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| sábado noviembre 23, 2024

La libertad está bajo ataque

Una advertencia al mundo desde el podio de la Asamblea General de la ONU: No cierren sus ojos ante las atrocidades que los rodean.


El siguiente discurso fue pronunciado el 26 de febrero del 2015 por el embajador de Israel en la ONU frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas con motivo del septuagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Señor Presidente,
Hace setenta años, el sonido de las armas se silenció en Europa y la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin. Hoy, mientras lamentamos la tragedia humana de esta guerra, debemos recordar también a quienes hicieron posible la victoria y aseguraron el triunfo de la libertad sobre la tiranía. Le debemos nuestra libertad al coraje y a los sacrificios de los soldados de los ejércitos aliados.

Me presento ante ustedes como un hombre que ha visto y vivido la guerra: como soldado, como diplomático y como padre de hijos que han sido enviados a la guerra. Y también me dirijo a ustedes como el hijo de un hombre que huyó de la Alemania nazi, de la aniquilación de su pueblo.

En su novela The Young Lions (Los jóvenes leones), Irwin Shaw describe el incomprensible horror de la Segunda Guerra Mundial:

“En esta ocasión no se trata de una guerra sencilla y comprensible… en esta ocasión se trata de un asalto del mundo animal sobre el hogar del ser humano… yo sé lo que vi en Rusia y Polonia… un cementerio de mil kilómetros de largo y mil de kilómetros de ancho. Hombres, mujeres, niños, polacos, rusos, judíos; todos por igual. Era algo que no podría ser comparado con ninguna acción humana”.

Gracias a su coraje y convicción, Rusia efectivamente resulto triunfadora. Pero no había un país que pudiera detener solo a la monstruosa maquinaria asesina nazi.

Más de 60 millones de personas —el tres por ciento de la población mundial— fueron asesinados o aniquilados en la Segunda Guerra Mundial. La mitad de las víctimas eran civiles. Los hombres se vieron obligados a abandonar sus tierras y campos para dirigirse al campo de batalla. Las mujeres fueron alejadas de sus familias y enviadas a campos de trabajo forzado. A miles de jóvenes se les negó el derecho más básico: el derecho a crecer y envejecer. La magnitud de la tragedia humana es simplemente incomprensible.

Señor Presidente, los sacrificios fueron inmensos: sólo Rusia perdió más de 25 millones de personas. El pueblo ruso se enfrentó a las hostiles fuerzas de la naturaleza; miraron al brutal enemigo de frente; siguieron adelante hasta conquistar Berlín y detuvieron el avance nazi; lucharon para que los pueblos y las naciones puedan vivir en libertad.
Cuando la historia y las circunstancias exigieron valentía, ellos respondieron al llamado. Durante la guerra, cada noticiario en Rusia comenzaba con la siguiente frase:

“VRAG NIE PRA-Y-DIOT, PA-Bieda BOO-DIT ZA-NAMI”
Lo cual significa: “El enemigo se ha detenido, y nosotros prevaleceremos.”
Gracias a su coraje y convicción, Rusia logró la victoria.

Pero, no había un país que pudiera detener solo el horror de la monstruosa maquinaria asesina nazi. La decisión del Presidente Roosevelt de enviar tropas estadounidenses para luchar por la libertad cambió el curso de la historia. Luchar hombro con hombro con la Gran Bretaña de Winston Churchill fue una valiente decisión.

De no ser por la alianza de Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Francia y otros países, y la valentía de los soldados aliados, la trayectoria de la civilización habría sido terriblemente diferente.

El 25 de abril de 1945, los soldados de la 58ª División de Infantería Soviética y la 69ª División de Infantería Estadounidense se reunieron en el río Elba. Este histórico encuentro entre oriente y occidente marcó el final de las largas y sangrientas campañas de las potencias aliadas para dar marcha atrás a la agresión sin precedentes de la Alemania nazi en contra de Europa y la humanidad. Dos semanas más tarde, la guerra en Europa había terminado y seis años de muerte y destrucción llegaron finalmente a su fin.

Señor Presidente, hace setenta años, en la hora más oscura de Europa, un tercio de los judíos del mundo perecieron en el Holocausto nazi. Como dijo una vez Elie Wiesel, y cito: “No todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas”.

La magnitud de la destrucción no tiene paralelo. No podemos comprender las riquezas de las mentes que perdimos en la destrucción del Berlín de Einstein o de la Praga de Kafka. La tragedia de la Shoá es una mancha en la conciencia de la humanidad, una burla del concepto mismo del mundo civilizado que nunca jamás debe ser olvidada. La eliminación de los judíos de la faz de Europa no era un medio para alcanzar la meta: era el objetivo en sí mismo.

En aquel oscuro momento las naciones aliadas encendieron la luz de la libertad. Las fuerzas estadounidenses y británicas vencieron valientemente a los alemanes en el frente occidental y en el este. La 322ª División de Fusileros del ejército ruso liberó el campo de exterminio de Auschwitz. El acero del cual estaba hecho el espíritu de los aliados demostró ser más fuerte que el acero de los tanques y cañones contra los que luchaban. Gracias a ellos, la llama de la libertad continúa ardiendo resplandecientemente.

Sr. Presidente, nos encontramos hoy aquí para confirmar que la responsabilidad de prevenir atrocidades se encuentra sobre nuestros hombros. Hace setenta años, con las cenizas de la Segunda Guerra Mundial todavía humeantes, los vencedores de la guerra se unieron para crear la ONU y asegurar que nunca volviera a haber una promesa vacía.

Hoy, los valores fundamentales de esta institución están siendo amenazados por ideologías extremistas que atentan contra nuestra forma de vida. Desde África Occidental hasta el Medio Oriente, grupos extremistas han desatado una plaga de persecuciones creyendo que mediante silenciar individuos pueden silenciar a la civilización.

Los terroristas que asaltaron la oficina de Charlie Hebdo en París atentaron contra la libertad: contra el derecho de toda persona a expresarse. El terrorista que asesinó a judíos en París y Copenhague atacó la igualdad: la idea de que todas las personas son iguales sin importar su fe. Al dirigirse contra civiles inocentes, los terroristas perpetraron contra la fraternidad: contra los lazos de nuestra humanidad compartida.

No nos equivoquemos damas y caballeros: la libertad está bajo ataque en el mundo entero. Se está librando una guerra contra la dignidad humana y los derechos humanos, y tenemos que luchar. Unidos, con coraje y convicción, podremos hacer retroceder la marea del extremismo violento y defender los valores que apreciamos.

La paz y la seguridad también se ven amenazadas por Irán, el principal patrocinador del terrorismo en el mundo entero. La teocracia radical trabaja incansablemente para mejorar sus capacidades nucleares, mientras amenaza explícitamente con “erradicar a Israel de la faz de la tierra”.

Pero permítanme ser claro en este tema: no sólo la seguridad de Israel está bajo riesgo, sino también la seguridad y la estabilidad del mundo entero.

Piensen en cómo sería el mundo si se le permite proceder a Irán. Un Irán nuclear generará una carrera armamentista en Medio Oriente. Además, proporcionará un paraguas nuclear que protegería a los grupos terroristas, permitiéndoles actuar con creciente impunidad.

Este no es el mundo que los hombres y mujeres que lucharon victoriosamente hace 70 años habrían deseado.
Señor Presidente, la Segunda Guerra Mundial nos enseñó que el costo de la inacción es simplemente demasiado alto para aceptarlo. Esa es la razón de ser de esta institución y esa es la obligación que debemos cumplir.

Cada uno de nosotros tiene una función que desempeñar en la lucha por los derechos humanos y la dignidad humana. Debemos superar la indiferencia. Debemos saber lo que representamos y defender nuestras creencias: nunca satisfacer al racismo; nunca ignorar la incitación; nunca mantenernos en silencio ante advertencias o señales de guerra.

Desde esta Asamblea advierto al mundo: no cierren los ojos a las atrocidades que los rodean; no le den la espalda a la animosidad que ocurre. Es vuestra responsabilidad condenar el odio de forma clara y tajante.

Equipen a la próxima generación con palabras en lugar de armas. Ármenlos con ideas en lugar de ideologías radicales. Enséñenles tolerancia en lugar de terrorismo. La guerra no es inevitable. No es una fuerza de la naturaleza ni parte de la naturaleza humana. La guerra puede prevenirse, pero sólo si nos mantenemos unidos para denunciar la indiferencia y para defender la paz.

Me gustaría finalizar con una cita del General Douglas MacArthur, Comandante Supremo Aliado del Pacífico Sud-occidental, quien dijo:

“Es mi sincera esperanza —de hecho, la esperanza de toda la humanidad— que de esta solemne ocasión, de la sangre y la matanza del pasado, emerja un mundo mejor, un mundo que esté basado en la fe y la comprensión, un mundo dedicado a la dignidad del hombre y el cumplimiento de su más preciado deseo por la libertad, la tolerancia y la justicia”.

Señor Presidente, el deber recae sobre nosotros. Si deseamos que nuestros hijos vivan en un mundo que esté construido sobre la base de la libertad, la tolerancia y la justicia, entonces debemos permanecer unidos para defender estos valores.

Muchas gracias, señor Presidente.

 
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