Con su inoperancia festiva, la ONU se ha convertido en un parque de atracciones incapaz de parar ninguna atrocidad
El polvorín de la región se ha agravado de tal manera que el reguero de pólvora se extiende por todo Oriente Medio. El Irán de los ayatolás consolida posiciones y nada frena sus trágicos instintos básicos; Afganistán empeora su grave inestabilidad y la eterna guerra tribal arrecia con la violencia talibán; el Líbano está roto después de que la comunidad internacional permitiera, sin pestañear, que Siria la ocupara durante años y alimentara el ejército de fanáticos islamistas de Hizbulah, con su enorme potencial bélico; la propia Siria se cuece en una guerra brutal que se cronifica, con despóticos El Asad a un lado y al otro fundamentalistas de todas partes, desde somalíes de Al Shabab hasta pakistaníes y talibanes afganos, bien financiados por los amigos de Qatar; Iraq está abierta en canal, y la posibilidad de que caiga Bagdad en manos de Al Qaeda es muy real; y, con todos los focos ardiendo, Israel vuelve a sufrir las tandas de Al Qasam disparadas desde Gaza contra sus poblaciones, y ahora se suman los misiles desde el Golán. Y, con todo, las dictaduras del petrodólar usan su ingente riqueza para alimentar el integrismo islámico en todo el mundo, mientras participan en los conflictos bélicos de la región. Es decir, no hay polvorines en Oriente Medio. Es todo Oriente Medio un polvorín.
¿Cómo se ha llegado a este punto enloquecido y trágico? La respuesta dispara en muchas direcciones. Primero, la injerencia occidental que ha alimentado dictaduras, guerras y el tutti quanti de la geopolítica, cuya máxima es conocida: no son los derechos, estúpido, sino los intereses. Y, aunque el más vistoso de los malos sea Estados Unidos, lo cierto es que ha sido Europa quien ha jugado con más ímpetu a los soldaditos. Nada de lo que ocurre en la zona es ajeno, por ejemplo, a la patita británica, francesa o rusa. La segunda culpa es de poderosos países islamistas que, lejos de usar su riqueza para modernizar, liberar y culturalizar a sus poblaciones, la han usado para consolidar dictaduras medievales atroces y por el camino han potenciado el islamismo radical en todo el mundo incluyendo, por supuesto, nuestro propio país. Lo cual nos está dejando bonitas bombas de tiempo. La tercera culpa es la inoperancia festiva de la ONU, convertida en un simple parque de atracciones incapaz de parar ni una sola atrocidad. En la ONU las dictaduras blanquean su maldad y se equiparan con las democracias. Y, finalmente, tampoco es ajena a la espiral violenta la criminalización permanente de Israel, tanto por parte de Occidente como por el global islamista.
Al final todo suma, unos apoyan a dictadores y venden armas, otros fanatizan a su población y larvan los conflictos y todos se entretienen en machacar a Israel, que es el chivo de todas las expiaciones.
Hace tanto que todo se hace mal en la zona, que sólo puede pasar una cosa: que todo vaya a peor.
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