¿Quién es Samir Kuntar? ¿Por qué tiene la Orden del Mérito siria, es un “gran héroe” para Ismaíl Haniyeh, sale Hasán Nasrala de su escondrijo para besarlo? En lo accesorio, Samir Kuntar es un libanés de filiación drusa de 52 años. En lo fundamental, es un asesino de israelíes: por esto todo eso.
¿Qué le hace especial a Samir Kuntar, al punto de conseguir reunir en su país sectarizado al presidente maronita Suleiman, al primer ministro suní Siniora y al speaker chií Berri para recibirlo como leyenda nacional cuando Israel lo canjeó por los cadáveres de dos de sus soldados, retenidos por la guerrilla necrófila de Hezbolá? La psicopatía, la crueldad. Kuntar es quien es, también en Israel, no por que matara mucho sino por cómo lo hizo. Sólo una vez y sólo a cuatro. Pero al primero le descerrajó 30 tiros, según su propio conteo sádico, al segundo lo remató a ciegas luego de que otro terrorista le lanzara una granada y al tercero lo disparó por la espalda en presencia de su hija, una cría de cuatro años que se convirtió en el cuarto cuando le destrozó el cráneo a culatazos.
Él niega que fueran así las cosas pero ni se arrepiente de la matanza ni por supuesto ha rechazado la gloria aparejada. Los aparejadores también lo niegan, porque su odio no entiende de contradicciones o incluso se alimenta de ellas: el currículo criminal de Kuntar es completamente mediocre, muchos han matado a muchos más israelíes que él, que el día de su hazaña aciaga apenas contaba 16 años y sólo militaba desde los 13 y de hecho acababa de pasarse once meses preso en Jordania. Lo veneran por los restos de tejido craneal de Einat Harán que recogió el forense de la culata de su arma. Y por esa otra muerte que provocó su vesania, la de la hermana de Einat, Yael, aún más pequeña, una bebita a la que su madre asfixió sin querer para que no gritara cuando la ocultó del Kuntar que estaba asaltando su casa. Por eso Kuntar es el Mal en Israel.
Por eso lo jalean en Damasco, en Teherán, en Ramala.
En julio de 2008, mientras Kuntar recuperaba su indeseable libertad como consecuencia de uno de esos penosos canjes que conmocionan Israel, The Guardian publicó este texto intenso, firmado por la periodista Jen Kotes-Bar, la única judía israelí con la que mantuvo un cara a cara el criminal en sus 29 años de cautiverio.
Le hablé de mi padre, que sobrevivió a Auschwitz, y de mi hijo de cinco años. Cada vez que le envuelvo en una toalla después de bañarlo, le dije a Kuntar, pienso en Dani Harán y en su hija Einat. En el ataque terrorista de Naharia.
La muerte de la chica fue un trágico accidente, respondió Kuntar. Insistió en que él no la mató. Lo que importa, le dije, es que tú disparaste. Si no hubieras desembarcado en la playa de Naharia con tu lancha neumática, Einat Harán aún estaría viva. Él jamás expresó el menor arrepentimiento. [Lo de «jamás» requiere esta explicación: Jen y Kuntar se entrevistaron no una vez sino varias, a lo largo de cuatro años.
Ahí Kuntar cuenta a Kotes-Bar cómo siendo un mocoso de sólo 13 años se enroló en una organización terrorista extranjera para liberar una tierra que ni era suya ni de sus ancestros y que jamás había pisado; lo fantástico que le pareció disparar un kalashnikov por vez primera. Qué pasó según él en Naharia (el contraste con la verdad legal, establecida por la corte que le condenó a cinco cadenas perpetuas y 47 años de prisión, corre por cuenta de Kotes-Bar) y lo estúpidos que son los sionistas, como Smadar Harán, esa madre que asfixió a Yael para que no acabara como su hermanita Einat y su padre Daniel, Smadar que la ha tomado con él y que no entiende que el asesinato –por la espalda– de su marido y –a culatazos– de su hija “no fue nada personal” sino una misión heroica. “Hice lo que hice por mi pueblo, por mi país”, afirma el druso Kuntar, nacional de un Líbano que por aquel entonces (1974) no tenía una micra de territorio ocupada por el Estado judío.
A Kotes-Bar Kuntar le dijo que tenía ganas de estar solo y disfrutar de la casa que estando preso en Israel se compró en Beirut, a tiro de playa: tomarse un café en el balcón, fumarse un pitillo, bajar luego al mar a nadar y montar en moto acuática. Han pasado estos seis años y Kuntar no se ha convertido en ese hombre tranquilo de vida muelle que necesitaba “aprender a conducir, a ir al banco, a comprar cosas” porque entró en prisión por asesino cuando apenas era un muchacho: “Nunca he tenido dinero en mi mano”, llegó a confesar. En cambio, ha seguido siendo el gran guerrero jaleado por Hamás y Hezbolá y por los regímenes de Teherán y Damasco.
Hay que“matar más israelíes” –entre los cuales “no hay víctimas civiles”–, y a sus colaboradores por descontado; qué bueno que asesinaran al Nobel de la Paz Anuar el Sadat; a los que se alcen contra el carnicero Bashar al Asad habría que cortarles las manos: todo esto ha ido bramando Samir el sádico, al que las últimas informaciones sitúan en los Altos del Golán, tramando nuevas incursiones en territorio israelí de la mano de Hezbolá.
Prometo a mi pueblo y a mis seres queridos de Palestina que volveremos, yo y mis amados y valerosos camaradas de la Resistencia Islámica (Samir Kuntar, Beirut, 16-VII-2008).
http://elmed.io/samir-kuntar/
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