrolla en la capital, en la que Shavit ha residido parte de su vida), sino en la batalla por la localidad árabe palestina de Lyda (Lod), donde redefine de forma simbólica la creación del Estado de Israel como la naqba, la “catástrofe” que es el mito fundacional de los palestinos árabes:
“Lyda no sospechaba nada. No imaginaba lo que estaba a punto de suceder. Durante cuarenta y cuatro años había observado cómo el sionismo penetraba en el valle: primero la fábrica de Atod, luego la escuela de Kiryat Sefer, más tarde el olivar, la colonia de artesanos, la pequeña aldea de los trabajadores, la granja experimental y la extraña aldea de jóvenes liderada por el excéntrico doctor alemán, tan amistoso con la gente de Lyda, que brindaba tratamiento médico a quienes lo necesitaban (…) La gente de Lyda no vio que el sionismo que llegó al valle para dar esperanza a una nación de huérfanos se había convertido en un movimiento de cruel determinación, decidido a tomar la tierra por la fuerza”.
Como mujeres que exhiben sabanas ensangrentadas para confirmar la virginidad de una novia, Shavit muestra ante sus lectores cada derramamiento de sangre cometido por los judíos en (lo que solía denominarse) la guerra de independencia israelí. Este capítulo del libro fue el elegido para aparecer, antes de la publicación de la obra, en el New Yorker, un medio donde suelen izar las sábanas ensangrentadas de Israel en vez de su bandera azul y blanca.
Y, ¿qué es “Lyda”? El investigador Alex Safian se ha tomado la molestia de separar los hechos de la propaganda en la descripción de Shavit de la supuesta masacre cometida en esa población, la segunda más conocida tras la de Deir Yasin. Empezando con el “enorme vehículo blindado” con un cañón de los israelíes -que, en realidad, era un vehículo explorador de blindaje ligero jordano, reciclado, y del tamaño de un todocamino Ford-, Safian desmonta el exaltado retrato de Shavit para establecer lo siguiente: los habitantes árabes de Lyda se rindieron a los soldados judíos en un primer momento y luego, tras retirar su rendición cuando pareció que las fuerzas jordanas llevaban las de ganar, se dedicaron a matar y mutilar combatiente sisraelíes. Sólo esto podría considerarse como motivo suficiente para una “cruel” respuesta a la altura de una guerra iniciada por cinco ejércitos invasores contra unos judíos a quienes los británicos habían impedido preparar defensas y que dependían de fuerzas paramilitares compuestas por jóvenes voluntarios. Una vez se aseguró la localidad, los israelíes dejaron partir a los árabes, algo que según reconocieron ambas partes, nunca habría ocurrido si la victoria hubiera caído del otro lado.
Si bien Wisse concede que Shavit merece que se le reconozca el mérito de admitir ante muchos de sus compañeros izquierdistas de Haaretz que el proceso de paz de Oslo fue un desastre, señala correctamente su incapacidad para comprender la positiva visión judía que hay en el núcleo del proyecto sionista, o su falta de fe en la capacidad de sus compatriotas para resistir los incesantes intentos de sus enemigos por destruir su Estado. Así, Wisse afirma:
Shavit concluye su libro tal y como lo inicia, con la imagen de unos círculos concéntricos -islámico, árabe y palestino- que se cierran sobre Israel. Pero el peligro es distinto de la tragedia, y el saludable temor que inspira la hostilidad es diferente del miedo enfermizo de suponer que uno es culpable de provocar esa hostilidad. Shavit no logra distinguir el triunfo de Israel de la tragedia de la guerra árabe-musulmana contra él; una guerra que comenzó antes de 1948 y que siempre ha sido indiferente a las concesiones israelíes en los ajustes de sus fronteras o de sus políticas. El único daño que alguna vez hicieron los israelíes a los árabes -y hago hincapié en “único”- fue imponer a los palestinos un líder terrorista a quien nunca le habrían permitido gobernarles a ellos.
Wisse es más caritativa con Halevi, y es fácil entender por qué. Pocos libros han ofrecido una mayor comprensión de lo sucedido en la sociedad israelí desde 1967. Al narrar las vidas de algunos de los paracaidistas que acabaron con la división de Jerusalén en el 67, encuentra el medio perfecto para explicar tanto el movimiento Paz Ahora de la izquierda como el movimiento de los colonos en la derecha. Sus historias son excepcionales, y hasta los lectores que se consideren versados en la historia del Israel moderno encontrarán mucho material nuevo y lleno de perspicacia, tanto sobre temas familiares como sobre aquéllos más desconocidos. No es, ni más ni menos, que uno de los mejores y más importantes libros sobre Israel que he leído.
Wisse señala uno de los fallos de la obra cuando menciona que algunos lectores encontrarán que la larga nómina de personajes a veces resulta confusa, como también lo es la forma en la que el autor salta de una a otra de sus historias. Al igual que muchas novelas clásicas rusas, éste es un libro que se lee mejor teniendo permanentemente señalada la página que hay al inicio en la que aparece el Quién es quién. No obstante, Wisse tiene una crítica más que hacerle a la obra:
Si hay un problema con el método de “ida y vuelta” del libro -y lo hay-, el motivo no reside tanto en el desorden de la trama como en la parte negativa de la forma en la que el autor evita ser tendencioso: concretamente, en su estudiada negativa a otorgar significado a su narración. Un libro basado en algunas de las batallas más decisivas en la vida de Israel rehusa explicarnos cómo o por qué importaron dichas batallas. La misma inseguridad caracteriza la forma en la que Like Dreamers narra la disolución de la ideología socialista imperante y de las instituciones del sionismo laborista, que vemos desmoronarse desde abajo de la misma forma progresiva y aparentemente espontánea en la que Meir Ariel se ve atraído hacia la sinagoga. Cuando el libro concluye, en 2004, los antiguos paracaidistas se encuentran divididos por visiones enfrentadas del destino de la Jerusalén unida, reclamada ahora por la OLP como sede de su capital; una vez más, el autor, al mostrar los argumentos de los personajes, busca aquí la neutralidad.
Pero ¿por qué regresar al “mítico momento” triunfante de Israel en 1967 si no se está dispuesto a explicar lo que significó ese momento, y lo que sigue significando? Si hay algo que nos han enseñado las guerras ideológicas por la legitimidad de Israel es que la neutralidad, la imparcialidad y la indecisión son pasto para todo aquél o aquello que opere activamente contra el mismo derecho a existir del Estado judío.
Al leer el libro de Halevi, comparto parte de la frustración de Wisse a este respecto. Pero cualquier insatisfacción en lo relativo a este punto debe verse compensada por el reconocimiento de que lo que Halevi hace en Like Dreamers no es tanto una defensa de Israel o una racionalización de su dilema (como bien podría describirse el insatisfactorio libro de Shavit) como un intento de explicarse mutuamente a los judíos. Al igual que los paracaidistas que se vieron divididos por barreras culturales y religiosas entre la mayoría de kibbutzniks y la minoría de soldados ortodoxos de la famosa Brigada 55, tanto los israelíes como los judíos norteamericanos necesitamos superar nuestras diferencias. Si Halevi elige no tomar partido en las discusiones entre Paz Ahora y Gush Emunim es porque él, como algunos de sus personajes más sabios, ha llegado a la conclusión de que la división entre derecha e izquierda que ha caracterizado la política judía e israelí durante la última generación ha llegado a un punto muerto.
Los acontecimientos de los 20 años transcurridos desde Oslo han demostrado que la izquierda se equivocaba completamente al creer que los palestinos estaban dispuestos a hacer las paces, y que la derecha se equivocaba al creer que Israel podría absorber la Margen Occidental (Judea y Samaria, que forman el corazón de la patria judía) con impunidad o sin coste alguno. La batalla que afrontan los israelíes y sus amigos no es por dónde deben trazarse las fronteras de Israel, o por si los asentamientos son buenos o malos, sino por si el Estado judío debe seguir existiendo. Like Dreamers no nos insta a tomar partido en la profunda división surgida en la vida judía tras la heroicidad de los paracaidistas en 1967, sino a superarla a fin de hacer lo necesario para preservar sus sacrificios. Halevi no nos dice qué debemos pensar respecto a la política israelí del pasado o del futuro, pero nos recuerda que quienes se centran exclusivamente en las viejas polémicas no entienden los actuales desafíos del Estado.
Así, el libro de Halevi es, quizás, más que una aguda crítica como la que nos ha ofrecido Wisse, la perfecta respuesta a la ambigüedad de Shavit respecto al futuro de Israel. Puede que el autor de Like Dreamers no nos brinde la conclusión que Wisse y yo habríamos preferido, pero ha proporcionado a sus lectores un punto de partida esencial para un viaje en la dirección correcta.
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