Erdogan pasará a la historia como uno de los peores gobernantes que encontrarse puedan. Todas las soluciones que propone a no importa qué problema son retrógradas, necias y fuera de lugar. Ahora sostiene que los judíos de su país, que fueron gentilmente invitados a vivir en él por los visires y sultanes otomanos tras la expulsión de España en el siglo XV, deben inclinarse ante su voluntad y criticar duramente a Israel por lo que sucede en Gaza. Si acaso no lo hacen, aclaró, no les pasará nada, pero ya sabemos qué ocurrirá, ya sabemos cómo se las gastan las gentes como él. Habrá discriminación, desprecio, desprotección, límites y el famoso numerus clausus de tan mal recuerdo para nuestra gente. En el Oriente Medio no existen los matices, los medios tonos, el disenso político al discurso oficial; los díscolos y protestones son rápidamente neutralizados. La juventud turca está harta de Erdogan pero por el momento nada parece apearlo de su sillón de mando.
El, que se llena la boca con la palabra genocidio, debería asumir que los turcos fueron de verdad un pueblo genocida en algún punto de su discurrir histórico; él, que recibió en herencia una Turquía modelada por el genio laico y noble de Ataturk, la está desplazando a pasos agigantados hacia los rincones más oscuros del Islam; él, que tan justo se cree, debería dejar en paz a Israel y olvidarse de que las eventuales flotillas que zarpen de Estambul hacia Gaza no llegarán a buen puerto. Ha elegido aliarse con los peores y al dar apoyo a Hamás creyendo que así ayuda al pueblo palestino le hace más mal que bien. De hecho todos los que ahora apoyan a Hamás tienen un componente suicida en su ideario, son como los hombres bomba que todavía hoy se hacen explotar en Afganistán o Pakistán o, incluso más cerca, en Siria, contra blancos que son sus hermanos, sus conciudadanos, personas de su misma cultura. Erdogan tiene, al revés que Ataturk, la mente estrecha de tantos islamistas incapaces de reconocer las partes más negativas de su propia tradición. No actúa, reacciona; no crea, reproduce; no aspira a integrar a Turquía en la Unión Europea sino que le gustaría islamizar Europa.
Señor Erdogan: tampoco nos inclinaremos ante usted. Su guerra contra nosotros está perdida de antemano y lo lamento por su bello país, en el que los burkas y las prohibiciones crecen como setas negras aquí y allá, sembrando noche en medio del día. Compréndalo, los israelíes hacen más por su tierra visitándola de a miles que los palestinos agradeciendo su solidaridad. Escupa de una vez toda su rancia bilis y déjenos en paz. Bien pensando, Grecia no es un mal sitio para pasar unas vacaciones. Incluso la parte no turca de Chipre tiene su encanto. Si tiene un rato de tiempo díganos, por favor, en qué sitio incuba sus odios, no vaya a ser que un desprevenido lo pise y se contagie.
Bota, bota que en tí rebota.