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| lunes noviembre 25, 2024

El frente del Kurdistán

Las kurdas que no temen a la muerte

Unas 1.000 soldados integran la división femenina de las fuerzas armadas kurdas. Las últimas acometidas de los yihadistas de IS han disparado el reclutamiento de mujeres.


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Leila Yusef se arregla el peinado y se perfila los labios en el espejo retrovisor de un todoterreno. Luce un flamante traje militar. «Quería estudiar un postgrado en Reino Unido pero esto es más importante. Nuestras familias y nuestra patria están en peligro», cuenta rodeada por una treintena de compañeras.

La tarde apura los últimos rayos de sol cuando el batallón de uniformadas alcanza el campo de entrenamiento de Zawita, en el norte de Irak. Hace un calor sofocante y cunde el nerviosismo. «Desde que en junio surgiera la amenaza del Estado Islámico recibimos a diario decenas de mujeres dispuestas a alistarse. Hoy son ellas las que se gradúan», explica a EL MUNDO.es la coronel Viyan Yusef, una de las primeras féminas en ingresar hace 16 años en los peshmergas (tropas kurdas).

El ejército «de facto» de la región autónoma del Kurdistán iraquí -administrado por las dos formaciones hegemónicas, el Partido Democrático y la Unión Patriótica del Kurdistán- abrió sus cuarteles al sexo femenino en 1996 pero el fantasma de los yihadistas y su alarmante ofensiva del pasado agosto han sido el aldabonazo definitivo.

«Los terroristas del IS nos odian. Aterrorizan a la población secuestrando a mujeres y niños pero en el fondo nos temen. Dicen que morir a manos de una mujer es una deshonra. A quien le sucede le está vetado el paraíso», dice Viyan mientras sus subalternas desfilan por una pista de asfalto de la finca militar, a un tiro de piedra de la frontera turca.

Cuatro batallones femeninos

Unas 1.000 soldados, repartidas en cuatro batallones, integran la división femenina de las fuerzas armadas kurdas. «En la década de 1960 hubo mujeres que formaron parte de los escuadrones pero no de manera oficial. Ahora tenemos la suerte de contar con un cuerpo», señala la coronel.

Las acometidas yihadistas han llevado a muchas de ellas -a cargo hasta ahora de tareas administrativas o logísticas- a la primera línea de batalla. «He estado en el frente en cuatro ocasiones. He visto con mis propios ojos a los barbudos y he supervisado a unos 80 ‘peshmergas’ retirados que han vuelto a empuñar las armas», detalla Viyan. «Las mujeres somos muy bien recibidas. Al vernos, nuestros camaradas varones fortalecen su compromiso de defender los valores de nuestra sociedad frente al IS», agrega.

Desde hace semanas el reclutamiento se ha disparado. El fenómeno ha superado los confines de la región. «Están llegando kurdas que viven en Europa o Estados Unidos preparadas para dar su vida por el país», apunta Viyan orgullosa del eco que ha tenido su labor entre la nutrida diáspora.

Zary Nauset, periodista de 26 años y madre de dos retoños, comparte las mismas dosis de entusiasmo. «Nuestra habilidad en el campo de batalla no es peor que la de los hombres», advierte poco antes de acudir a la llamada a filas. Y apostilla: «No tenemos otra opción: o les vencemos o nos convertirán en sus prisioneras». Las conquistas de las últimas semanas -impulsadas por los ataques aéreos estadounidenses y el envío de armamento de Irán, EEUU y varios países europeos- ha aliviado el pánico de primeros de agosto.

Una historia familiar

Para las recién licenciadas, los «peshmerga» (los que se enfrentan a la muerte, en kurdo) y sus décadas de resistencia a los adláteres de Sadam Husein resultan una historia familiar. «Mi marido es ‘peshmerga’ y mi hijo de tres años se disfraza de ‘peshmerga'», reconoce Avid Sidqi, una treinteañera rendida a la causa. «Nuestro papel es fundamental. Los políticos kurdos presumen de que vivimos en una sociedad donde se garantiza la igualdad. Es el momento de demostrar que el ejército no es una excepción», arguye consciente de que en la mayoría de los países árabes la mujer ni siquiera tiene hueco en el estamento castrense.

Su presencia, sin embargo, no está exenta de polémica. «Ésta no deja de ser una sociedad conservadora. Hemos recibido críticas desde algunos sectores pero siempre sucede cuando se producen novedades. Estamos listas para romper las barreras», asevera la coronel, ávida por quebrar el techo de cristal que aún reina en los cuarteles kurdos. «Los hombres han limitado hasta ahora nuestro margen de acción. Suelen decirnos que, si nos necesitan para luchar, ya nos llamarán. Sigue siendo una cultura diferente a la occidental».

A Leila, que ha aprendido a usar el ‘kalashnikov’ tras 10 días de duro adiestramiento en Zawita, su repentino ardor guerrero le ha costado algún disgusto. «Mis padres y hermanos no se lo tomaron bien pero ahora están orgullosos. Mis amigas siguen insistiendo en que no es un buen trabajo. Necesitamos cambiar la sociedad», admite la soldado con la certeza de que resultará una contienda más ardua que la misión de alejar de tierras kurdas el terror de los «muyahidines» (guerreros santos).

 
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