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| sábado noviembre 16, 2024

La flor cadáver


En 1878, mientras cruzaba la selva en Sumatra, el botánico italiano Odoardo Beccari descubrió la flor más grande que se conoce, el aro gigante llamado en indonesio bunga bangkai o flor cadáver por su temible olor a carne podrida, reclamo para los insectos polinizadores que no hizo retroceder al explorador, quien no olvidaría nunca su primera impresión de la Amorphophallus titanum. Una mezcla de fascinación y rechazo, un sentimiento abismal y al mismo tiempo un éxtasis húmedo.

Un orgullo y una hesitación crecientes. Al regresar a Italia y contar su aventura, mostrar los pertinentes dibujos y sus notas, fue tratado como Marco Polo a su vuelta de China: no le creyeron, se burlaron de él y del rimbombante nombre de la planta. Nadie había oído hablar nunca de una flor que tiene un tallo de un metro de largo, una única hoja y cuya floración es todo un fenómeno natural: lo hace sólo cuatro veces en los cuarenta años que suele vivir entre helechos, ficus y pequeños hibiscus del color de la yema de huevo.

Tras su espectacular apertura a un ritmo de diez centímetros diarios hasta alcanzar los dos metros cincuenta o aún más, el ejemplar sólo permanece enhiesto y majestuoso dos noches y un día. El tiempo suficiente como para derramar su peste a difuntos. Aunque la flor cadáver tiene, en su espádice, flores femeninas y masculinas, para evitar la autopolinización y convocar a un banquete a las moscas, hormigas y abejas silvestres para que lleven su simiente más allá de sus dominios, las flores masculinas se abren un día más tarde.

Conmovido, al volver a su hotel Odoardo Beccari anotó con letra temblorosa en su diario de campaña que lo fálico de la flor y lo vaginal de su corola le hacían pensar en el sexo de los gigantes de la mitología. Cuando le preguntó a su guía, que hablaba un rudimentario inglés y era tuerto, si no había una contradicción entre la idea de flor, que anuncia la vida, y la de cadáver que se la lleva al reino de la descomposición, éste le dijo con toda la seriedad de la que se sintió capaz:

-Los cadáveres humanos también florecen, señor, pero como los pétalos del alma que se marcha no nos son visibles, raramente creemos que expirar sea un florecimiento. Aún y así llevamos ramos de claveles o jazmines a los velatorios y a los entierros para que el o la viajera tengan un regreso agradable a la atmósfera y sepan que pensamos en ellos como flores.

De su quebrado inglés Beccari el botánico extrajo y tradujo al italiano unos pensamientos que habrían de perseguirlo todos los días que le quedaban por vivir. ´´El aro gigante puede ser considerado una abominación o un privilegio, una proeza o un despropósito. En todo caso su belleza nos excede mientras su olor a muerte nos paraliza. Que nacimiento y extinción estén tan cerca el uno de la otra deshace nuestra lógica temporal.

En mayo del 2003 en la universidad de Bonn un ejemplar vivo de la flor cadáver llegó a la increíble altura de dos metros setenta y cuatro centímetros. Entre quienes presenciaron tamaña floración, sólo dos personas sabían quién había sido Odoardo Beccari. Uno era un jardinero inglés de Kew, el otro un especialista en flora tropical japonés, que fue quien descubrió las notas del botánico italiano en un arcón polvoriento de Turín, sus dibujos de la planta y el nombre indonesio de su guía.

Mario Satz: Arborescencias

 
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