En el avión que lo llevaba de Addis Adeba a Israel en la Operación Moisés, Rabí Obed Geezi, de ojos velados por las cataratas, llevaba consigo un trozo de azufre y otro de almizcle en recuerdo de sus días de pobre falasha que compensaba las escasas ganancias que obtenía como orfebre con el tráfico de lo que entonces se llamaban piedras de olor, substancias madres para fabricar remedios y esencias. El almizcle procedía de Karachi, pero antes había estado en manos de un mercader musulmán de la región de Kandahar. El azufre, en cambio, había sido comprado en el mercado de Adén.
-¿Por qué llevas esas piedras manoseadas a Israel, padre?-le preguntó Abiaj Geezi, su hijo.
-Cuando era joven me perdí en el desierto, con agua escasa y un sol que partía cabezas. Iba, debía ir de Sana a Khaybar, pero se me murieron las mulas, me robaron el cargamento y sólo pude ocultar entre mis ropas este pedazo de azufre y este vestigio de almizcle, huellas del infierno y del paraíso entre los cuales siempre estamos. Creo que fueron ellas, estas piedras, las que me salvaron la vida.
-No me lo habías contado nunca, padre-dijo Abiaj Geezi, mirando con asombro el sinuoso borde del Mar Rojo. Era la primera vez en sus treinta años que viajaba en avión.
-´´El universo se sostiene por sus secretos´´, dicen nuestros sabios-confesó Rabí Obed Geezi-. Y ahora que volvemos a casa después de tantos siglos-agregó- puedo serte franco: así como el infierno tiene que ver con nuestro trasero, así depende, el paraíso, de la boca. Por eso allí abajo suele oler a muerte y azufre y aquí arriba, entre los labios, escasa pero existente, la buena palabra nace perfumada para beneficio propio y ajeno.
Asombrado, Abiaj Geezi miró a su padre como si estuviese viendo a otra persona, transtornada por ese vuelo sobre el candente desierto de Arabia, la misma Arabia Felix-aunque él no lo sabía- de la mirra y el incienso míticos, la terra speciorum de la Antigüedad.
-El infierno es el sitio de los deshechos y el paraíso el de los hechos-prosiguió, dilatando sus ojos velados, Rabí Obed Geezi-; como el ciervo almizclero del que procede esta piedra, al paraíso tendemos cuando todos nuestros mensajes son reclamos de amor, y del infierno no nos alejaremos a menos que nuestros actos sean frutos comestibles, obras vivas y fragantes. Aguas sanas para la sed de muchas bocas.
-Pero entonces-suspiró con cierto desconsuelo el hijo-, siempre estaremos en medio, entre el paraíso y el infierno, pendiendo por arriba de la boca y dependiendo por debajo del trasero.
-Te equivocas-sonrió el padre-, como ahora, siempre estamos en vuelo, en movimiento, oscilando, y en eso consiste la gracia humana. En la correcta oscilación. Si bajas demasiado la peste del azufre te llena de desprecio, y una y otra vez eres expulsado del cuerpo de la vida; pero si, en cambio, subes demasiado alto, el almizclado aroma de tu orgullo te pierde, la fragancia de tu vanidad de aturde y entonces te alejas de los que te necesitan. Oscila como tu propio corazón y no habrá lugar al que no llegues ni compasión que no sientas ni alegría que te esté vedada. Sólo cuando se conocen los extremos se alcanza la sabiduría del centro.
En 1984, en la llamada Operación Moisés, 15.000 falashas judíos de una Etiopía devorada por el hambre y la pobreza viajaron secretamente a Israel en uno de los puentes aéreos más sorprendentes de la historia moderna, por cuanto los viajeros no se desplazaban solamente en el espacio, sino que también iban de la Edad Media al siglo XX en cuestión de horas. Oscilar se dice en hebreo hitnoded ( ddwnth ), cuya raíz más obvia es nod (dwn ) errar, vagar, pero como las letras restantes de la palabra oscilar forman, a su vez, la expresión ha-dat ( tdh ), la religión, es probable que el auténtico sentido de ésta sea enseñarnos a fluctuar con armonía entre el infierno de las expulsiones y el paraíso de las integraciones.
Este es un cuento de La Palmera Transparente de Mario Satz
Precioso relato , con un profundo mensaje..
El del equilibrio de la vida.
Gracias Mario es un placer leerte…
Shalom