La fiesta de Shavuot nos invita al pequeño ejercicio de leer el texto del Libro de Rut ubicando a la mujer en el centro de nuestra lectura. En este caso el desafío será relativamente fácil ya que la voz femenina es oída a través del texto, prácticamente en cada instante.
Comencemos observando que Rut no es la única mujer de esta historia. Ya en el inicio del libro queda clara la existencia de otra figura dominante, la de Noemí.
Noemí esposa de Elimélej, aparece mencionada por primera vez con relación a su marido, pero su protagonismo comienza justamente después de la muerte de éste. Y en un instante se revierten los roles, Noemí regresa a la tierra de la cual había salido junto a su esposo, y algunas interpretaciones dicen que de hecho fue castigada por no impedir a su marido que abandonara la Tierra de Israel en época de hambre.
Conforme a las normas de la Halajá (la ley rabínica), la mujer puede oponerse a que el marido la obligue a abandonar la Tierra de Israel. Tal es la importancia de la permanencia en la Tierra de Israel que puede considerarse una causa de divorcio cuando una de las dos partes de la pareja desea emigrar a ella y la otra no.
Noemí no se opone a la salida del país ni a la aculturación de los hijos, quienes terminan casándose con mujeres moabitas, Orpá y Rut. Si bien algunos consideran que la desgracia que le acontece al perder al marido y los hijos está relacionada con esta falta, preferiría una línea interpretativa un poco más sensible a las relaciones humanas. Pese a que en el texto del Libro de Rut las relaciones en esa familia no están descritas en detalle, como en todas, seguramente eran muy complejas.
Tratemos de imaginarnos la escena de una mujer que pierde a su marido y a sus hijos y se encuentra totalmente desposeída y desprotegida en un lugar extraño. Noemí tiene la fuerza de emprender el camino de regreso. Hay quienes querrán ver en ese acto debilidad y no fuerza, sin embargo, ella no quedó paralizada. Frente al duelo por pérdidas menores, muchos quedan inmovilizados, Noemí saca fuerza de flaquezas y actúa. Ese hecho significa valor. Pero Noemí demuestra mucho dominio y valentía para regresar al espacio social del que había partido rica y prestigiosa y al que regresa prácticamente sin nada.
El Libro de Rut bien podría ser el de Noemí.
Pero el libro es de Rut, tal vez porque ella asume aún mayores compromisos y riesgos.
Rut, que bien podría haber permanecido con los suyos, elige partir. Elige cambiar. Aquí se plasman sus características y su capacidad de transformar, de actuar, de renovarse y de elevarse espiritualmente. Una tenue trama casi invisible la une con Ester, con quien comparte los textos bíblicos, y que a su tiempo y circunstancias debió enfrentarse con dificultades que también la forjaron y le dieron la fuerza para decidir por sí misma.
Ester y Rut están unidas en la búsqueda de su identidad. Ambas optan por ser judías cuando bien podrían haber elegido lo contrario. Rut cuando proviene de un pueblo extranjero repudiado por los israelitas por una acción anterior. Ester, nacida judía, lleva dos nombres: Hadasa, su nombre judío, y Ester nombre común entre los asimilados de entonces. Hoy, Ester y Noemí son nombres judíos típicos, como homenaje a quienes los portaron con orgullo.
Rut y Ester arriesgaron en su elección parte de su propia vida. Sus inicios en el judaísmo no son rituales sino existenciales. Ester, que había ocultado su identidad, podría haber continuado con la farsa, después de todo, la había escondido para candidatarse a ocupar el lugar dejado por Vashti, la soberana del imperio. Nada perdería de la complaciente vida en el palacio si se hubiera mantenido en silencio. De pronto, activa y valientemente, se presenta con su verdadera identidad al soberano y ayuna durante tres días y tres noches. Tal vez, fueron esas jornadas significativas de recogimiento y reflexión de las que va a salir decidida y fortalecida para poder actuar comprometidamente. Pone en peligro sus privilegios y su vida para iniciar el camino solidario con su pueblo.
La transformación de Rut es todavía más radical. De la ajenidad a la pertenencia. De ser extranjera a ser parte del cuerpo social. De un destino lejano a asumir el nada simple destino histórico del pueblo judío. No es sólo el destino de Noemí el que eligió. Con él, recibíó su fe y su destino nacional. Rut corta con la casa materna, como Abraham con la suya, y se incorpora a otro pueblo por elección y por fe. Rut se convierte en el paradigma de quienes eligieron a lo largo de la historia incorporarse al pueblo judío guiada por una convicción inquebrantable y no por la conveniencia o la moda; ni siquiera por amar a un hombre. En ese sentido más bien parecería ser lo contrario, el hecho de incorporarse al pueblo hace que recaigan sobre ellas normas familiares y legales que hasta ese momento les eran ajenas. Y, por lo tanto, está dispuesta a ser tomada por Boaz. Si bien no hay duda que éste es un acto económicamente conveniente para ella y su suegra, no fue el móvil de la conversión si no su consecuencia.
Volvamos al relato: «Entonces las dos mujeres siguieron caminando hasta llegar a Belén. Apenas llegaron, hubo gran conmoción en todo el pueblo a causa de ellas».
El texto no nos dice qué hablaron durante el camino desde Moab a Belén. Quizás caminaron en silencio, cada una dentro de sus ideas. Lo que es seguro, compartieron largas horas de deambular por el desierto. En un principio Rut no habla, sino que se aferra a Noemí, el término hebreo utilizado es el de «dabká», que podríamos traducir como se «pegó» o se «adhirió»; o sea, la primera reacción no lleva palabras. Más aún, el término hebreo es utilizado generalmente para manifestar la comunión espiritual. No se aferró físicamente, como podríamos imaginarlo en la escena de la despedida, sino como lo plantea el texto inmediatamente: se unió a su pueblo y a su fe.
Como sabemos, Boaz se casa finalmente con Rut.
Al acercarnos al final del relato, es hora de reflexionar acerca de algunos puntos.
El Libro de Rut tiene contrastes y paralelismos. Podemos notar en él la relación diferente de las mujeres hacia Noemí al principio y al fin de la narrativa. También el repudio que sienten por Rut, al inicio que luego se convierte en elogios. Allí también las protagonistas son mujeres. Podemos detenernos en la relación con las nueras, personajes independientes cada una, que van en busca de sus propios destinos: una eligiendo lo lógico, Rut, afectivamente. Rut debe enfrentarse al encargo de su suegra de presentarse frente a un Boaz que no la ha mirado siquiera, y a quien debe intentar seducir. Y lo logra.
Noemí carga silenciosamente el yugo de su sufrimiento y se une al dolor de su nuera. También Rut se mantiene en el silencio femenino tan conocido en otros textos y que nos obliga a llenarlo con nuestras propias palabras y pensamientos. Sólo es elocuente cuando elige su destino. Allí pareciera libera todo el sentir reprimido. Quien habla sin parar es el personaje masculino Boaz, que parece necesitar explicar y hacer, hacer y explicar, pretendiendo ocupar el centro de la atención de la que fue desplazado por las mujeres.
Rut y Noemí, que supieron aceptar el dolor con amor, que encontraron maneras de superar el duelo y la desesperación, la angustia y la depresión, son inscritas en la historia como ejemplos de un modelo de mujer acerca del cual difícilmente nos hubiéramos sabido imaginar, sin leer el texto. Mujeres, que en la lucha por sus derechos, se animaron también a acciones que todavía en nuestros días, a 3.000 años de distancia, se ven como temerarias.
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