Ustedes perdonarán que en esta ocasión no escriba Israel Winicki, el periodista e historiador, sino Israel Winicki, ciudadano israelí, habitante de la ciudad de Beer Sheba, en el sur de Israel. Pero, a veces, los sentimientos pueden superar a toda otra cosa.
Como dije antes, habito en la ciudad de Beer Sheba, en el sur israelí. Soy uno mas del millón de civiles israelíes que se encuentran bajo la amenaza constante de los misiles disparados desde Gaza por las organizaciones terroristas que se adueñaron de la Franja (en los últimos tres días fueron lanzados mas de 140 contra Sderot, Shaar HaNeguev, Eshkol, Ashkelon, Ashdod, Beer Sheba, Netivot, etc.). Y quiero contarles mis sentimientos:
Estamos en tensión constante, las 24 horas del día, pues no sabemos cuando puede haber alarma. Lo primero que hacemos al levantarnos es leer las noticias para enterarnos de cuántos lanzamientos hubo y dónde (y si fue contra localidades en que tenemos amigos, inmediatamente tomamos el teléfono para llamarlos y saber cómo están). A lo largo del día evitamos, en lo posible, salir, y si salimos tratamos de ir por calles donde haya edificios para poder refugiarnos. Cuando llega la noche tratamos de esquivar el sueño, no sea que no oigamos la alarma.
Ahora les voy a contar qué ocurre cuando hay alarma. El sonido nos sobresalta y nos hace correr en busca de refugio, pues tenemos un minuto (realmente somos afortunados, pues tenemos 60 segundos completos, y no como nuestros hermanos de Sderot que solo tienen 15 segundos). Después viene la angustia. Abrazo a mis nietas (vivimos en el mismo edificio) y siento como sus corazoncitos laten acelerados por el miedo. Termina la sirena y esperamos la explosión. Sabemos que tenemos el sistema Cúpula de Hierro que nos protege, pero de todos modos el estallido nos sobresalta.
Volvemos a nuestros hogares, a nuestra rutina, pero más para olvidarnos de lo ocurrido que para cumplir con nuestras tareas. Esto no es nuevo, sino que desde hace años viene ocurriendo: Los terroristas lanzan misiles, Israel responde, se declara un alto el fuego. Y tras un tiempo todo vuelve a comenzar.
Ahora hablemos de la reacción del mundo.
En la mayoría de los periódicos no mencionan en absoluto estos ataques contra civiles israelíes, pero cuando hay respuesta por parte de Israel las primeras planas se llenan de titulares mencionando el ataque israelí, con profusión de fotografías de palestinos, sobre todo niños, heridos.
Los “progres” de izquierda organizan “flotillas humanitarias” hacia Gaza para quebrar un bloqueo que, según la ONU, es completamente legal.
Los medios y webs agotan página tras página contando las miserias de los habitantes de Gaza y como sufren privaciones (cientos de toneladas de alimentos y artículos de primera necesidad, sin contar los artículos suntuarios como autos, televisores de plasma, etc., entran a Gaza desde Israel).
La UNRWA, para cuyo personal el contar la verdad sería matar a la gallina de los huevos de oro, pues ganan sueldos astronómicos, alimenta ese mito de la miseria de los “pobres gazanos bloqueados”.
La Señora Catherine Ashton, representante de la UE se muestra muy preocupada… por los asentamientos, pero no por los misiles.
El Señor Ban Ki Moon repudia tibiamente los misiles y pide a ambas partes que se moderen y que cumplan con la ley internacional (cosa que a Hamas, a la Jihad Islami y a otros grupos terroristas les causa mucha gracia).
En este momento estamos pidiendo a nuestro gobierno que actúe, entre en Gaza y termine con los terroristas. Sabemos que puede haber un costo en vidas y sabemos que puede haber un costo político. Sabemos que muchos civiles de Gaza pueden morir o resultar heridos. Pero poniendo la vida de mi familia en un platillo de la balanza y el costo político en el otro, mi familia pesa más. Y es lo mismo que piensan mis otros compatriotas del sur de Israel.
Nuevamente pido disculpas por haber escrito lo que siento, pero es que quiero que sepan que acá, en el sur, hay hombres que quieren trabajar en paz, mujeres que quieren criar a sus hijos en paz, jóvenes que quieren estudiar en paz y niños que quieren jugar en paz.
verdaderos héroes anónimos de una
valentía incalculable es muy conmovedor
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