Una vez más, la población israelí se encuentra amenazada por una lluvia diaria e incesante de misiles disparados desde la Franja de Gaza por grupos internacionalmente calificados de terroristas. Durante varios días el gobierno de Netanyahu hizo filigranas de contención para no responder con la misma contundencia a estos ataques, pese a la creciente presión de los habitantes de las zonas más castigadas del sur del país, así como de su propio socio de formación partidista.
Aunque las primeras valoraciones estimaban que Hamás tampoco estaría interesada en una escalada de la tensión y pronto remitirían sus lanzamientos indiscriminados, hoy sabemos una verdad distinta: que el grupo necesita desesperadamente esta guerra para demostrar que mantiene intacto el espíritu de combate ante la amenaza de grupos aún más radicales e intransigentes (como el califato yihadista de Siria e Irak, Al Qaeda Palestino y otros monstruos que crecen mientras tanto en la chistera de la magia de Oriente Próximo), que cuestionan su propia razón de ser.
Pero sin duda lo que le viene muy bien a los que mandan en Gaza es la destrucción de sus propias infraestructuras a manos de Israel para recuperar el flujo de dinero que Irán interrumpió tras el posicionamiento de Hamás como grupo sunita en contra del presidente sirio y la caída en desgracia de su alter ego egipcio, los Hermanos Musulmanes. Del mismo modo que Abu Mazen hará todo lo posible por mantener abierto el grifo de las ayudas económicas internacionales (aún al precio de impedir a toda costa la creación de un estado palestino independiente que reduciría drásticamente los ceros a la derecha de las cuentas en Suiza), Hamás necesita que los petrodólares del Golfo vuelvan a reactivar el complejo sistema circulatorio de Gaza, que combina las ayudas sociales con la fidelización y militarización de la población.
Las causas del actual enfrentamiento son tan claras y evidentes, que incluso algunos medios tradicionalmente hostiles con las políticas israelíes, especialmente del gobierno actual, han reaccionado en principio con una gran desconfianza hacia el relato y las informaciones que llegan desde la Franja. Pero el tiempo pronto erosionará, desgraciadamente, estas denuncias de falsedades y falsificaciones, en cuanto empiecen a llegar las imágenes del sufrimiento de los civiles palestinos, que son las víctimas más castigadas sí, pero del enemigo interno que los incita al odio, a no ver ninguna salida más que inmolarse como escudo o bomba humana.
Hay quienes todavía acusan a Israel de desproporción en su respuesta por el alto grado de protección hacia su población a través de refugios, cuartos blindados y la eficacia de sus sistemas antimisiles que evitan bajas. Es lo que pasa en un estado democrático: que los recursos se dedican prioritariamente a salvar las vidas (propias y aún del propio enemigo), aunque paradójicamente para ello tengan que actuar militarmente y perder de antemano la batalla mediática del sufrimiento. No hace falta ser un genio para llegar a la conclusión de que es mejor que no nos quieran a estar muertos, aunque ello produzca engendros exóticos como aquellos que sólo se congracian con los judíos cuando se convierten en corderos sacrificados en holocaustos a vaya a saber qué dioses.
Se podría creer que este es un conflicto asimétrico y frente a los ojos del mundo una superpotencia militar y tecnológica, está diezmando y cometiendo genocidio, pero no hay que engañarse con las apariencias, pues está muy bien diseñada la estrategia para que así se vea. Hay detrás del ecenario mucha inteligencia estudiando cada movimiento y reacción a una peovocación adrede. Sería muy arriesgado y atrevido emitir un consejo objetivo, pero la realidad es que la misma asimetría juega en contra cuando la superioridad no puede ser usada adecuadamente. No hay que ver solo lo que está a la vista, sino también lo que no se ve y que puede ser un inconveniente en el futuro. Un campo de batalla es también un laboratorio y hoy día, Israel lo es, lo que no hay que permitir de ninguna forma, cueste lo que cueste!!