Tras los infames atentados en Paris a inicios de año, los franceses corrieron a librerías y bibliotecas para conseguir un libro escrito en 1763: el Tratado sobre la Intolerancia de Voltaire. Uno debiera ser disculpado por pensar que -dado que los perpetradores habían sido musulmanes y las víctimas francesas- quizás quienes debían leer esa obra eran los musulmanes más que los franceses. Pero ya que estos últimos se han mostrado ávidos por los grandes pensadores clásicos que su cultura legó a la humanidad, una buena lectura complementaria sería Notes sur le Coran et autres textes sur les religions de Alexis de Tocqueville. La obra les permitirá conocer las impresiones poco complacientes acerca del Islam que albergó este notable escritor y político francés de mediados del siglo XIX. (Existe una traducción al español de Fernando Caro, comentada por Jean-Louis Benoît, editada en Madrid).
El contexto en que Tocqueville lee y toma notas sobre el Corán -1838 en adelante- es uno tal en que varios de sus colegas se declaran admiradores del Islam y en que no pocos académicos europeos (entre ellos muchos judíos) han comenzado a presentar una imagen benigna de esa fe oriental ante sus contemporáneos. Francia acaba de empezar la colonización de Argelia y Tocqueville realiza dos viajes allí, en 1841 y 1846, para conocer en profundidad la cultura y la religión que han entrado en contacto con la suya. Tras su lectura concluye, en palabras de Benoît, “que la religión de Mahoma no sólo tiene una insoportable propensión a multiplicar las llamadas a la guerra y la matanza de infieles, sino que además deja realmente poco espacio a la libertad”, que “históricamente, y por su naturaleza profunda, esta religión daba la espalda al futuro, al progreso y a la democracia”, y que el Islam, “al ir a contracorriente del desarrollo histórico y científico, está condenado por ello a la decadencia porque es incompatible con la democracia que representa el futuro inevitable de las sociedades modernas”.
Entre sus propias anotaciones surgidas de la lectura del Corán, Tocqueville observa la “magnífica recompensa para los que mueren empuñando las armas”, la “violencia del lenguaje de Mahoma principalmente dirigida contra judíos e infieles”, la “autorización y mandato de matar infieles”, la “santidad de la guerra santa, jaleada a la vez con energía y violencia”, y las cruentas condenas a quienes no sigan la fe musulmana: “Todos los infieles serán congregados en el infierno”, “los infieles tendrán las llamas por recompensa” y “el fuego es la morada eterna para los infieles”, entre otras muchas aseveraciones del tipo.
Su primera reacción ante el Corán quedó contenida en una carta enviada a su primo Luis de Kergorlay, en marzo de 1838: “La doctrina de que la fe salva, que el primero de los deberes religiosos es obedecer ciegamente al profeta, que la guerra santa es la primera de todas las buenas obras…, todas estas doctrinas cuyo resultado práctico es obvio, se hallan en cada página y casi en cada palabra del Corán”. Agrega: “Las tendencias violentas y sensuales del Corán chocan de tal modo a la vista que no concibo que escapen a un hombre con sentido común”. Y afirma: “Mahoma ha ejercido sobre la humanidad un poder inmenso que creo, en definitiva, ha sido más perjudicial que provechoso”.
Tocqueville se muestra sorprendido por la simpatía con que algunos de sus coetáneos ven al Islam. “Usted parece tener una cierta debilidad por el islamismo” le responde al conde Josef Arthur de Gobineau en 1843, quién le había confesado lamentar “no haber recurrido nunca a usted para que me pusiera, ceremoniosamente, el turbante en la cabeza, lo que, debo admitirlo, me hubiera halagado especialmente”. En 1855, Gobineau le envía una misiva a Tocqueville desde la embajada de Francia en Teherán, donde trabajaría por tres años, en la que dice que los iraníes son “unos pícaros que parecen nuestros primos y creo que pudiéramos decirnos con cierta justicia: en un futuro próximo seremos así”. Las simpatías pro-islámicas de Gobineau resultan llamativas a la luz de que él fue uno de los fundadores del racismo científico. Cómo sea, Tocqueville le responde: “Los turcos son unos torpes que la naturaleza parece haber destinado exclusivamente a ser engañados y derrotados por todo el mundo. Pero usted vive ahora en medio de una nación musulmana que, si hemos de creer a los viajeros, es inteligente, incluso refinada, ¿qué le arrastra desde hace siglos a esta inexorable decadencia?”.
Ya en 1844, Tocqueville había mencionado la decadencia del mundo islámico en una carta a su amigo Richard Monckton Milnes: “Únicamente me parece que, como Lamartine, usted ha regresado de Oriente un poco más musulmán de lo conveniente. No sé por qué hoy en día muchas mentes tan brillantes muestran esta tendencia. Por mi parte, en mi contacto con el islam he sentido… efectos totalmente opuestos. A medida que he conocido mejor esta religión, mejor he comprendido que sobre todo surge de ella la decadencia que afecta, cada vez más a nuestra vista, al mundo musulmán”.
Alexis de Tocqueville tuvo una virtud y gozó de un beneficio. Su virtud fue su mente privilegiada y un poder de observación desafectado de toda corrección política. Su beneficio fue haber vivido en una época en la que el pensamiento original todavía triunfaba por sobre las convenciones intelectuales reconfortantes y las ilusiones de moda. Tuvo también buena fortuna: el término islamofobia aún no había sido acuñado. De haber divulgado sus ideas sobre el Islam ciento setenta años más tarde, la casta progresista global -esos guardianes del bien pensar-, qué duda cabe, lo hubieran aniquilado.
Muy interesante. Este artículo me abre nuevos horizontes de erudición.