La Ópera Metropolitana de Nueva York estrenó a mediados de octubre un drama musical basado en el asesinato de un ciudadano estadounidense en manos de la OLP casi treinta años atrás. Parte de la opinión pública reaccionó ofendida ante lo que consideró una higienización moral de ese atentado despreciable. Hubo pedidos de que la ópera fuese cancelada, protestas el día del estreno y un largo debate acerca de los méritos o deméritos de ponerla en escena. Comencemos por los hechos del caso.
El 7 de octubre de 1985 un grupo de cuatro terroristas palestinos bajo las órdenes de Abu Abbas secuestró en aguas egipcias un enorme crucero italiano, el Achille Lauro, tomando como rehenes a 545 pasajeros. Luego de exigir la liberación de unos cincuenta palestinos encarcelados en Israel, los integrantes de la banda asesinaron a quemarropa a un pasajero judeo-norteamericano minusválido de 69 años de edad, Leon Klinghoffer, arrojaron su cuerpo por la borda (junto con la silla de ruedas) y anunciaron por la radio del barco que en cuestión de minutos seguirán asesinando rehenes hasta que sus demandas fuesen cumplidas.
Cuando trascendió a la OLP que comandos estadounidenses preparaban abordar el crucero, Yasser Arafat decidió enviar dos mediadores a El Cairo a negociar la rendición de los terroristas, quienes fueron puestos en custodia en Egipto. Posteriormente, el presidente Hosni Mubarak falsamente anunció que los palestinos habían dejado el país, cuando en realidad aún se encontraban en una base militar egipcia. Al partir en un avión militar egipcio cuatro jets norteamericanos lo forzaron a aterrizar en Sicilia, donde las autoridades italianas apresaron a los fugitivos. A esta acción de Washington, Arafat la tildó de “loca” y como un insulto al mundo árabe.
Bettino Craxi, el premier italiano, se hizo cómplice de la fuga de los piratas modernos. Puso a Abu Abbas en un avión con destino a Yugoslavia, donde halló refugio en la oficina de la OLP en Belgrado. Los otros miembros del grupo fueron enjuiciados.
Al darse cuenta de que la operación se había transformado en un desastre de relaciones públicas, la OLP tomó distancia del episodio. El 8 de octubre Abu Iyad, lugarteniente de Arafat, adujo que los secuestradores eran parte de una agrupación menor no afiliada a la OLP. Al día siguiente, la organización palestina emitió un comunicado de prensa afirmando que los secuestradores no pertenecían a ningún grupo leal a Arafat, y un día más tarde el propio Arafat negó ante la prensa internacional involucramiento alguno de la OLP en el operativo.
El 10 de octubre, el “canciller” palestino Faruk Qaddumi aseguró que el asesinato de Klinghoffer era una gran mentira inventada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos. En diciembre, Qaddumi dijo ante la Liga Árabe -en presencia del Secretario-General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar- que “quizás fe su propia esposa quien lo empujó al mar para obtener la herencia. Nadie ni siquiera tenía evidencia de que fue asesinado”. En 1988 el propio Abu Abbas bromeó con que Klinghoffer se ahogó al intentar nadar.
Con la firma de los Acuerdos de Oslo, Israel permitió a Abu Abbas ingresar a Gaza, donde sentó residencia y pasó a recibir un sueldo de la recién creada Autoridad Palestina.
No he visto la ópera, de modo que no puedo comentarla. Pero sí he visto el trailer y las entrevistas al compositor que ofrece la Ópera Metropolitana de Nueva York en su portal, y juzgando sólo por eso ya puede verse que se trata de un acontecimiento sumamente polémico. El propio título contiene la palabra “muerte” en vez de “asesinato” y la ópera -basada en un libreto de Alice Goodman, nacida judía y ahora sacerdotisa anglicana,- “da voz a todas las partes”, tal como apuntaló The New York Times en un editorial apologético.
En el trailer puede verse a Klinghoffer denunciar la brutalidad del terrorismo palestino y a uno de los terroristas cantar: “Todo el tiempo se quejan de vuestro sufrimiento pero donde hombres pobres se reúnen puedes hallar judíos engordando. Ustedes saben como engañar al simple, explotar a la virgen, contaminar donde han expoliado. Ustedes difaman a quienes engañan y quiebran vuestra propia ley con la idolatría. EE.UU. es un judío grandote”. No sé que opinará el diario neoyorquino al respecto, pero eso a mí me luce como dar voz a un antisemita. Lo cual, parece, es parte de la idea. “La ópera”, explica su compositor John Adams, “mira a los terroristas y a los pasajeros y ve humanidad en ambos”, lo cual no habrá sido muy difícil para quien opina que “el terrorismo es un acto de desesperación”.
Adams ha mostrado interés en tornar asuntos políticos en dramas escénicos previamente, con Doctor Atómico y Nixon en China. “Escribir una ópera sobre el terrorismo es indudablemente una idea provocadora” admitió el compositor. Un punto que La muerte de Leon Klinghoffer viene confirmando desde su estreno en Bruselas en 1991.
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