El 13 de noviembre se cumplen treinta años de la primera salida en masa de judíos etíopes al Estado de Israel. En mayo de 1991 un puente aéreo Etiopía-Israel, bajo protección americana, permitió la llegada de otro gran contingente a la Tierra Prometida. Desde que se inició este éxodo, grupos más o menos numerosos han ido saliendo con el mismo destino, de forma que habría unos 100.000 judíos negros en Israel, dejando solo una presencia testimonial en las tierras altas de Simien y Gondar, al oeste del río Takazé, en Etiopía.
El Kebre Neguest (Gloria de los Reyes), libro histórico para los etíopes, fue escrito hacia el siglo XIV por un sacerdote de Axum aunque, al parecer, se inspiró en otros escritos de Alejandría, ya conocidos en los siglos IX y X.
En ellos se hace referencia a la existencia de una colonia judía en Etiopía. A estos judíos se los conoció desde el siglo XIV como falasha, término que significa sin tierra, exiliado o pobre, por la marginación que sufrieron a causa de su religión.
Este nombre despectivo ha perdurado hasta nuestros días, aunque ellos se dan a sí mismos el nombre de Beta Israel (Casa de Israel).
La llegada al trono imperial de Tewodros II, en el primer tercio del siglo XIX, supuso una dura prueba en la vida de este grupo, ya que a partir de 1830 trató de cristianizarlos con misioneros protestantes, a condición de que los convertidos fueran bautizados según la normativa de la Iglesia ortodoxa. Tanto a los que abrazaron el cristianismo en esta ocasión, como a los que lo hicieron después o en tiempos más recientes, se les conoció con el nombre de falashmura.
El origen enigmático de un pueblo
Esta presencia judía ha dado lugar a muchas hipótesis y conjeturas. La más común es el relato bíblico de la visita que la reina de Saba hizo a Salomón (970-931 a. C.), atraída por la fama de su sabiduría. La tradición añade que Salomón se enamoró de su belleza e ideó una estratagema para yacer con ella; la reina quedó embarazada, y se asegura que abrazó el judaísmo: “Desde aquí en adelante no adoraré al sol, sino a su creador, el Dios de Israel; estas tablas de su ley serán la norma a seguir para mí, para mi descendencia y para todos mis vasallos”. Así lo recogió el jesuita español Pedro Páez -el religioso había entrado en Etiopía en 1603-, que extrajo esta información de un libro “donde ponen el catálogo de los emperadores” (História da Etiópia).
Probablemente la citada monarca lo fuera de algún reino situado en el actual Yemen, habitado por los sabeos, pero los etíopes la hicieron fundadora de la ciudad Dabrá Maqueda, que, al decir de Páez, “no creo que esté fuera de camino si dijéramos que esta ciudad Maqueda es la que ahora llaman Aksum”, embrión y cuna de Etiopía. Siguiendo la tradición, cuando el hijo de Saba, Menelik, se hizo mayor, su madre le envió a visitar a su padre, quien le reconoció y le nombró rey de Etiopía. Salomón le puso por nombre David, y le devolvió a su país colmado de dones y regalos.
Le acompañaron varios judíos principales designados por el propio Salomón, a quienes David “repartió todos los oficios y autoridad de su casa”; a destacar la presencia del sacerdote Jeremías, nieto del profeta Natán. Pero esta vez la leyenda se adueñó de la tradición, de forma que David y sus acompañantes se hicieron con el Arca de la Alianza y la llevaron a Aksum en un recorrido lleno de prodigios y de milagros. Las tradiciones de los falasha hacen continuas referencias a esta visita para situar en ella su origen.
Este relato no está desprovisto de intenciones reivindicativas: que el origen de Etiopía tiene raíces judías, que los falasha podrían ser los descendientes de aquellos que acompañaron al rey David, que desde el principio contaron con una casta sacerdotal auténtica y que tenían el mayor símbolo del judaísmo: el Arca.
Si dijéramos que esta ciudad Maqueda es la que ahora llaman Aksum”, embrión y cuna de Etiopía. Siguiendo la tradición, cuando el hijo de Saba, Menelik, se hizo mayor, su madre le envió a visitar a su padre, quien le reconoció y le nombró rey de Etiopía. Salomón le puso por nombre David, y le devolvió a su país colmado de dones y regalos.
Le acompañaron varios judíos principales designados por el propio Salomón, a quienes David “repartió todos los oficios y autoridad de su casa”; a destacar la presencia del sacerdote Jeremías, nieto del profeta Natán. Pero esta vez la leyenda se adueñó de la tradición, de forma que David y sus acompañantes se hicieron con el Arca de la Alianza y la llevaron a Aksum en un recorrido lleno de prodigios y de milagros. Las tradiciones de los falasha hacen continuas referencias a esta visita para situar en ella su origen.
¿No sería esta la pretensión de los escritos previos al Kebre Neguest, aparecidos en ambientes judíos de Alejandría, para demostrar que el judaísmo precedió al cristianismo en Etiopía?
Sin embargo, en los datos históricos que poseemos desde la existencia de Adulis (siglo III a. C.) –puerto en el mar Rojo que proporcionó la riqueza de Aksum– hasta la conversión al cristianismo del rey Ezana (siglo IV de nuestra era) no hay rastro alguno de judaísmo en la política de los primeros reyes. Tampoco en la cultura material, puesto que el templo más antiguo, el de Yeha, cercano a Aksum, estaba dedicado a Naura y Ashtar. El mismo Ezana, antes de su conversión, dedicaba sus templos a dioses yemenitas o romanos. A pesar de esta ausencia de datos sensibles, se puede apreciar en el guez (la lengua litúrgica de la Iglesia copta) la presencia de raíces y palabras hebreas antes de la llegada del cristianismo.
Otros han querido ver en los falasha la tribu “perdida de Dan”, entre ellos el gran rabino sefardí Ovadia Yosef. Dan era uno de los doce hijos de Jacob, fundador de la tribu del mismo nombre que, junto a las de sus hermanos, se establecieron y repartieron la Tierra Prometida. Se gobernaron de diferentes maneras hasta que formaron un reino que, a la muerte de Salomón, se dividió en dos: Judá e Israel. Los descendientes de Dan se quedaron en lo que hoy sería la zona centromeridional de Palestina; pero, según la Biblia, “los amorreos rechazaron hacia la montaña a los hijos de Dan, sin dejarles bajar a la llanura” (Jue, 1, 31). Se marcharon al norte y acabaron en las faldas del monte Hermón, en el nacimiento del río Jordán, justo en la frontera con Siria. Dan fue parte del reino de Israel con santuario propio, y no necesitó ir al de Jerusalén.
Benjamín de Tudela, judío que emprendió un viaje por Oriente, Mesopotamia, India y Egipto entre finales de 1165 o de 1166 y 1173, para visitar y conocer las comunidades de sus correligionarios (otros dicen que por motivos comerciales), pasó por la tierra de Dan: “Allí hay una cueva y desde allí sale el Jordán hasta un trecho de tres millas, uniéndosele el Arnón, que baja de la frontera de Moab. Delante de la cueva se reconoce el lugar del altar del ídolo de Mija, a quien adoraban los danitas en aquellos tiempos. Así mismo está allí el lugar del ara de Jeroboam, que contenía allí el becerro de oro”, tal y como se relata en el Libro de Viajes. Jeroboam fue el primer rey de Israel (931-910 a. C.).
El rey asirio Salmanasar V (726-722 a. C.) comenzó el asedio a Israel que culminó Sargón II (721-703 a. C.) con la destrucción del reino y la deportación de la mayor parte de su habitantes. Los asirios no permitían el regreso de los deportados y establecían nuevos colonos en las tierras dejadas por aquellos. Los danitas siguieron esta suerte, y Tudela los encontró por Persia (actual Irán): “Algunos israelitas del país de Persia dicen que en los montes de Nisabur hay cuatro tribus de Israel: la tribu de Dan, la tribu de Zabulón, la tribu de Aser y la tribu de Neftalí, del primer exilio que envió Salmanasar, rey de Ashur… Hay entre ellos eruditos, sembradores y segadores, y van a la guerra hasta el país de Cush, camino de los desiertos”.
Esta última precisión es en extremo enriquecedora, porque Cush, al sur de Egipto, coincide en gran parte con lo que fue y es Nubia: la tierra comprendida entre la primera y la sexta catarata del Nilo. A esta demarcación, pues, vendrían a guerrear muchos israelitas de las tribus mencionadas, y es seguro que parte de ellos se fijarían en estas tierras. Otros podrían haberse quedado en territorio de Aksum, porque era paso obligado para llegar a Cush. Las campañas que Ezana y otros reyes aksumitas hicieron en Cush y en Nubia fueron también otra oportunidad para que entre los prisioneros hubiera israelitas y fueran llevados a Aksum.
En una estela dedicada a este rey se lee: “Llegué hasta Casu (¿Cush?) y libré batalla, matando a unos y haciendo a otros prisioneros”. En otra se narra su campaña contra Nubia: “Ellos se pusieron a huir sin descanso. Durante veinte días yo los perseguí matando, capturando, saqueando en todos los lugares donde se paraban… Yo incendiaba sus pueblos de piedra y sus aldeas de paja… Mi gente se incautaba de sus cereales, de su hierro y de su cobre, destruyendo sus reservas de cereales y de algodón… Hice 929 prisioneros…”.
Así pues, con estos datos tenemos ya una posible vía de introducción israelita. En estrecha relación con esta vía está la teoría de quienes piensan que grupos de judíos pudieron escapar de la toma de Jerusalén y de la destrucción del Templo por el babilonio Nabucodonosor en el año 587 a. C., que puso fin al reino de Judá. También sus habitantes fueron deportados a Babilonia, pero Ciro (555- 529 a. C.) en el año 538 permitió su regreso, y un año más tarde se comenzó la construcción del segundo Templo. El nombre de Beta Israel está más en consonancia con la eventual descendencia de la tribu de Dan que de la otra relacionada con el reino de Judá, aunque judío e israelita han funcionado como sinónimos a lo largo de la historia.
Otras tesis más verosímiles Para algunos, los falasha procederían del pueblo agaw, de origen cushita, que se convirtió al judaísmo por la acción de judíos yemenitas o egipcios desplazados a Etiopía. En Arabia había numerosas colonias repartidas por todas partes, y se los conocía como jebar, o judíos salvajes. En Egipto sucedía algo parecido, y a su paso por el país, Tudela nos va señalando las ciudades donde él los encuentra y su número: “Es el Cairo la gran ciudad asentada sobre el río Nylos… En ella hay unos siete mil judíos… Allí, en Alejandría, hay como unos tres mil judíos…”. En otras ciudades más pequeñas su presencia era lógicamente menor
Al final del siglo VII los beja, pueblo también cushita que ocupaba las costas del mar Rojo y zonas del valle del Nilo, empezaron a ocupar tierras de Aksum y, a principios del VIII, Adulis fue destruido por los árabes. No obstante, en este siglo era aún considerado como uno de los cuatro reinos más fuertes del mundo, como pude observar personalmente en un mural del palacio de Kusayr Amra, construido en esta época, en Jordania. Los otros tres eran España, Bizancio y Persia.
Pero Aksum entró en una época oscura de decadencia, agravada en el siglo X, de la que no conocemos muchos detalles. Las tradiciones hablan de que una mujer-reina, a la que se le han dado varios nombres (Judit, Gudite –monstruo–, Esat, Esato –destructora–) que conquistó Aksum, devastó los santos lugares coptos, mató a los monjes y aniquiló a la monarquía. Estas tradiciones tienen visos de realidad, puesto que, Ibn Hawkal, un cronista de Bagdad que escribe su obra hacia el año 977, afirma en El libro de los votos y de las provincias que “En cuanto al país de los abisinios, fue gobernado durante muchos años por una mujer. Ella mató al rey de los abisinios… Gobernó hasta la fecha con completa independencia su propio país y las zonas que lo circundan al sur de Abisinia. Es un país inmenso”.
Se han aventurado muchas hipótesis a propósito de esta reina, entre ellas que era judía y que había organizado un reino más allá del río Takazé, cuya población era en gran parte falasha. Otros prefieren hacer de esta mujer una reina pagana que se puso al frente de una revolución agaw para frenar el avance de Tigrinos y Amhara, que iban expandiendo el cristianismo. Aprovechando la decadencia de Aksum y la debilidad de los monarcas salomónidas, una nueva dinastía, la Zagwe, tomó el poder de 1135 hasta 1270. Al parecer, se alió con los falasha y su influencia puede verse en las abundantes estrellas de David que adornan las iglesias rupestres de Lalibela, obra de esta dinastía.
Con el regreso de la antigua dinastía, sostenida sin fisuras por la Iglesia copta ortodoxa, y la expansión de la cultura amhara la situación resultó nefasta para ellos. Fueron conquistados sus principados de Simen y Dambea y se anexionaron otros musulmanes. A partir de esta época es cuando probablemente se les confiscaron sus tierras y bienes, y quedaron marginados y aislados en las comarcas del Simien, practicando su judaísmo primitivo. La presión se hizo más fuerte a medida que el imperio se iba fortaleciendo y, en muchos casos, sobre todo en el siglo XVI, los falasha sufrieron persecución y se los obligó a elegir entre la conversión o la muerte.
De una fe precaria a un judaísmo ortodoxo Este pueblo se guiaba por la tora, la ley entregada por Dios a Moisés, pero la tenían escrita en guez, y su versión se aproximaba más al Pentateuco cristiano que a la tora hebrea. Ignoraban el Talmud o recopilación de la doctrina recogida por la tradición; la Mishna, que son los comentarios de la tora recopilados desde el siglo IV, y el Halajá, o material legislativo del derecho hebreo.
Entre sus costumbres hay que destacar las numerosas y rigurosas prohibiciones alimenticias, el baño ritual, la circuncisión y escisión a los ocho días después del nacimiento, abundantes ayunos, sacrificio de animales, pureza ritual, mucha prevención al contacto con personas ajenas a su entorno y religión, o la observancia estricta del sábado. Todo esto con muchas adherencias cristianas y musulmanas. El culto se hacía en pequeños oratorios dirigidos, al igual que el ritual de los sacrificios, por los kahenat. Es de suponer que en su nueva residencia de Israel irán asimilando el judaísmo ortodoxo.
Después de un largo silencio, a finales del siglo XIX hubo estudiosos que se interesaron por este pueblo y aparecieron algunas hipótesis sobre su origen más cercanas al mito que a la realidad. Pero la gran noticia saltó en 1973, cuando el mencionado gran rabino de Jerusalén declaró la identidad plenamente judía de los Beta Israel, y la posibilidad de que fueran los descendientes de “la tribu perdida de Dan”. Esto permitía a los falasha acogerse a la Ley del Retorno, que les fue concedida en 1975.
La primera oportunidad se presentó durante la hambruna de 1984-1985. Un año antes Menghistu Haile Mariam (el revolucionario comunista que derrocó al emperador Haile Selassie, el último descendiente de la dinastía iniciada por la reina de Saba) fundó el Instituto para el Estudio de las Nacionalidades, cuyo fin era “concebir el marco constitucional de las relaciones entre los diferentes pueblos de Etiopía y sus relaciones con el Estado”.
Al año siguiente, con el fin de superar las hambrunas cíclicas que asolaban al país, empezó el proceso de “aldeanización y repoblamiento”, con el objetivo de desplazar a cinco millones de personas en diez años e introducir la colectivización de la agricultura. No fue una solución para la hambruna, que ya se extendía por gran parte del país, y muchos falasha pasaron a Sudán.
Un puente aéreo desde este país a Israel, iniciado el 13 de noviembre de 1984, permitió la salida de unos 6.000 de ellos a través de la Operación Moisés, a cambio de ayuda militar y económica de Israel. Desde otros puntos de Etiopía se prosiguió su evacuación, dentro de la misma operación, de modo que desde su inicio hasta el 5 de enero de 1985 se afirma que salieron unos 15.000. En 1989 Mengistu empezó a distanciarse de Rusia, ante el fracaso de rusos y cubanos para anular la secesión de Eritrea, y se acercó a Estados Unidos. Con el apoyo logístico de estos se montó la Operación Salomón, en mayo de 1991, que consiguió la salida de, aproximadamente, unos 14.000.
Si se calcula que hay en Israel unos 100.000 falasha, concluimos fácilmente que no fueron solo estas dos operaciones las que los trasladaron a Israel, sino que salieron también por otros métodos y de forma continua en grupos más o menos numerosos, hasta el punto de que hoy su presencia es residual en Etiopía.
¿Sólo los falasha son judíos negros?
Es lo que se piensa generalmente, y, por eso se los conoce como “los” judíos negros y no “unos” judíos negros. El caso de los también africanos lemba podría poner en duda esta hipótesis. Es un pueblo bantú que vive en el curso alto del río Save (sur de Zimbabue) y en zonas contiguas de Mozambique y Sudáfrica. Viven sin una organización definida entre los venda y los shona, mucho más numerosos que ellos. Ellos se consideran judíos, pero difieren en cuanto al origen de su judaísmo: unos dicen descender de los falasha y otros sostienen que proceden de un tal Buba, que llegó de Judea.
Es muy interesante lo de la procedencia falasha. ¿Acaso estos hicieron proselitismo por otras regiones? A este respecto es muy oportuna, una vez más, la cita de Tudela sobre Quilón, al sur de la costa india de Malabar: “… es comienzo del reino de los adoradores del sol: son los hijos de Cush y hacen predicciones en las estrellas. Todos son negros y honestos en sus predicciones… Entre ellos… hay como un millar de israelitas entre todas las ciudades. Todos los señores de este país son negros, asimismo los judíos son negros: son buenos judíos, observantes de los preceptos. Y entre ellos estudian la Torá de Moisés y los Profetas y poca cosa de Talmud y Halajá”.
¿Procederían estos indios judíos negros de los descendientes de Dan, que desde Persia se trasladaron al reino de Cush y desde aquí pasaron a otras tierras y a las costas de la India? Es mucho elucubrar, pero no estaría mal acogernos a la frase atribuida a León Africano: “Nihil novi ex África”, es decir, no hay nada nuevo que venga de África, nada de lo que podamos sorprendernos.
Att. Antonio Escudero
La cuestion por determinar en relacion a la judeidad de los «falashas» está a mi juicio mas en relacion con su apego por el judaismo, y el mantenimiento de éste a lo largo de los siglos, que en sus indemostrables origenes semitas … de ser asi, implicariá una revision del concepto mismo de «judio» recogido por la Halajá, (ley talmúdica) a la hora de reconocer esa identidad en quienes dicen ser portadores de ella
Los «judios negros» de la India, constituyen tambien parte de esa diaspora judia menos conocida, y por ende reconocida, los cuales se hacen llamar; «Bnei Israel» (hijos de Israel) y mantienen por lo comun, las observancias litúrgicas y dietéticas del judaismo tradicional …