Aunque fueron los hindúes los primeros en reparar que el pranayâma o arte de respirar consciente modificaba el pensamiento y sostenía- desde lo profundo-la calidad expresiva de la mente, y los primeros, también, en constatar que toda ´´expansión´´ o ayâma psíquica es tributaria del prâna o hálito, un fuego que se aclara en su oxígeno-por decirlo de un modo más plástico-, debemos a los chinos la curiosa idea de que el auténtico reposo lúcido, la verdadera gracia es un acuerdo entre la nariz, punto de partida del sí-mismo o zì y el ritmo del corazón o hsin . De hecho respirar, descansar y advertir que lo estamos haciendo son los dos significados de xï : arriba un niño tocándose la punta de la nariz, zì, abajo los espacios por los que la sangre entra y sale del corazón, hsin.
En cierto modo el niño que se toca la punta de la nariz señala que la identidad profunda es siempre cándida, espontánea, fresca como el aire que respiramos, y reconocer que del corazón partimos-sangre mediante-, y a él volvemos, al tiempo que meditar sobre el binomio que los junta en el ideograma xï, nos conduce exactamente a donde quería llegar la filocalia cristiana de los siglos V-X : al tesoro cordial tras la unificación del Padre ( representado por la letra yod )con el Hijo ( encarnado en la letra vav ). Para entrar al Reino de los Cielos, entonces, ´´hay que ser como niños´´, porque ese thesaurus en cuyo interior se guarda la luz que nos trajo y nos lleva ´´nos conoce´´ mejor de lo que nosotros podemos siquiera llegar a imaginar. De manera que, volviendo a los chinos, si queremos advertir en qué nivel de desarrollo estamos, es preciso dejar reposar a la respiración en la frescura renovada de su fuente.
Algo parecido encontramos en la tradición judía, en la que linshom, respirar, está relacionada con shalom, la paz, vocablo que a su vez nos lleva a shalem, pleno, completo. De ahí que sea imposible despegar, separar el pensamiento de nuestra manera de respirar. Agitarse, estar fuera de si, ceder al brío irregular de los nervios no es buena cosa cuando uno quiere alcanzar un nivel profundo de reflexión. Así como el mar, los mares, se renuevan gracias a sus corrientes profundas, como por ejemplo la nor-ecuatorial del Pacífico, así también nosotros los seres humanos nos renovamos en las profundidades y gastamos en la superficie.
Claro que como en las citadas profundidades todo está oscuro y la soledad aumenta a medida que descendemos, son muy poco los yordei merkabá, como dicen los místicos: ´´los que bajan con el Carro de Ezequiel´´ o meditan sobre sus ruedas de fuego. Cuanto más desligado está el pensamiento de una fisiología correcta, más se arriesga el cuerpo a padecer alteraciones psíquicas. Por otra parte, hay que reconocer que cada quien, cada meditador tiene su tono y estilo, para unos la lectura y el estudio, para otros el canto y para otros más el silencio atento que dilata el espacio en el que estamos.
Lo que maravilla en el ámbito chino es que niño que se toca la nariz en zi alude a nuestro yo, que no está en el centro del pecho como creen algunos sino en los orificios que nos enhebran al aire, y si el yo está hecho en parte de aire ¿por qué darle tanta importancia? Y si de verdad tuviera forma aguileña o recta, respingona o chata la proa carnal de nuestro rostro, asimismo ¿por qué darle tanta importancia? Buber demostró que no hay yo sin tú y que antes del monólogo está el diálogo, las palabras que intercambian madre e hijo, diálogo del que tanta gente habla y al que tan pocos se entregan. Felices, por eso, aquellos que aún disfrutan de una buena conversación y que, entre frase dicha y frase oída, suspiran con tranquiliad.
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