Lo repetiré hasta quedarme sin voz, hasta que las palabras se pierdan en el vacío, hasta que me echen de todos lados y ya no haya ningún lugar en el que acepten publicar mis escritos. Lo repetiré aunque me persigan, aunque termine en el desierto y sólo me escuchen las piedras y el mundo sea apenas viento y arena. Lo haré incluso cuando llegue el tiempo en que mis parientes me tengan por loco. Cuando mis amigos me esquiven por piedad y cuando mis enemigos se regocijen con mi desgracia.
Igual que ahora, entonces proclamaré que el actual antisemitismo es el peor de los venenos imaginables, el que nos conducirá a todos a la ruina.
El antisemitismo es el racismo rastrero disfrazado de antropología, es el totalitarismo con ínfulas liberales, es el miedo más primario vuelto discurso y consigna. Tiene mil disfraces, identidades falsas y nombres de fantasía. Para muchos suele ser apenas una pose elegante, hasta que decide apurar el paso y se le cae el disfraz y entonces sí asusta, pero cuando eso ocurre ya es demasiado tarde.
Aunque usar la kufyya ya no esté de moda, en algunos ámbitos académicos y culturales, quizá por mera frivolidad, al antisemitismo también se lo considera una prenda “chic” y divertida de llevar en ciertas circunstancias. El estado de Israel es uno de los blancos preferidos de sus dardos ponzoñosos, pero esas saetas son reservadas sólo al cogollo posmoderno de la élite más ilustrada de Occidente. Me refiero a esa gente viajada que dice con voz grave haber visto la miseria y el horror con sus propios ojos, aunque tal vez (esto lo digo yo) no durante demasiado tiempo.
El antisemitismo se ceba en la ignorancia y en la cobardía. Se ampara en las frustraciones cotidianas de muchas personas. Se guarece en la pasividad de los otros, a los que por supuesto desprecia. Se declara inocente y exige justicia. De su boca salen palabras de paz, pero su alma es una cloaca. Mira con ojos miopes pero sabe dónde asestar cada golpe. Toca con manos suaves pero empuña el garrote con presteza.
Por estos tiempos el antisemitismo tiene buenas coartadas y mejor prensa. En los últimos años ha sabido encontrar aliados impensables tanto en la derecha como en la izquierda. Igual que ocurriera en otras épocas, una cierta aureola de respetabilidad comienza a brillar a su alrededor, como si hubiera quienes la pulieran con fervor. La cansada Europa vuelve a estar enferma de tristeza y eso lo favorece. Hay multitudes humilladas por doquier y hay ovejas dóciles para un futuro rebaño de bestias.
También en nuestra América la sierpe crece rápido al calor de algunos discursos atolondrados y de cálculos políticos infames. Es doloroso, pero hay que decirlo con todas las letras: en no pocas ciudades latinoamericanas, otra vez, a los judíos se los mira con desprecio y hasta se reclama públicamente por la vida cívica que llevan. Se les cuestiona ese derecho, del mismo modo que se critica la riqueza de algunos judíos, la pobreza de otros, la locuacidad de unos pocos y el silencio tímido de muchos. Palos porque bogan, y porque no bogan palos. De ellos se sospecha hasta el silencio, la locuacidad, la pobreza y la riqueza. Se sospecha de los judíos como si fuera algo natural.
Enmascarado desde antiguo en nacionalismos patrioteros, y ahora también en vaporosos internacionalismos de ocasión, el odio a los judíos es un veneno que se esparce a gran velocidad, contamina a las personas y extravía a las sociedades, las fragmenta y las vuelve presa fácil de las tiranías. En condiciones adecuadas prende rápido. La guerra de Israel contra Hamás parece ser una oportunidad de oro. La avalancha de propaganda anti israelí, alentada por grandes corporaciones mediáticas con gran capacidad de manipulación, es una señal inequívoca. En los hechos, el supuesto “lobby judío” le ha dado paso con pasmosa celeridad al “lobby antijudío”, el cual tiene fuerte presencia y capacidad de maniobra en ámbitos políticos, académicos, artísticos y diplomáticos. De ello doy fe.
Que todos lo sepan: este antisemitismo es un paso más hacia el abismo. Es el prólogo de nuevas y horrorosas guerras sin fronteras, en las que no habrá vencedores ni vencidos porque no habrá sobrevivientes. Diabólico como es, el truco más brillante del antisemitismo actual consiste en hacernos creer que no existe. Que es cosa del pasado, apenas una trampa de la memoria. Pero vuelve y es real. Una amenaza en toda la línea. Basta hojear los periódicos por estos días. Basta mirar la televisión, leer los muros pintados en las calles de nuestras ciudades.
Pese a que ya pocos lo hacen, no me parece inútil advertir una y otra vez a los desprevenidos del mundo, a los ingenuos que se creen a salvo, a los tontos que ven la máscara sin adivinar el rostro verdadero del antisemitismo. No será en vano lanzar gritos de advertencia, aunque suenen desesperados. Lo repetiré hasta perder la voz, aunque sólo las piedras me escuchen. Aunque mis parientes me tomen por loco, mis amigos me esquiven por piedad y mis enemigos se regocijen de mi desgracia, sin entender que en realidad se trata de la desgracia de toda la humanidad
yo tambien levantare mi voz hasta quedar sin voz!