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| sábado noviembre 16, 2024

Perfecta imperfección


La cripsis o el camuflaje perfecto no se aprende en una sola vida, tal vez se necesiten varias, dos o tres generaciones de observación minuciosa del entorno hasta que color, superficie y bordes regresan de lo animal a lo vegetal de modo tan sutil que, lo que tardó miles de años en formarse, emplea segundos en recorrer el camino inverso. Mientras eso no suceda todo es fuga, un esquivar aquí y un volar allá, temblar de miedo o contar con los favores de una nube que disimule porte y postura.

Las Kallimas son mariposas de la familia de las ninfálidas que viven en el sudoeste asiático y que al plegarse se transforman en hojas secas, mientras que abiertas de par en par sus caras superiores exhiben tonos verdes, celestes, ocres, blancos y. negros. Su belleza es esquiva, difuminada, su vuelo errático y crepuscular.

El dolor, tal vez el desgarramiento de un ala les llevó profundizar su cripsis. La que lo había logrado lo comunicó a otra en su lenguaje de perfumes y vuelos, en su torsión de antenas y parpadeos aéreos.

-Una hoja jamás es perfecta-dijo- tienen hongos, pequeños nudos, líquenes minúsculos en los que se agrisa la tarde.
La que había oído ese mensaje, a su vez, y tras probar en carne propia su efectividad, difundió el modo de vestir una mota, asumir una raya irregular o elevar, incluso, una pequeña protuberancia. ¡Cuántas hojas hay que mirar en el otoño de su adiós, en su sequedad anterior al desprendimiento para salvar la vida! ¡De cuántas quietudes y fijezas están hechas serenidad y salvación! Cada perfección natural se construye, entonces, sobre cien imperfecciones estudiadas, extraídas con paciencia de la rectitud de la rama y del limbo que al estrecharse se engarza al árbol, porque también de eso saben los pájaros, de la porción laminar de la hoja, sostén de su oscilación y danza, de ahí que, al posarse, las patas de la mariposa se estrechen tanto que mimen el tallo.

-¿Estoy bien así?- preguntó en la penumbra del bosque una Kallima recién nacida a una mayor.
-Hoy-le respondió la que ya había amado y se disponía a sembrar sus huevos-, ahora mismo tus alas pueden mostrar un borde roto, una mancha negra, un punto gris. Pero como el ojo depredador aprende pronto, mañana deben revelar una breve claridad mechada de franjas oscuras. Nuestras alas se salvan variando su aspecto, borrando lo previo y absorbiendo lo distinto.

-¿Existe, acaso, un número para culminar lo variable así como hay cifra exacta para la paridad de nuestras antenas, o bien nunca terminaremos de aprender?
-Detente en el hallazgo-agregó la madre inminente-, y tus enemigos no tardarán en descubrir la comodidad de tus hábitos. Recompone una y otra vez tu destino y pasarán sin molestarte delante de tus talentos y debilidades para alegría y silencio de tus horas.

Mario Satz: El alfabeto alado

 
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