Nadie la avisó al pequeño Daniel que un mortero procedente de Gaza estaba por arrebatarle su preciosa vida, nadie le arrojó una octavilla advirtiéndole para que buscara refugio y se salvara. El azar lo castigó, la furia de la guerra le quitó la vida. Podía haber sido otro y hubiese sido, para nosotros, igualmente doloroso. Varias veces los israelíes estuvieron a punto de aceptar un alto del fuego, pero los dementes de Hamás, inflados de ira, se negaron a ello. Piden mucho-el levantamiento del cerco a Gaza, un puerto, un aeropuerto, pasos abiertos, etc-, libertades que muy posiblemente y por otros medios hubiesen llegado a obtener con el auspicio de los países árabes más ricos y la anuencia de Israel, en un proceso gradual y humano. El fuego arrebató Daniel , se lo llevó al cielo como al profeta Elías, para que vuelva cada año a nuestras casas y lo recordemos al ver la silla vacía de Pésaj. Sus ejecutores tienen que haber sentido una alegría miserable, habida cuenta las innumerables veces que yerran el blanco, una alegría siniestra de vampiros sedientos de sangre ante una víctima fácil.
Nadie le pudo decir a Daniel que su vida sería corta, brevísima, cercenada como la flor que menciona Job en su libro. Un día antes jugó con otros niños, besó a sus padres, rió con sus hermanos. Los asesinos podrán exhibir ante los suyos la patética medalla de ese crimen y alimentando la sed de venganza con promesas vacuas, insistir en el hecho de que Daniel no será el primero ni el último. Si por un instante nos ponemos en la piel doliente de sus padres podemos sentir el triste escalofrío de lo inexorable, su inconsolable duelo, el vacío que las palabras y los nombres propios no consiguen llenar. Poco a poco, dicen los analistas, Israel se está convirtiendo en mucho más belicista de lo que algunos quisieran. Poco a poco descubre que ninguna explicación le sirve ni basta al mundo para justificar su valiente defensa, Daniel no será jamás exhibido ante las cámaras de televisión como un reclamo a la compasión del prójimo. Daniel, como los tres amigos estudiantes asesinados cerca de Hebrón no hace mucho, no lanzará a la calle israelí a cientos de miles de vociferantes ciudadanos con los ojos inyectados en sangre. Habrá, claro, quien se deje llevar por el resentimiento y clame por represalias más fuertes aún. Pocos, es cierto, pues la expresividad judía es diferente, más estoica, más parca. Demasiada tragedia durante muchos siglos lo vuelven a uno más silencioso de lo que desearía ser.
Adiós, querido Daniel, amable criatura de pocos años. Prometemos recordarte en tus juguetes, en la tristeza de tus progenitores y la cara arrugada de pena de tus hermanos. Un día u otro la guerra se acabará y poco después otros Danieles llevarán tu nombre y plantarán árboles y beberán agua fresca en verano y comerán naranjas a la sombra de los huertos donde crecen. Israel nunca se olvidará de ti.
Niño querido… Cuánto dolor!