La semana pasada, un terrorista embistió con su coche a una multitud que se encontraba en una estación de ferrocarril ligero y mató a una bebé de tres meses. Otras ocho personas resultaron heridas, entre ellas una mujer de 22 años que murió pocos días después. El atacante huyó de la escena de los hechos y fue perseguido por la Policía, que lo abatió.
En los últimos días, también ha habido atentados terroristas en Ottawa y Nueva York, así que los israelíes no están solos. Pero muchos de ellos sí que sienten que lo están, pues notan que cada vez más europeos y norteamericanos no los consideran una pequeña nación que se encuentra a la vanguardia de un conflicto global contra el yihadismo, sino unos matones culpables de la guerra que se libra contra ellos.
El primer boletín de AP acerca del atentado terrorista reforzó esa impresión. Llevaba el siguiente titular: “Policía israelí dispara a un hombre en Jerusalén Este”. Poco después lo cambiaron por “Un coche se estrella contra una estación de ferrocarril en Jerusalén Este”. Finalmente, tras una serie de protestas en las redes sociales, el titular se convirtió en “Un palestino mata a un bebé en una estación de Jerusalén”.
También ocurrió lo siguiente: el movimiento Fatah, encabezado por el moderado presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, denominó al conductor terrorista un “heroico mártir” que había “llevado a cabo la operación jerosolimitana que condujo al atropello de colonos en la ocupada ciudad de Jerusalén”. Si esto suscitó indignación en alguna capital europea, me lo perdí.
Joshua Muravchik, miembro de la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, ha estado estudiando el avance del antiisraelismo. Presenta su análisis en un libro muy contundente y valioso: Making David into Goliath: How the World Turned Against Israel(“Convertir a David en Goliat: cómo el mundo se volvió contra Israel”).
Empecemos por las buenas noticias, aunque sólo sea porque no hay muchas: las encuestas muestran que una clara mayoría de norteamericanos sigue apoyando a Israel y cree que el Estado judío tiene derecho a existir y a defenderse.
Pero, durante las últimas décadas, intelectuales de izquierda, miembros del mundo académico, la Organización de Naciones Unidas, algunas de las principales iglesias protestantes y los medios de comunicación no sólo se han vuelto contrarios a Israel y a los israelíes sino, en muchos casos, hostiles. Al mismo tiempo, se han mostrado indulgentes respecto los enemigos del Estado judío, terroristas islamistas incluidos.
Un artículo del International Herald Tribune del fin de semana pasado señalaba que “El partido Laborista británico, de centro izquierda, a menudo simpatiza, de forma instintiva, con la causa palestina”. Hamás, que reivindicó los asesinatos de la mujer y de la bebé de la semana pasada en Jerusalén, define la causa palestina como el exterminio de Israel y el asesinato de los judíos. (Consta en los estatutos de Hamás; compruébenlo).
Si el Partido Laborista británico simpatiza con eso, probablemente se trate de una reacción informada, no instintiva. Muravchik señala que en los 60 –una fecha bien cercana– Israel era admirado casi de forma universal. El libro Éxodo, de Leon Uris, conformó la opinión mayoritaria, que consideraba “la fundación del Estado judío una historia de heroísmo, sacrificio y redención (…) justa y necesaria”.
Muravchik recuerda cómo, en mayo de 1967, el líder egipcio Gamal Abdel Naser envió a sus tropas al Sinaí, cerró los estrechos de Tirán al tráfico marítimo israelí (un acto de guerra) y prometió que Egipto, junto a otros ejércitos árabes, “destruiría a Israel (…) Éste es el poder árabe. Es la verdadera resurrección de la nación árabe”.
Tanto la opinión publica occidental como la de las élites apoyaron firmemente al Estado judío. Muravchik señala que, “conforme la crisis se ahondaba, un brillante grupo de intelectuales”, incluidos miles de miembros del mundo académico, instó al Gobierno estadounidense a ayudar a los israelíes a defenderse.
Cuando concluyó la lucha, Israel emergió triunfante y habiendo tomado Gaza a Egipto y la Margen Occidental a Jordania; el senador John McGovern, que se convertiría en el “candidato de la paz” por el Partido Demócrata en 1972, dijo que esperaba que Israel no “renunciara ni a un metro de territorio” hasta que los árabes hicieran las paces.
Este verano, en cambio, mientras Hamás lanzaba miles de misiles sobre Israel, el país era blanco de la ira. Los medios se centraban casi exclusivamente en las víctimas palestinas, aunque las Fuerzas de Defensa de Israel hicieran más de lo que haya hecho cualquier ejército de la historia por proteger a los no combatientes, muchos de los cuales fueron empleados como escudos humanos por Hamás.
¿Cómo ha llegado a producirse este cambio? Tras la guerra de 1967, los enemigos de Israel y sus críticos dejaron de hablar de un “conflicto árabe israelí”; éste se convirtió en un conflicto “palestino-israelí”.
El nuevo David era apoyado por todo el peso diplomático, político y económico de 22 Estados árabes, entre ellos gigantes del petróleo, así como por más de 50 naciones que se declaraban islámicas.
Otro factor significativo ha sido lo que Muravchik denomina “la transformación del paradigma de la izquierda de lucha de clases en lucha étnica”. Más de la mitad de los judíos israelíes procede de familias que, durante siglos, habitaron en territorios musulmanes. En los años 40 y 50 del pasado siglo, la mayoría de ellos se vio obligada a huir. Sin embargo, la versión forjada por la izquierda presenta a unos palestinos tercermundistas y oprimidos que se alzan contra unos usurpadores colonialistas europeos.
Los puntos de vista predominantes en la izquierda tienen tendencia a calar, aunque sea de forma diluida, en la opinión mayoritaria, añade Muravchik. Y “el bando antiisraelí no necesita ganarse del todo a Norteamérica. Sólo con neutralizarla se alteraría radicalmente el equilibrio de poder y se pondría a Israel en grave riesgo”. Muravchik no excluye la posibilidad de que, si este proceso siguiera adelante, si “los enemigos de Israel triunfaran, el resultado podría ser un segundo Holocausto”.
Esperaba las reflexiones de Muravchik acerca de los intentos de frenar el auge del antiisraelismo (y del antisemitismo que ahora va inextricablemente unido a él); acerca de por qué esos intentos se han quedado cortos y de qué más podrían considerar hacer quienes son
antiantiisraelíes (o incluso simplemente antigenocidio). Pero no las expuso. Puede que aborde ese tema en su próximo libro. O puede que les esté dejando esa tarea a autores de tendencia más activista y menos erudita. En cualquier caso, ha defendido de forma muy persuasiva el hecho de que ese tipo de reflexión es perentorio.
Foundation for Defense of Democracies
Joshua Muravchik, Making David into Goliath: How the World Turned Against Israel, Encounter Books, 2014, 296 páginas.
http://elmed.io/israel-y-la-guerra-de-las-palabras/
Cuando determinados colectivos (politicos, mediaticos o de cualquier otra indole) pretenden adueñarse en exclusiva de palabras tan dignas como; «paz», «libertad» «igualdad», «justicia» ect, privando de su uso a quienes no comulguen con sus estrechos postulados, incurren a sabiendas en una «guerra de palabras» desde el instante que utilizan estas en beneficio própio, y en detrimento de aquello que es objeto de su particular inquina o estigmatizacion …
Tal es el caso de quienes consideran victimas vitalicias, a los palestinos, por el mero hecho de oponerse a Israel, es por asi decirlo el pretexto utilizado por ellos , en la busquedad de fines miserables …
Ninguna perversion mayor que aquella que consiste, en parapetárse tras una causa supuestamente noble, para denigrar encubiertamente, en este preciso caso a Israel …
Asociar las muertes involuntarias de civiles en Gaza, con la puesta en práctica de la Shoá por parte de los nazis, representa uno de esos extremos a los que nos tienen acostumbrados ciertos médios
al igual que el de calificar de «milicianos» o «activistas» a todos aquellos comandos terroristas que atentan contra Israel, desde hace ya mas de 6 décadas …
Nos hayamos pues, ante una manifiesta e intencionada perversion del lenguaje, la cual es preciso denunciar, y reconducir por la via de los hechos, fomentando la denuncia hacia al empleo de palabras y expresiones tendenciosas, inductoras de violencia, ademas de inexactas desde un punto de vista estrictamente objetivo