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| miércoles diciembre 18, 2024

Las manos


I

Aristóteles llamaba a la mano humana ´´instrumento de instrumentos´´ y creía, no sin razón, que el hombre debía casi todo su desarrollo cultural a la destreza (palabra que viene de diestra o mano derecha), a esa proteica cualidad que le ha permitido fabricar herramientas, más duras y afiladas  que sus propios dígitos. En griego la voz jeir indica y designa no sólo la mano y la muñeca que la palma articula en el antebrazo sino también un garfio, un gancho de abordaje, razón por la cual la idea aristotélica se haya plenamente justificada. Al mismo tiempo, dactylos, que designa al dedo, también se refiere a cada uno de los brazos de la lira o la palanca balística de una máquina de guerra. Este sería, también, el origen de la falange como estructura militar copiada de la disposición de nuestros dedos.

Incluso la voz manifestar procede de mano, como si ésta fuera a la acción lo que el pensamiento al cerebro. De hecho, en la somatotopía esbozada por Broca y sus discípulos, el lugar que ocupan la mano y el brazo es exageradamente grande en comparación con otras partes del cuerpo. Jean Brun, helenista de prestigio, anota que ´´la historia de la mano es, en definitiva, la del dominio del hombre sobre la Historia, pues gracias a la mano el ser humano se afirmará de manera más o menos explícita, pasando de un tiempo que lo ha hecho a un tiempo que él puede hacer. Gracias a ella, la mano-prosigue Brun-, el hombre ha dejado de ser un homo hominatus para devenir un homo hominans´´. Tanto los hebreos como los chinos relacionan la mano con la amistad, simbolizando ésta por la izquierda estrechando la derecha, gesto que para Kafka, gran trágico, tenía que ver con la compasión, según anota en sus diarios.

Al margen de la connotación política, los conceptos de derecha e izquierda constituyen la huella de nuestra lateralidad, es decir, de nuestra estructura física. Entre las muchas teorías que intentan explicar nuestra predilección por una u otra mano, la que exhuma Carl Sagan en su libro Los dragones del Edén  nos deja atolondrados porque se relaciona con la carencia de «papel higiénico en las sociedades preindustriales. Durante parte de nuestra historia pasada, y también hoy en muchas partes del mundo, después de excretar se usa la mano izquierda para la higiene personal». De modo que, para civilizarnos, optamos por actuar públicamente con la mano derecha reservando la izquierda o siniestra(que así se dice en latín)para nuestra intimidad. Y así fue como la izquierda se convirtió, a través de los siglos, en lo que había que ocultar, pues era bajo y vergonzoso, y la derecha representó lo probo, honrado, justo y luminoso. Tanta preeminencia alcanzó el favoritismo por la mano incontaminada, que incluso para nombrar a quien utiliza ambas manos decimos ambidextro, o sea ´´aquel que emplea las dos manos como si fuesen derechas´´.

Desde la Biblia, que hace de la derecha el lado de los Elegidos y del andrógino Adán un ser que cedió la costilla del sector izquierdo a la mujer, hasta los bambaras africanos para quienes la izquierda simboliza el desorden, la incertidumbre y las alteraciones de conciencia mientras que la derecha encarna el trabajo y la fidelidad, pasando por muchas culturas y latitudes y llegando a nuestra época, hemos sido víctimas de una convención que parece disolverse no bien recurrimos al más sencillo análisis neurológico para ver cómo el hemisferio cerebral izquierdo rige la mano derecha en tanto que, recíprocamente, el derecho gobierna la mano izquierda. Por dentro, un espejo invierte cuidadosamente nuestras pretensiones. Dimond, un psicólogo de Cardiff, descubrió que la información recogida por un hemisferio se transmite al otro a través del cuerpo calloso, sito entre ambos; y también que si el derecho posee una tendencia a ver el lado hostil, desagradable y hasta repelente de la vida, el izquierdo ve el más ligero, explicándose así nuestra complementariedad, tan ambigua como necesaria. Hoy,sabemos, no hay ondas sin partículas ni totalitarismos que no engendren una fuerte reacción individual.

Por otra parte, suelen atribuirse al hemisferio izquierdo los productos de la razón y de la lógica, y al derecho los de la intuición y el universo analógico. Nuestras sociedades se constituyen y articulan sobre esas dos ramas de pensamiento, pero el árbol, calloso y denso, parece estar únicamente regido por las apetencias verticales del cielo y de la tierra. Ese árbol es, en cierto modo, la masa humana, que tan pronto oscila hacia la izquierda como hacia la derecha, la más de las veces inconsciente de los determinismos de nuestra lateralidad. En suma, que el mundo de las polaridades y diferencias es cultural y, por lo visto, inextirpable, ya que aun sabiendo que todos poseemos dos hemisferios, algunos intentan culpar a uno de ellos, siempre al otro, de lo que, en el interior de sí mismo contradice sus propias tendencias. En el nervio óptico lo izquierdo se convierte en derecho y lo derecho en izquierdo, o por lo menos allí nos cruzamos biológicamente y sin problemas. Lewis Carroll, que sabía tanto de fábulas como de matemáticas, inventó un país detrás del espejo en el cual las convenciones sociales eran distintas pero aún así se daba el diálogo, la ineludible y fecunda dualidad de preguntas y respuestas.

´´El empleo que en política-comenta Sagan-se hace de los términos derecha e izquierda parece remontarse al momento histórico en que surge una fuerza popular como contrapeso al estamento nobiliario. Los nobles solían sentarse a la derecha del rey y los advenedizos-los capitalistas-en el otro extremo, a su izquierda.´´ ¿Significa eso que hubo, en el origen, un capitalismo de izquierda que condujo más tarde a un estado  ante el cual, inflexible, volvería a situarse el antagónico polo disidente, o bien, de creer al marxismo ortodoxo¿la burguesía fue revolucionaria hasta que dejó de serlo y el mayestático espíritu de la Historia encarnó entonces en el seno del proletariado? Desde el saludable punto de vista de la psiconeurología, tal dilema es relativo. El que el ochenta por ciento de las personas prefieran la mano derecha no indica que el veinte por ciento restante esté equivocado. Es significativo que la inversión óptica de las imágenes y las opciones sociales de rigor o flexibilidad dependan de nuestro ser interior y profundo, ante el cual es imposible negar los parentescos e imbricaciones, las circunvoluciones y los contactos.

II

En China, contrariamente a nuestro uso y costumbre, la izquierda es benéfica y respetable. Se ofrecen presentes con la zurda y se reciben con la derecha. Para los japoneses la izquierda es el lado de la sabiduría, de la fe. O sea que en el País del Sol Naciente los izquierdistas son en realidad militantes de derechas que luchan contra el orden establecido. Como vemos, las convenciones sociales son humorísticas, y eso sin mencionar el prejuicio oriental de lo femenino/derecho y lo masculino/izquierdo opuesto a nuestro mito genésico, el cual determinó la resistencia pasiva de la mujer hasta que el feminismo activo vino a decirnos que no todos los cromosomas son machos, ni todo el poder incontestable.Pedro Caba recuerda en su hermoso libro La izquierda y la derecha en el hombre y en la cultura, que la tierra es asimétrica en sus dos hemisferios,´´lo que explica que cuando volamos en avión hacia el Polo Norte, por el llamado efecto de Coriolis-es decir la combinación de la velocidad de vuelo con la velocidad de la tierra que gira-el aparato tiende hacia la derecha mientras que si volamos hacia el Polo Sur, el fenómeno es inverso´´. Dato que afecta al observador humano, claro, ya que para nuestro planeta no hay izquierda y derecha, y tal vez ni siquiera polos.

En la infinitesimal estructura de nuestras células llevamos dibujada la espiral de la doble hélice del DNA.  En el código genético, lo izquierdo abraza lo derecho y a medida que crecemos, crece, también, nuestra complejidad, mientras nuestras diferencias se amplían. Por lo mismo se incrementa nuestra necesidad de equilibrio y armonía, estado éste último que-por regla general-se alcanza más allá de las convenciones, los países y las edades, en esa simplicidad atónica e inmutable que sobreviene al constatarnos indivisibles y aceptarnos como en realidad somos: una molécula de vida en un océano que, levógiro y dextrógiro, nos empuja hacia la transparencia de la ola y luego nos sumerge en la antigua opacidad del olvido. Recordar que el prejuicio que rodea nuestras palmas puede relacionarse con aquello que excretamos constituye un buen remedio para los males que acarrea nuestra omnipotencia. El estiércol sigue siendo el mejor abono para el cultivo de nuestras plantas y, nuestra mejor cultura, esboza un precario arco iris al alcance del ojo pero no de las manos.

El tacto es el único de nuestros sentidos que nos presenta el cuerpo en su posición respecto del mundo, lo que implica un examen retrospectivo. Jean Brun emplea una frase digna de Heráclito-´´la mano que ase tiende a comprender, la mano que toca aguarda llegar a conocer´´-con el fin de erigir toda una metafísica sobre las huellas digitales de nuestras manos. Sin embargo, olvida resaltar un dato importante: la cifra cinco, que tanto en  nuestras manos como en nuestros pies conecta a nuestra especie con las demás estructuras quinarias vivas, de las flores a ciertas estrellas de mar o determinados frutos articulados también ellos en base a cinco gajos. Ese número fue, para los pitagóricos, el símbolo de la salud, de la vitalidad. Flor de cinco dedos, la mano es así el reflejo de nuestra biografía y quienes saben leerlas ven en sus uñas-cuadradas, ovales, redondas-la preeminencia de alguno de los cuatro humores o elementos que, por astrología y tendencia arquetípica le corresponden. Todas nuestras humanas acciones, desde tiempo inmemorial, está divididas, organizadas por el cómputo decimal que emana de nuestros dedos. El poder, la iniciación, la transmisión esotérica incluso, pasa por las manos. En la India serán los mudras o gestos digitales los encargados de señalar la devoción, el amor o la fe-también allí señalada por las palmas juntas-o bien, en su defecto, la guerra.

En las blancas paredes de las casas del Magreb, la hamsa o mano pintada de añil, verde o bermellón señala protección para sus habitantes e imprime un signo benéfico y seguro, en tanto que entre los antiguos mayas la mano, por su constancia numérica, evocaba la muerte y la separación. En lengua yucateca al frío cuchillo de sílex se le denominaba ´´la mano de Dios´´.Por su parte, los pueblos que más gesticulan con las manos-griegos e italianos, entre otros-tienen fama de extrovertidos e incontenibles, mientras que los pueblos que ni siquiera las estrechan en el saludo-japoneses y asiáticos en general-suelen ser más circunspectos y contenidos. En el famoso cuento popular Pulgarcito, que se inscribe en los mitos y relatos de genealogías o fraternidades, el ser más pequeño aparece siempre como el más sabio, el más astuto, remedo de lo específicamente humano en un mundo inhóspito en el que, con frecuencia, vale más la maña que la fuerza. Parece ser que el pulgar señala, en nuestra manos, el principio rector de toda la personalidad. En chino mano se dice shou y los proverbios que la mencionan son reveladores del carácter de todo un pueblo. ´´Manos vacías-dicen los chinos-manos industriosas´´, o bien ´´lo que el corazón quiera la mano lo ejecuta´´. Por extensión ideográfica la mano se expresa por el glifo que significa ligar, capturar.

Revés y derecho de la mano, a diferencia de izquierda y derecha, no poseen la misma sensibilidad. Acariciar con los nudillos no es acariciar. Recibimos o bebemos con las manos ahuecadas y operamos sobre la realidad gracias a la flexibilidad convexa de nuestras manos, en las que-ágiles pétalos-los dedos separan y unen el encanto de nuestros sueños al casi siempre insuficiente proyecto de su realización. El maestro y kabalista Lionel Safrán me dijo cierta vez,  una tan brumosa como remota tarde de Nueva York, esta frase memorable:´´Todos somos dedos en las manos de Dios, nuestra palma y espacio´´.

La mano acaricia el rostro de la adolescente con el síndrome de Down y luego vuelve, ala hacia el reposo, al seno cuya amorosa voluntad la movió. La muchacha no tiene más de quince años. Es pequeña, regordeta y un poco nerviosa: sus dedos cuentan una y otra vez el número de sus yemas mientras observa a otra chica de su misma edad pero normal, que también toma sol tendida en la playa en compañía de su madre. La adolescente normal y la mogólica se observan con un aire de distraído interés. Apenas una par de genes en el código bioquímico las separan, pero toda una vida de posibilidades para una e imposibilidades para la otra. Las madres, por su parte, también son distintas. Más cariñosa y mayor la de la deficiente, se deshace en mimos y atención para con su tenue y cómica criatura. La otra, en cambio, maestra de coquetería, juega a despertar en su hija el mismo ánimo seductor.

Los maestros jasídicos sostienen que, desde la destrucción del Templo de Salomón, la profecía es cosa de niños y de idiotas, y algo de santo infantil hay en esta muchacha de oblicuos ojos azules que ni siquiera ha mirado el mar, se deja acariciar por su sonriente y solícita madre mientras no quita un sólo instante la vista de la otra, la adolescente sana. Pensará, tal vez, en que le gustaría ser su amiga, contarle cosas, cantar juntas. A nuestro alrededor, entre risas y monosílabos, parejas y familias se entregan a los tan poco frecuentes rituales públicos del afecto. Sin embargo, nada supera la flor tierna de la mano de la madre de la muchacha deficiente cuando corrige la posición de su flequillo o quita los granos de arena de sus pies regordetes. Ni la joven de hermosos senos untada de aceite de coco, ni el torpe niño que juega con las olas, ni la pareja de ancianos que pasean por la playa con los pies desnudos y sombreros de rafia más antiguos que la rueda, solicitan la misma atención que madre e hija  envueltas en la gracia del amor.

Los dedos de la deficiente se mueven mecánicamente. Sus pies están quietos. Su boca se abre y se cierra como el pico de un pájaro sediento. A todo eso asiste la madre con una mirada enamorada en la que el observador capta la fe inquebrantable en la vida. Quién pudiera, alguna vez, ser mirado así, con tanta limpidez y abertura. De pronto, dos palomas hambrientas recorren la arena en el área que nos reúne a todos, las madres, sus hijas y el observador. El ajetreo de las aves hace sonreír a la adolescente normal, lo que a su vez contagia a la chica con el síndrome de Down. Cada quien verá, seguramente, algo distinto en ese hecho, pero  la sincronía de la mirada divertida ha sido total. La tarde declina, el sol se va, la brisa refresca los cuerpos humanos y justo en el momento en que nos disponemos a partir, la madre de la muchacha deficiente nos saluda como si nuestros propios ojos le hubieran hecho un favor. Tan honda es la ternura, tan inexplicable el amoroso sentido del silencio.

Un hermosa copla popular reza:

Si necesitas una mano, hermano,

Pídemela pues tengo dos,

Y si necesitas consuelo, hermano,

Pídemelo a mi antes que a Dios.

 
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