Jánuca está prácticamente aquí, es la temporada de la luz.
Es hora de celebrar los milagros ancestrales, nuestra victoria sobre la oscuridad espiritual.
¿Pero cómo celebramos cuando las cosas parecen tan oscuras?
¿Dónde está la luz?
En nuestro mundo, los hombres rectos son masacrados mientras están envueltos en sus mantos de rezo, sus vidas son apagadas mientras se encuentran frente a D’os inmersos en una intensa plegaria. En nuestro mundo, las mujeres judías y sus hijos caminan temerosos por las calles de Francia. El país Irán se hace cada vez más fuerte. ISIS eleva su negra bandera del mal. Y a pesar de todo esto, la vida continúa. Escuchamos las pegajosas melodías festivas, ¡compra uno y lleva otro gratis!
Esta complacencia se siente como oscuridad.
A veces me consuelo a mí misma. Es fácil sentirse así en diciembre, cuando en nuestro hemisferio norte el día termina a las cuatro de la tarde, el sol brilla tenuemente y el aire es frío. Me aseguro que se trata sólo de una jugarreta de la luz. Pero no es sólo eso. Es el silencio donde debería haber fiereza. Es el acuerdo tácito que le permite florecer al mal. La humanidad parece estar volviéndose ciega, y el mundo da vueltas y vueltas.
Pero el pueblo judío no es complaciente. Estamos peleando. Al igual que en los días de antaño, cuando la oscuridad se avecina la combatimos con la eterna luz de la Torá. En las sinagogas y escuelas estudiamos los textos ancestrales y extrapolamos nuevos significados. En los sótanos y salones de estar florecen las instituciones de préstamos sin intereses, se hacen referencias médicas, se llevan comidas caseras al hambriento, se hacen visitas al enfermo, se da consuelo a sus familias. Se recauda dinero para ayudar al pobre, para apoyar a nuestro ejército. Se recitan plegarias por los enfermos y heridos. Celebramos Shabat con un vigor renovado y hacemos un llamado a nuestros hermanos judíos para que se unan a nosotros.
Como han hecho los judíos desde tiempos inmemorables, la red de bondad, de Tikún Olam, reparar el mundo, se difunde y crece, llegando cada vez más lejos hasta las esquinas más recónditas de la Tierra, hasta los rincones más oscuros de nuestros corazones. Estamos reuniendo méritos y repartiendo bondad. Estamos encendiendo nuestro mundo.
Jánuca se acerca y mis hijos me miran con ojos brillosos. Al igual que los niños judíos de todas partes del mundo, ellos no conocen la oscuridad, sino que creen en la luz. Quieren escuchar la historia de los héroes, de aquellos bravos hombres y mujeres que se rehusaron a rendirse. Quieren escuchar la historia ancestral de los judíos y quieren sentirla por sí mismos. Así que se las relato.
Pero también les digo que la luz no brilla de forma gratuita. Que al igual que en los días de antaño, hay una guerra que debe ser luchada. Una batalla en contra de la complacencia, en contra de la lenta e incremental inclinación hacia la oscuridad, el oscurecimiento de nuestras almas, de nuestra fe y de nuestra esperanza. Es una guerra que pelamos durante todas nuestras vidas con el mundo y con nosotros mismos. Les digo que no es difícil encenderla; lo difícil es mantenerla brillando. Los milagros llegan para quienes los merecen, para quienes se ganan su luz.
Es Jánuca, por lo que les recordaré que Quien creó la oscuridad también creó la luz, y que Él todavía sigue a cargo. Les susurraré: “Dejen a Quien hizo arder las velas en ese entonces, que lo haga por nosotros ahora, “bayamim hahem, bazmán hazé” (como en aquellos días, en nuestro tiempo). El mundo cambia, pero Él no ha cambiado.
Les diré a mis hijos que nosotros somos las pequeñas luces. Estamos reuniendo la leña. Estamos avivando las chispas.
Y les mostraré la foto que fue sacada en la Alemania de 1931 por la esposa de Rav Akiva Posner. Una Menorá apoyada en el borde de la ventana con una bandera Nazi ondeando frente a ella. En la parte posterior de la foto, la santa mujer escribió: “Muerte a los judíos, dice la bandera. Los judíos son eternos, le responde la luz”.
Les diré a mis hijos ‘es un mundo oscuro. Ustedes deben ser la luz’.
Y también me lo diré a mí misma.
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