El domingo pasado el Maccabi de Tel Aviv ganó la final de la Final Four de la Euroliga de baloncesto contra el Real Madrid. El asunto no debería haber tenido mayor trascendencia que la de una victoria deportiva de un equipo contra otro. Los equipos españoles de todos los deportes ganan y pierden constantemente partidos y títulos contra los de otros países u otras ciudades. Nadie tuitea contra sus seguidores por eso.
Sin embargo, después del partido, comenzaron a circular tuits cuyo contenido antisemita entusiasmaría a Julius Streicher, el siniestro editor de Der Stürmer, que fue ejecutado tras los juicios de Nüremberg por haber participado —a través de su revista- en crímenes contra la Humanidad. Si no les termina de convencer la palabra antisemita, cámbienla por judeófobo. No se trata ahora de la terminología, sino del discurso de odio que se está propaganda a través de las redes.
Bastó que un equipo israelí ganase a uno español para que uno comenzase a leer mensajes que evocaban las cámaras de gas o hablaban de matar judíos. La etiqueta #putosjudios fue trending topic con un alcance que superó los 17.000 usuarios. A medida que pasaban las horas, los tuits con referencias, por ejemplo, a los “putos judíos” o los “putos judíos apestosos” fueron creciendo en número e impacto. No los repetiré aquí. Muchas de ellos iban acompañados de las fotos de sus autores.
No es la primera vez que estos herederos de Hitler y sus aliados recurren al activismo en internet para propagar su discurso de odio so pretexto del deporte. Habrán visto las banderas nazis y neonazis ondear en estadios de fútbol y eventos deportivos y a centenares de hinchas alzar el brazo o agitar bufandas con divisas nazis tejidas en ellas. Si se fijan verán la calavera que servía de emblema a la 3ª División SS Totenkopf o el hacha de doble filo que simboliza la Francia de Vichy.
En esta ocasión, la victoria de un quipo israelí ha sido el pretexto —no hay razones ni motivos para el odio, sino solo ocasiones de desatarlo- para lanzar una campaña de mensajes contra los judíos. He escuchado a alguno comentar estos días que no habría que tomárselo tan a pecho porque, en realidad, “se refiere a los israelíes”, como si eso estuviese justificado o fuera comprensible. Una de las nuevas formas de la judeofobia es el odio contra Israel, de modo que el Estado judío democrático se convierte en el judío de los Estados, heredero del odio antisemita que durante dos mil años ha asolado Europa. Uno podría argumentar que no todos los israelíes son judíos ni todos los judíos son israelíes pero, en realidad, no se trata de eso. Entrar en ese debate, de algún modo, desvirtúa la cuestión. El odio a los judíos y el odio a Israel surgen de la misma matriz antisemita y no puede diferenciarse entre uno y otro.
De todos modos, los tuits no diferencian entre judíos e israelíes, de modo que incluso la observación sería superflua. En alguno de ellos, parece leerse el subtexto del judío como extranjero o como sospechoso, es decir, el viejo prejuicio antisemita de la “doble lealtad” del judío. Uno creería leer algunos capítulos de “La Francia Judía” de Drumont o “Bagatela para una masacre” de Celine. A veces, España y Europa entera parecen abrazarse a sus propias pesadillas. En esas pesadillas, siempre muere algún judío. Siempre se quema una Torah o arde una sinagoga. En una ocasión, la tiniebla se cernió por completo sobre nosotros y se alzaron vallas y campos y guetos. Las cenizas de los crematorios cubrieron nuestra Historia y su sombra no se ha despejado. Cuando leo estos mensajes sospecho que tal vez nunca lo haga. El deber de memoria que acompaña a toda la Humanidad tiene un significado muy profundo en la cultura judía. No en vano, recuerda Yerushalmi que el verbo “zajor”, “recuerda”, aparece en la Escritura no menos de ciento sesenta y nueve veces.
Cuando los nazis sacan a pasear sus antorchas, cualquier judío sabe lo que significa. Cuando alzan el brazo, todo judío entiende el mensaje. Cuando alguno banaliza o niega el Holocausto, un judío sabe bien hacia donde sopla el viento. Cuando se coloca la bandera de Israel junto al símbolo del dólar, uno entiende perfectamente de qué va la cosa. Estos mensajes no son una anécdota, sino un síntoma de algo que está pasando en España y que algunos se obstinan en no ver. Los nazis no se levantaron una mañana y comenzaron a detener judíos. La violencia verbal es una de las facetas del discurso del odio, una de sus primeras manifestaciones, pero no la última. El odio contra los judíos no es el final de nada sino el comienzo de un ciclo atroz que Europa ya conoce.
El antisemitismo impregna no solo afirmaciones o imágenes sino también preguntas. Alguna persona me ha lanzado directamente “pero, ¿por qué odian tanto a los judíos?”, como si existiese un “porqué”, es decir, una razón y como si fuera la víctima del odio quien debe explicar por qué la odian o justificar por qué no debería ser odiada. Durante los primeros años del Reich, algunos judíos alemanes recordaron a sus compatriotas las contribuciones que ellos —los llamados “alemanes de confesión judía”- habían hecho al progreso y la prosperidad de la que consideraban su patria. No sirvió de nada. Quien odia no necesita razones ni motivos. El antisemitismo les brinda una identidad fortísima —ellos son “los que no son judíos”- y una apariencia de poder porque tienen a quién despreciar. Recordando a Sartre en las “Reflexiones sobre la cuestión judía”, si no tuvieran al judío tendrían que inventarlo.
Además, alguno espera que el judío no reaccione sino que se deje insultar, humillar, ofender y demonizar impunemente, como si no supiese a dónde conduce ese camino. En realidad, parafraseando a Ben Gurion, lo más importante no es lo que declaren los antisemitas, sino lo que hagan los judíos. Por lo pronto, once organizaciones han presentado una denuncia ante la Fiscalía General del Estado por presuntos delitos de injurias con publicidad, provocación al odio y enaltecimiento del terrorismo. Así, ante el discurso del odio, los judíos han pedido —como cualquier ciudadano- que se aplique la ley.
Entonces, cuando el judío invoca la ley, es el antisemita quien busca su protección. Tal vez sea esta una de las cosas que más me entristece y más me indigna. Los mismos antisemitas que difunden el odio, pretenden ampararse en la libertad de expresión como si fuesen los padres de la democracia. Uno debe estar alerta, porque los nazis llegaron al poder al amparo de esas mismas leyes e instituciones que querían destruir. Cuando pudieron, acabaron con ellas. Hay que refutar este sofisma de que la libertad de expression ampara la provocación al odio o la exaltación del genocidio. La historia del totalitarismo en Europa no puede haber ocurrido en vano.
El antisemitismo ha penetrado profundamente en nuestra cultura. A veces, personas cuya buena fe me consta y a las que aprecio, manifiestan opiniones o manejan información salidas directamente de los Protocolos de los Sabios de Sion o de la propaganda nazi. Uno recuerda entonces la cita de Einstein: “Es más fácil desintegrar un átomo que un judío”. Otras veces, resulta que alguien con quien he estado —por ejemplo, en una tertulia- es un antisemita o incluso un filonazi. Bueno, algún día tengo que pensar si un “filonazi”, en realidad, es un neonazi o, como decía Violeta Friedman, un nazi y punto porque aquellos y estos son los mismos. Entonces recuerdo el mandamiento 614º, el famoso texto de Emil Fackeheim que cito a menudo porque resume el espíritu de un tiempo.
En el judaísmo, los mandamientos son 613, aunque muchos se refieren al Templo, de modo que ahora mismo no se aplican. Después del Holocausto, Emil Fackenheim, judío alemán, huido del campo de Sachsenhausen y superviviente del Holocausto, escribió en 1967 que “primero, se nos ordena sobrevivir como judíos no sea que el pueblo judío perezca. Se nos ordena, en segundo lugar, recordar en lo más profundo de nuestro ser a los mártires del Holocausto no sea que su memoria perezca. Se nos prohíbe, en tercer lugar, negar o desesperar de Dios […] no sea que el judaísmo perezca. Se nos prohíbe, finalmente, desesperar del mundo como el lugar que va a ser el Reino de Dios no sea que lo convirtamos en un lugar donde Dios esté muerto, sea irrelevante o todo esté permitido. Abandonar cualquiera de estos imperativos, en respuesta de la victoria de Hitler en Auschwitz, sería darle todavía otra victoria póstuma”.
De esto se trata, de evitar que la Historia se repita con el pueblo judío o con cualquier otro pueblo. Por eso, once organizaciones judías han denunciado los tuits antisemitas ante la Fiscalía. Esa es la razón por la que los judíos de hoy —como hicieron aquellos que pudieron enfrentarse a los nazis- se enfrentarán a quienes pretenden su exterminio. Uno de los tópicos más injustos sobre los judíos de Europa es que se dejaron llevar como ovejas al matadero. Allí donde pudieron resistir, resistieron. En todas las luchas por los derechos humanos del siglo XX, desde el voto femenino hasta el activismo contra la segregación en los EE.UU. —por poner dos ejemplos-, ha habido judías y judíos en la primera fila. La experiencia del antisemitismo suele crear una especie de sensibilidad hacia el dolor y la injusticia que uno puede reconocer fácilmente.
Lo más importante no es lo que digan los antisemitas, sino lo que hagamos nosotros. Usted y yo y cualquiera a quien usted le envíe esta columna y que se dé cuenta de lo mucho que nosotros y Europa entera se juega con estas cosas. Lo importante es que usted también puede evitar que los nazis y sus aliados tengan una victoria póstuma. Lo que de verdad importa es que los antisemitas no tengan la última palabra, sino que la tengan la razón, la justicia, la libertad y la democracia.
RICARDO RUIZ DE LA SERNA es analista político, abogado y profesor de Derecho y Comunicación en la Universidad CEU-San Pablo.
El odio irracional que mana de las masas, no es otro que el que fomenta el espiritu demoniaco, fomentado por la intolerancia de un ser que aborrece al pueblo de D-os. El futuro de Israel es Gloriso, su senda marcada por el sufrimiento, pero al final El Altisimo decidira. por lo pronto decidimos defendernos.