¿Contra quién luchan los musulmanes que arrasan las ciudades francesas? ¿Contra Israel? Nadie se engañe: quienes querían jugarse la vida a tiros contra Israel están ya en territorio palestino e iraquí combatiendo en los ejércitos yihadistas. Los musulmanes que arrasan las periferias urbanas de Francia, desde hace dos semanas, luchan contra Francia. Contra la Francia republicana, bajo cuyo cobijo viven y a la cual primordialmente odian, porque los principios de la democracia moderna, que nacieron en 1789, les son abominables: invención blasfema de hombres que se alzan contra el único Dios, Alá, y contra el pueblo al cual Alá prometió universal dominio.
Luchan contra este bárbaro occidente que iguala jurídica, laboral y políticamente a las mujeres con esos varones a los cuales sólo el Corán otorga la potestad: la pública, como la privada. Luchan contra la aberración de que todos los ciudadanos sean iguales ante la justicia, sin matiz de origen ni religión. Luchan contra la repugnante invención de un Estado laico que impone leyes por encima de la ley única que Alá dictó para toda la eternidad y que el Corán contiene.
No es la primera vez que eso sucede en Francia. El antisemitismo primario –y homicida– que define al islam europeo tiene función identitaria. Eficacísima. Fija, primero, al enemigo diabólico, la entidad metafísica –o, más bien, teológica– por la cual el mal viene al mundo. El islam la llama “judío”, consagrando contra él el automatismo que mayores crímenes ha producido en occidente. Fija sobre ese diablo judío un odio que se duele de que no fuera al fin exterminado por el benefactor Hitler. Constata la “tolerancia” de la democracia hacia ese monstruo diabólico: el judío. Juzga, así, a las democracias incurablemente contagiadas por su diabolicidad. Y da batalla, allá donde puede, contra esos apestados de judaísmo: bárbaros europeos, que rechazan entregarse al islam y abrazar la fe de su profeta.
Nadie se engaña en el mundo musulmán hoy. La verdadera yihad, la que tiene todas las oportunidades para salir victoriosa, es la que está desplegando sobre la impotente Europa sus previas escaramuzas. Alemania y Francia son territorios propicios a esa guerra por la primacía religiosa. Las tendencias demográficas por un lado, y el masoquismo de una Europa que bendice a sus asesinos, ponen todos los factores para afrontar la larga guerra con serias perspectivas de victoria en un plazo razonable. Europa se odia ya. No hace otra cosa más que odiarse desde el colectivo derrumbe que fue la Gran Guerra de 1914. Europa desea morir. Los musulmanes europeos saben que nadie aquí disparará un tiro para defenderse.
Y ésa es la paradoja. La única Europa que sigue defendiéndose militarmente de la aniquilación es Israel. Y los viejos europeos odian a esas gentes empecinadas en seguir viviendo, como hombres libres, en una convencional democracia. El viejo continente moribundo maldice a quienes defienden su herencia. Quiere ser esclavo.
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