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| viernes noviembre 15, 2024

«Tierra Prometida»


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El ya eterno conflicto entre israelíes y palestinos ocurre aquí a la vuelta. Y por si no alcanzara, lo tenemos cada día en nuestras pantallas, en los diarios, en las conversaciones, en la simpatía o clemencia por una o las dos partes, en la dificultad de colocarnos distantes de ambas posturas pero contra la misma atrocidad: la de que todos estamos pagando un precio demasiado caro por no saber, o no querer, negociar.

Cada quien saca sus cifras de muertos o sus argumentos. Lo que resulta incuestionable es la fuerza militar de Israel y las consecuencias de los «escudos humanos civiles» de Hamás.

Es tanta la recurrencia del conflicto entre nosotros y los palestinos, que es también una pugna mediática ineludible. Nunca un enfrentamiento que transcurre en tan poco espacio físico ocupó tanto espacio mediático. Lo invade todo y, ciertamente, lo distorsiona.

Aunque en más de una vez, en tantos años, estemos hartos y querramos mantener una distancia frente a él, resulta imposible no sólo por una cuestión de humanidad, sino por la presión social.

A mí me produce escalofríos escuchar la diaria mención de los nombres de nuestros jóvenes soldados caídos. También el número de víctimas inocentes de Gaza. Una vez, volviendo de una visita al Monte del Templo en Jerusalén, recuerdo que asocié a la ciudad con sacrificios. Desde la narrativa bíblica de Abraham y su hijo Itzjak, pasando por la función del Sumo Sacerdote en el altar, y hasta la realidad de nuestros días. Sacrificios; miles y miles de sacrificios.
Recuerdo también la pintura del Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y pienso: ¿en qué parte de esa monumental obra quedará el juicio de todas estas atrocidades de guerra entre nosotros y los palestinos?

Una de las peores consecuencias de este conflicto es que se volvió símbolo para un mundo que no escucha otros, y se simplifica en una postura u otra. Todos saben exactamente qué pasó; todos opinan; todos tienen algo que decir; estén donde estén; aunque jamás hablaron con un israelí o con un palestino, y aunque difícilmente sepan ubicar la región.

Es cierto también que los límites del enfrentamiento se cruzaron hace tiempo y que ya casi no quedan antecedentes válidos que respalden tanta violencia e inhumanidad. Pero aun en medio del horror y de las miles de muertes provocadas, esto no significa la justificación de los palestinos.

Para la comunidad internacional, lo justo, lo políticamente correcto, como siempre, es defender a los palestinos; y es en este punto donde hay que seguir diciendo no. Porque sólo en la medida que ambas partes reciban ese «no», existirá la posibilidad de que puedan tomarse acciones concretas para detener tanta barbaridad.

Hace unos años conocí a una persona que vino a mi casa a realizar una instalación eléctrica. Como era pelirrojo, por un momento pensé que era un judío israelí y le pregunté de qué lugar del país venía. Me respondió: «de la Tierra Prometida». Me dejó en el aire. Le insistí y me dijo que era palestino de una aldea en Cisjordania. Al extenderse sobre el conflicto me dijo que de lo que no quería hablar era de Hamás. Miembros de esa organización terrorista le habían hecho la vida imposible a él y a su familia con sus intentos de islamizar sus vidas. Quería olvidarse de todos, aunque recordaba su «Tierra Prometida» a la que nunca pensaba volver.

En otro artículo sobre el conflicto escribí que no se puede hablar de «genocidio palestino» por más fuerte que fuera cualquier incursión militar israelí. Asociar su táctica de guerra con la sistemática atrocidad de un genocidio es no entender la resonancia de la historia en el alcance de una palabra. Fue durante la operación «Plomo Fundido», en enero de 2009.

Parece que desde entonces nada cambió. Pero lo seguiré diciendo, aunque lo repita cien mil veces, aunque no gane amigos, aunque los seguidores de una parte sólo lean lo que les conviene. Quizá de tanto repetirlo vean lo que no quieren ver: que todos somos culpables por no sentarnos a negociar en serio de una buena vez y que la «Tierra Prometida», la memoria y la paz no se negocian sobre una equivalencia de muertos.

 
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