No es fácil escuchar últimamente al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás. No porque critique a Israel. Eso es lo que hacen los adversarios y es lógico que haya lo que criticar cuando hay un serio conflicto de por medio.
El problema es cuando miente – y nos atrevemos a decir «a sabiendas» -, cuando tergiversa la historia y, lo peor, cuando lo hace consciente de que sus palabras azuzan las llamas, agitan los ánimos e incitan a la violencia.
El problema es cuando no habla como un duro adversario, sino como enemigo.
Abbás puede que siga siendo ante el mundo el líder palestino con el que todos quieren congraciarse, al que todos ven como moderado – especialmente comparando con los integristas de Hamás -, pero en los últimos tiempos, está actuando con gran irresponsabilidad.
La incitación de boca de Abbás y otras figuras palestinas, ha servido de claro combustible al terrorismo de las últimas semanas, en atentados que han cobrado por ahora la vida de seis civiles. Sus llamados a garantizar «sea como sea», que no haya presencia «de colonos» en la Explanada de las Mezquitas, fue una exhortación implícita a echar por la fuerza a los judíos que suben al lugar sagrado, aunque no oren allí.
Cabe recordar que lo que cuenta en el terreno, es la política del Gobierno, que el primer ministro Binyamín Netanyahu recalca una y otra vez que no se piensa modificar el status quo en el lugar, digan lo que digan algunos grupos o personas a título particular.
Este jueves lo reiteró ante varias decenas de diplomáticos en Israel el viceministro de Exteriores Tzaji Hanegbi: «Israel está comprometido con la libertad de cultos para todos los credos y con la santidad y seguridad de todos los santuarios. Ha mantenido y continuará manteniendo el status quo en el Monte del Templo y el rol especial de Jordania como protector de los santuarios del islam en Jerusalem. Israel resistirá todos los intentos de cambio. Cualquier declaración indicando lo contrario, es una opinión privada que no representa al Gobierno de Israel».
Pero Abbás sigue con lo suyo. «El mundo musulmán y el mundo cristiano jamás aceptarán las alegaciones israelíes según las cuales Jerusalén les pertenece», vociferó el pasado martes en Ramallah.
«Jerusalén es nuestra capital y nunca renunciaremos a ella. La Jerusalén que fue ocupada en 1967 es nuestra Jerusalén. Salvaguardaremos y protegeremos nuestros lugares sagrados», afirmó, y luego agregó, preguntando retóricamente quiénes son los guardianes de los santuarios. «Están sentados en Al Aqsa y el la Iglesia del Santo Sepulcro para orar y proteger. Y si ellos (los israelíes) los atacan, tienen derecho a defenderse y a defender los santuarios. Mantengan a los colonos extremistas fuera de la Mezquita de Al Aqsa y de nuestros sitios sagrados».
Y usando una terminología característica de los peores antisemitas de la Alemania nazi, añadió: «No permitan que nuestros lugares sagrados sean contaminados».
Debemos reconocer que nos cuesta mantener la calma mientras leemos y releemos estas palabras de Abbás.
El presidente de la AP quiere evidentemente dar a entender que hay aquí una especie de ofensiva religiosa judía e israelí contra los lugares sagrados no judíos.
De la ridiculez que suele mencionar cerca de Navidad todos los años, diciendo que Jesús era palestino, no hay mucha distancia hasta el uso despreciable que hace en el discurso aquí citado, del Santo Sepulcro, sagrado por cierto para el cristianismo, en aras de su incitación anti israelí.
¿Guardias sentados en el Santo Sepulcro para proteger por si Israel ataca? Los únicos guardias que hay en la zona del Santo Sepulcro son policías israelíes que en las callejuelas aledañas están atentos por si alguien perpetra un atentado e intenta alterar la normalidad con que peregrinos cristianos originarios de todos los confines del mundo, llegan a Jerusalén y oran libremente, sin problema de ningún tipo.
Esto no es por cierto lo que les ocurre a los cristianos en otras partes de Oriente Medio, donde el radicalismo islámico los limita, cuando no los asesina.
Y sobre Jerusalén, presidente Abbás, una corrección, que no es pequeña. Usted quiere que Jerusalén sea su capital, pero se equivoca al decir «Jerusalén es nuestra capital». No lo es; y no lo fue nunca.
«La Jerusalén que fue ocupada en 1967 es nuestra Jerusalén», usted afirma; pues no; era jordana, no palestina; y también esa era una ocupación, producto de una guerra que fue iniciada por los árabes, con tal de hacer imposible la creación de Israel.
Jerusalén, formalmente, está unificada. No creemos sin embargo en esa noción. Incluye dos mundos que vivirían mejor si estuvieran separados. Nuestra convicción de que sería mucho mejor que los barrios árabes estén del lado palestino no significa, sin embargo, que la retórica de Abbás tenga fundamentos históricos. Falsea la historia, y no sabemos qué es peor: si sabe que está mintiendo y lo sigue haciendo, o si realmente ya cree en sus propios inventos.
«Mantengan a los colonos extremistas fuera de la Mezquita de Al Aqsa», exhorta Abbás, con otra burda mentira. Los judíos que visitan el Monte del Templo, no sólo que no son todos «colonos» – Abbás usa el término para desprestigiarlos – sino que no entran jamás a las mezquitas.
La Mezquita de Al Aqsa propiamente dicha, ocupa una pequeñísima parte de la enorme explanada que tiene una superficie de unos 150 mil metros cuadrados. Los judíos y otros no musulmanes que suben a visitar el lugar – y que tienen prohibido orar allí, lo cual constituye precisamente el famoso «status quo» – recorren sólo la explanada alrededor de las mezquitas. No entran en ellas, ni a Al Aqsa ni al Domo de la Roca, de cúpula dorada. ¿Pero qué importan los detalles, los hechos? En aras de la incitación, parece que todo está permitido.
Pero volvamos al título de este editorial. «Irresponsables», en plural.
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