El pasado martes el Congreso de los Diputados español aprobó una proposición no de ley que insta al Gobierno de España a reconocer a Palestina como Estado. Se trató de una votación sin carácter vinculante que ni siquiera establece una fecha. El Parlamento español es el tercero en Europa que, tras los precedentes británico e irlandés, aprueba una medida así, y pronto será el francés el que realice una votación sobre el mismo asunto.
El objetivo de la medida, según quienes la han apoyado, es impulsar el proceso de paz en el conflicto palestino-israelí. No queda muy claro cómo el reconocimiento diplomático de Palestina como Estado contribuiría de forma alguna a la paz, a no ser que entendamos el gesto como un castigo a Israel. En este último caso, el Congreso de los Diputados habría tomado la decisión en torno a la idea de que a día de hoy el principal obstáculo para la paz es Israel. Si es así, podríamos discutir la certeza de tal análisis. Pero si optamos por creer que quienes apoyaron el reconocimiento de Palestina como Estado honestamente creen que es una medida que nos acerca a la existencia de dos países que convivan en paz, tenemos derecho a pensar que los diputados españoles están atrapados en una burbuja post moderna que les lleva a creer que el lenguaje construye realidades.
La lista de requisitos que definen un Estado comúnmente aceptada es la que se encuentra en el artículo primero de la Convención de Montevideo de 1933, que establece que un Estado debe contar con una población permanente, un territorio determinado y un Gobierno, así como con capacidad de entrar en relaciones con los demás Estados. En primer lugar, correría a cargo de las autoridades palestinas establecer el criterio para conceder la ciudadanía, pero se presentaría un primera dilema sobre los refugiados y sus descendientes que viven en los países árabes de la zona. Más complicada es la definición de las fronteras. Las conocidas como “fronteras de 1967” son en realidad las líneas de los armisticios firmados en 1949, que en el caso egipcio-israelíestablecían (artículo V.2) que no constituían una frontera “política o territorial”. Precisamente la demarcación de las fronteras del hipotético Estado palestino es uno de los grandes temas a negociar, quedando clara la postura israelí de no renunciar a determinadas poblaciones judías de Cisjordania, que serían intercambiadas por una superficie equivalente.
Pero es sin duda el requisito de la existencia de un Gobierno funcional el mayor escollo para considerar a Palestina un candidato a Estado.
En 2007 estalló una revuelta en Gaza en la que fuerzas de Hamás se enfrentaron a las de la Autoridad Palestina, formadas por miembros del partido rival Fatah. Hamás tomó el poder en la Franja y lanzó una campaña de represión contra miembros de Fatah que derivó en asesinatos (arrojamientos de rivales desde azoteas incluidos). Muchos miembros de Fatah hallaron la salvación huyendo a Israel. El aún no nacido Estado palestino se convirtió entonces en el equivalente a un Estado fallido, en los que las autoridades gubernamentales no controlan amplias zonas del territorio. En el caso de Gaza encontramos además una multiplicidad de actores armados: Comités de Resistencia Popular, Movimiento de la Yihad Palestina, Ejército del Islam, etc. Incluso aparecieron grupos simpatizantes del conocido actualmente como Estado Islámico, tal es el caso del responsable de la muerte en 2011 del activista italiano Vittorio Arrigoni o del que reivindicó el ataque a un centro cultural francés el pasado mes de octubre.
La importancia de la fuerza necesaria y la legitimidad popular para su empleo, de las que carece la Autoridad Palestina, están presentes en la definición más popular de Estado en el terreno de las ciencias sociales. Max Weber definió en una célebre conferencia impartida en 1919 que el Estado se caracteriza por reclamar con éxito “el monopolio de la violencia física legítima”. Cabría discutir si la Autoridad Palestina es incapaz o carece de la voluntad de desarmar a los grupos armados palestinos. Pero sí sabemos que la preocupación en Israel es la falta de un interlocutor que dé credibilidad a los acuerdos de paz y los haga cumplir. La experiencia israelí de las últimas décadas es que la paz es posible y la convivencia llevadera, como demuestra el flujo cruzado de hidrocarburos y turistas con Egipto y Jordania. Pero también que los acuerdos de paz sólo son posibles con un Estado consolidado y un Gobierno fuerte. La paz fue posible entonces porque los Gobiernos de Egipto y Jordania cumplieron e hicieron cumplir los acuerdos. Sin embargo, cuando Israel, buscando la paz, entregó territorios unilateralmente sin que un Estado tomara el control de forma efectiva, el vacío de poder fue rápidamente ocupado por grupos armados, tanto en el sur del Líbano como en Gaza. Israel entregó territorios y no tuvo paz.
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