Estos días Paul King formulaba una pregunta interesante en Revista de la OTAN: “El ISIS no puede con Jordania. ¿Puede Jordania con el ISIS?”. Uno podría pensar que la respuesta obvia es que no. Sin embargo, las cosas son algo más complicadas.
El origen del Estado Islámico de Irak y Siria se remonta a 2004. Aquel año Abu Musab al Zarqawi se puso al frente de un grupo terrorista cercano a Al Qaeda. Los Estados Unidos y sus aliados habían invadido Irak el año anterior y el país era un caos. En diciembre de 2004 Ben Laden nombró a Zarqawi jefe de Al Qaeda en Irak. El terrorista se hizo tristemente célebre por una serie de atentados y vídeos con decapitaciones, hasta que el 7 de junio de 2006 el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, anunció que un ataque estadounidense había acabado con su vida en Baquba. Al Zarqawi era jordano. Y jordana fue la información que condujo a eliminarlo.
Tras sucesivos cambios de nombres y líderes, la organización fue transformándose en una banda de crimen organizado: secuestros, robos de coches, protección (es decir, extorsión) y tráfico de petróleo. En 2010 los herederos de Zarqawi parecían abocados a desaparecer a manos de los ejércitos estadounidense e iraquí. La propaganda de Al Qaeda presentaba la yihad global como una lucha de los yihadistas contra los enemigos del islam y los impíos aliados de Occidente.
Entonces estalló la guerra civil siria. Abu Bakr al Bagdadi, líder del Estado Islámico desde 2010, vio en la lucha contra el régimen de Asad la ocasión de recuperar la pujanza perdida. Utilizó el terrorismo contra todos, y a todos se enfrentó en campo abierto. Al igual que Hezbolá –otra organización terrorista que ha cambiado paradigmas–, el Estado Islámico alterna las tácticas de combate militares con el uso de técnicas de lucha subversiva, guerra psicológica y terror. El exterminio de chiíes, yazidíes y cristianos en el territorio que ocupa ha terminado creando una alianza de facto casi inimaginable: Estados Unidos, el ejército iraquí, las milicias peshmergakurdas, Jordania y la República Islámica de Irán.
Así, desde que comenzaron las operaciones militares concurrentes –con mayor o menor grado de coordinación–, el avance del Estado Islámico se ha detenido. Los hombres de Al Bagdadi apenas retroceden, pero ahora combaten a la defensiva. Esto ha cambiado la imagen que el Estado Islámico transmitía en sus vídeos propagandísticos. Han dejado de ser quienes bombardean y rodean para pasar a ser los bombardeados y rodeados. Los ojos del yihadismo mundial están puestos en ellos, pero lo que muestran ya no es tan prometedor para los terroristas del mundo entero.
Para mantener una apariencia de dominio sobre el terreno, el Estado Islámico ha necesitado recurrir a la vieja técnica del asesinato grabado que utilizó con éxito Abu Musab al Zarqawi, el terrorista cuyo cuchillo ganó macabra fama. Además de las decapitaciones, han quemado vivo al piloto jordano Moaz al Kasasbeh.
Con ese vídeo han podido cavar su propia tumba. Jordania no lucha sola y, desde luego, no es una recién llegada ni al barrio ni al conflicto. La inteligencia jordana suministró la información que permitió acabar con Zarqawi. Si es cierto que el ejército jordano no puede vencer solo, sí ha ganado, a los ojos de la mayoría del mundo islámico, la legitimidad de quien libra una guerra para hacer justicia por la muerte de uno de los suyos, a quien pueden considerar un mártir.
Sin embargo, la importancia de Jordania no es solo militar.
Si era necesario un icono que contrarrestase la propaganda yihadista desde postulados islámicos, el ejército jordano combatiendo contra los bárbaros de Al Bagdadi puede ser la respuesta. A diferencia de un Irak tristemente sumido en divisiones internas entre chiíes, suníes y kurdos, Jordania ha logrado ser un bastión contra la extensión del conflicto sirio. Ha prestado ayuda a medio millón de refugiados y colaborado con Estados Unidos y sus aliados. El regreso del embajador de Jordania a Israel augura vías de cooperación fructíferas. Las voces más críticas en la sociedad jordana hacia el apoyo del rey Abdalá II a la lucha contra el ISIS han quedado acalladas después de que el mundo viese las atroces imágenes del piloto envuelto en llamas. La foto del monarca solo y vestido para el combate contrasta con los grupos de barbudos que exhiben cabezas cortadas. Abu Bakr al Bagdadi es un religioso dando sermones al frente de una turba de fanáticos. El rey Abdalá II evoca a un guerrero al frente de su ejército. No debe minusvalorarse la importancia del nacionalismo fundado en vínculos tribales. Al Asad lo utilizó en Siria para crear un frente de resistencia contra los rebeldes. Al Sisi lo exhibe constantemente en Egipto y ni siquiera Morsi pudo prescindir de la bandera egipcia en sus comparecencias públicas. Sería un hermano musulmán, un islamista y un radical, pero necesitaba presentarse, además, como un patriota.
Es difícil aventurar cómo va a terminar el conflicto sirio o la guerra contra el Estado Islámico, pero a la monarquía jordana se le ha presentado una oportunidad de reafirmarse liderando la lucha en nombre del islam contra unos asesinos que quemaron vivo a un musulmán ante las cámaras para después mostrárselo al mundo entero.
Quizá Jordania sola no pueda derrotar al ISIS, pero la victoria sobre los terroristas será imposible sin ella.
Hay que felicitar al rey de jordania y su coraje por liderar sus hombres en la lucha despiadada contra esta barbarie.-