Diez años después de que finalizara la segunda, la tercera Intifada palestina se desarrolla en nuestra región. A diferencia de las dos anteriores, ésta no sorprendió a nadie, y aunque ninguna de las partes se atreve a declararla oficialmente como tal por las consecuencias que conlleva, la inscripción ya hace demasiado tiempo que está escrita en la pared.
El interrogante de si la actual escalada de violencia en la zona es o no un nuevo alzamiento palestino contra Israel ocupa a analistas y políticos israelíes pero si los primeros ven claramente la realidad, los segundos prefieren seguir especulando con sus dudas. Sin embargo la opinión pública, con tres guerras en cinco años y medio, ya no los toma en serio y sabe llamar a las cosas por su nombre.
«Si parece a una Intifada, se ve como una Intifada y suena como una Intifada, entonces es una Intifada», escribió la periodista israelí Sima Kadmón en «Yediot Aharonot».
Nahum Barnea, otro de los principales columnistas de ese medio, sostuvo que «veo la Intifada en los ojos de los habitantes de Jerusalén, en el temor con el que los padres se separan de sus hijos en las puertas de las escuela o de los jardines de infantes, en las atemorizadas miradas de sospecha hacia los árabes que suben a un autobús o al tranvía ligero».
Sensaciones muy palpables y comprensible aún en quienes vivimos la primera Intifada, entre 1987 y 1992, y la mucho más sangrienta entre 2000 y 2004.
Los expertos destacan el final de la segunda entre la muerte de Yasser Arafat y la elección de Mahmud Abbás como presidente de la Autoridad Palestina (AP), a comienzos de 2005.
En ese momento, la gestión de Abbás, un político más moderado que Arafat, y la desconexión unilateral israelí de Gaza, se tradujeron en una instantánea reducción de la violencia y abrieron un horizonte al diálogo en 2007 (Annápolis) que – oh, sorpresa – tampoco prosperó.
Asimismo, el fracaso de los mínimos intentos diplomáticos que Abbás y Netanyahu, protagonizaron en 2013 y 2014, abren ahora las puertas del infierno.
La falta de una iniciativa diplomática y la negativa a aceptar la cruda realidad tal y como es, conducen a un nuevo enfrentamiento violento de trágicas consecuencias.
La tercera Intifada se inició en junio con el asesinato de tres adolescentes judíos en Cisjordania y de un joven palestino quemado vivo en Jerusalén, hechos que derivaron en la operación militar israelí «Margen Protector» contra Hamás en Gaza y un discurso ultranacionalista que empuja a ambos pueblos a un callejón sin salida.
Netanyahu y sus pirómanos mesiánicos huelen elecciones y se entregaron nuevamente a una dialéctica y a una política en la que «lo que no se consigue por la fuerza, se alcanza con más fuerza» con más viviendas en los asentamientos y visitas provocativas al Monte del Templo, que siempre dejan muertos pero también aseguran votos.
Por su parte, Abbás retomó los pasos de Arafat con advertencias de «una guerra religiosa de devastadoras consecuencias» y aseguró que los palestinos «defenderán Al Aqsa, las demás mezquitas y las iglesias del terrorismo de los colonos y del extremismo».
Se trata de un llamamiento de peligrosos resultados en una zona donde la religión siempre fue parte inseparable del conflicto, actualmente y durante los últimos veinte siglos.
«Los líderes de la región tienen dificultades en entender la importancia de Dios en la vida de sus fieles», explicó Barnea sobre la reacción que generan con sus actos y declaraciones.
La lucha por Jerusalén es el origen de la cadena de ataques palestinos este último mes, en la murieron seis israelíes – más que en todo 2013 -, y perpetrada en general por terrorista árabes solteros, de fuerte ideología religiosa pero sin incitación política definida. Si la primera Intifada fue la de las piedras y la segunda la de los fusiles, la tercera es la de las individualidades sumergidas en la desesperación y el odio, quizás la más peligrosa.
«No vemos una organización detrás de los atentados en Jerusalén, Kfar Kana o el intento de linchamiento en Taibe, aseguró el ministro de Seguridad Interior, Itzjak Aharonovich, al descartar ante los medios una Intifada. Pero ya no convence a nadie, ni siquiera a él mismo.
Aunque la prensa israelí se empecina en no excederse en información al respecto, vaya uno a saber por qué -, la tercera Intifada se desarrolla también en los campos de refugiados de Hebrón, Belén, Jenín, Nablus, Balata o Deheishe, en Cisjordania. Todos los días hay allí enfrentamientos contra las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Un verdadero tiro en la rodilla, ya que las redes sociales superan a los medios en información escrita y visual y están al alcance de cualquiera con testimonios on-line las 24 horas del día.
Es en esos campos donde las FDI se encuentran desde el año pasado con una mayor oposición popular a arrestos y decisiones que reducen la libertades individuales de los palestinos en Cisjordania. Ya hay más de 40 muertos en lo que va de 2014.
En una carta escrita desde la prisión israelí en la que cumple cinco cadenas perpetuas desde 2002, Marwán Barghuti, el principal líder de la segunda Intifada, exhortó a la dirigencia palestina a abrazar «la resistencia armada global», porque así serán «fieles al legado de Arafat, sus ideas y sus principios».
Abbás aseguró, sin embargo, que se opone a la violencia y sigue la misma y única opción diplomática a pesar de lo que ocurre en el terreno que se desvía de sus aspiraciones para conseguir un acuerdo definitivo a través de negociaciones.
En la completa ausencia de un «horizonte diplomático regional», sobre el cual presumió Bibi en sus intervenciones en la ONU y en el Parlamento israelí, el destino de la zona parece estar ahora en manos de la petición que Abbás presentará próximamente al Consejo de Seguridad para obligar a Israel a poner fin a la ocupación en un plazo de tres años. Esta vez la situación israelí es tan mala que ni siquiera el veto norteamericano está garantizado.
Sea cual fuere el resultado, la tercera Intifada ya está sobre la mesa, y serán las decisiones y contra-decisiones de los dirigentes las que, oficialmente, hagan estallar o no el polvorín en la zona, y esta vez, a diferencia de las dos anteriores, el de todo Oriente Medio.
«Netanyahu y sus pirómanos mesiánicos huelen elecciones y se entregaron nuevamente a una dialéctica y a una política en la que «lo que no se consigue por la fuerza, se alcanza con más fuerza» con más viviendas en los asentamientos y visitas provocativas al Monte del Templo, que siempre dejan muertos pero también aseguran votos.» Un párrafo lleno de razón. Los asentamientos en Jerusalén este deben pararse si se quiere al menos intentar conseguir un tratado de paz y no dar justificación a los palestinos para la intifada (otra cosa es que se consiga que no «busquen razones» para la misma). Los mesiánicos ultraortodoxos deben dejar de acudir a su Monte del Templo, actualmente Explanada de las Mezquitas, para rezar porque el Templo fue destruido hace muchos siglos y actualmente se erige allí un lugar sagrado para los árabes desde hace siglos. Los religiosos judíos tienen el Muro de las Lamentaciones. ¿Qué harían si los palestinos se acercasen allí para rezar?