Leo con sumo cuidado y atención los Fragmentos de un diluvio de mi querido, admirado autor provenzal Jean Giono, en la hermosa edición de Vaso Roto de Madrid y noto una vez más la influencia de la Biblia y los clásicos griegos en el hijo de un zapatero y una lavandera que llegó a ser, por su talento y esfuerzo, uno de los más grandes autores europeos del siglo XX, un pacifista harto de la guerra que estuvo en la cárcel por su rechazo a la obediencia y un hombre de la tierra como los que casi ya no existen. Recuerdo su espléndido cuento sobre un hombre que plantaba árboles en la alta montaña y me veo a mi mismo haciendo lo propio bajo los auspicios de KKL, el fondo judío para la repoblación botánica de Israel, hace de ello décadas.
Giono era de origen italiano aunque nacido en Monosque, Francia, y la Biblia fue para él lo que es y sigue siendo para nosotros los judíos, una fuente de inspiración constante, un jardín poético inagotable.
Este es un libro que habla de la caída de los ángeles, una obra muy apropiada para los días de la Segunda Guerra Mundial que tan bien ejemplificó la lucha de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad como reza el documento del Mar Muerto hallado poco después en las proximidades de Masada. Giono escribe: ´´La belleza que guardan a pesar de la desesperanza ilumina/ amplia el universo de una aurora más abierta, más chispeante de alondras.´´ Sospecho que esos ángeles caídos somos nosotros, salvados de un diluvio de agua y más de uno de fuego, pero Giono no hace alegorías sino que describe cómo los ángeles tienen bosques por barba y está obligados a vivir como nosotros, de tal modo que nadie sabe, ni sabrá, ahora y en el futuro, cómo diferenciar una de esas criaturas de un ser humano.
Lo cierto es que la historia de la Humanidad es la de sus sucesivas caídas, es decir la de sus guerras interminables y brevísimos períodos de paz. Tal vez por eso, por esa herida, por ese mal terrible y temible, Giono se empeña en ser optimista, en plantar árboles y escribir libros.
Durante años se reunían cerca de su pueblo hombres y mujeres que soñaban con una tierra mejor, y de esos visitantes convocados por Giono hoy nacen los ecologistas, los verdes, los nuevos utopistas, tan necesarios cuando el mundo estrecha sus posibilidades y oscurece sus horizontes. Porque vivimos en una época, escribe Giono en la década del cuarenta del siglo pasado, en la que ´´las palomas vuelan blancas y caen negras sobre la nieve.´´
En tales períodos históricos es cuando mejor resuena la voz de los profetas, su estridente señal de alarma, su furia y también su compasión. Giono cree que, y si verdaderamente se tiene buena fe, ´´entonces se puede interrogar al arcángel´´. Todos sus libros son interrogaciones, interpelaciones al hombre desde el punto de vista de la tierra, su guarida pero también su dispar paraíso. Pero ninguno de sus relatos tiene el alcance sorprendente y sorpresivo de su historia del hombre que plantaba árboles.
Si para Giono la naturaleza estaba en peligro entonces, primeras décadas del siglo pasado, hoy lo está aún más. Y sin embargo, por largo y ancho que sea nuestro lamento y por dramática que sea nuestra responsabilidad, no podemos caer en el abismo de la desesperanza. No lo hizo Job en su libro homónimo, ni lo hizo el genio provenzal en sus días más tristes. Gozó de la vida y nos enseñó a hacerlo.
Excelente comentario.
Hace falta en este agitado mundo
gente como Giono.
Poetas inspirados e inspiradores
que nos hagan tener esperanza y soñar despiertos de que es posible un mundo mas justo, mas, humano, donde reine la paz.
Shalom