Como era de esperar, elementos de izquierda están percatándose de las implicaciones políticas de la muerte, el 18 de enero, de Alberto Nisman, fiscal especial argentino que pasó la última década investigando la culpabilidad de Irán y de su aliado Hezbolá en el atentado contra la entidad judía AMIA perpetrado en Buenos Aires en 1994, en el cual murieron 85 personas. Una amalgama arcoíris de la que forman parte desde el Gobierno argentino hasta el teórico de la conspiración proiraní Gareth Porter mantiene que Nisman, al acusar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y a otros altos cargos argentinos de pergeñar la inocencia de Irán, actuaba a las órdenes de poderes extranjeros, principalmente de Estados Unidos e Israel.
Por desgracia, un ejemplo particularmente odioso de este planteamiento ha aparecido en las páginas de The Forward, periódico judío norteamericano progresista. Escrita por la periodista argentina Graciela Mochkofsky, autora de una aclamada biografía de Jacobo Tímerman –el difunto periodista disidente cuyo hijo, Héctor, es el actual ministro de Asuntos Exteriores de Argentina y uno de los cargos citados por Nisman en la denuncia que iba a presentar en el Congreso argentino el 19 de enero–, la pieza lleva por título “Por qué Alberto Nisman no es un héroe para Argentina ni para los judíos”, y desde ahí no hace sino empeorar.
Antes de abordar las numerosas fallas, distorsiones y mentiras descaradas del artículo de Mochkofsky, merece la pena detenerse un segundo en esa palabra, héroe. Hay una tendencia en la izquierda a considerar héroes al tipo de personas que pondrías en una camiseta, puras como la nieve, sólo guiadas por los principios y jamás dispuestas al compromiso en su búsqueda de la justicia.
Por supuesto, ese tipo de gente no existe en el mundo real. Como cualquier otro funcionario judicial, Nisman no pudo permitirse trascender la política, que es especialmente turbia en Argentina. Aunque Mochkofsky condena maliciosamente a un hombre que no puede responder cuando lo llaman “un espécimen nacido y criado en mi país, un espécimen del politizado sistema federal de justicia, típicamente alguien que maneja la ley, vive más allá de sus dictados y siempre está cerca del poder”, y alude tenebrosamente a “sus estrechos vínculos con los servicios de inteligencia argentinos”, no hay nada ahí, absolutamente nada, que sugiera que Nisman se equivocaba al culpar a Irán del atentado contra la AMIA, o al afirmar que Kirchner y su séquito obsequiosamente encubrían las huellas dejadas por Teherán.
La cuestión no es si Nisman fue un héroe sin complicaciones, sino por qué, poco después de su muerte, analistas como Mochkofsky tienen interés en dar cerrojazo a sus investigaciones sobre los nexos entre Buenos Aires y Teherán. Y la respuesta se revela en lo que Mochkofsky dice, pero también en lo que no dice.
Para empezar, trata de difamar a Nisman diciendo que “su tarea fue hacer presentable la mentira preparada por el juez Juan José Galeano”, un hombre que posteriormente fue imputado, junto con el expresidente Carlos Menem, por su papel a la hora de tratar de responsabilizar de la matanza a operativos locales de bajo nivel, eludiendo así el rol de Irán. De hecho, Nisman fue un probo joven funcionario en aquella investigación, y sólo pudo seguir con brío la pista iraní una vez que el sucesor de Menem, Néstor Kirchner, le designó para que acometiera una renovada pesquisa a finales de 2004.
Mochkofsky dice que Nisman saboteó deliberadamente un acuerdo de 2013 entre Argentina e Irán que tenía por objeto “crear una comisión internacional de juristas que analizara la evidencia aportada por ambos países en el caso AMIA y emitiera una recomendación no vinculante (…) El punto principal para Argentina era que Irán permitiera que esos sospechosos fueran interrogados por Nisman y el nuevo juez del caso, Rodolfo Canicoba Corral”.
No exactamente. Como señaló en The Tower el analista político residente en Buenos Aires Eamonn MacDonagh, “las actuaciones de la comisión se harían, naturalmente, en Teherán. La justicia argentina podría interrogar a los sospechosos; pero sólo en Irán, y no bajo juramento”. En otras palabras, las restricciones impuestas por los iraníes dejaban en nada la referida comisión, ya que no podrían derivarse consecuencias legales de la misma.
“El primer juez que recibió la acusación de Nisman la rechazó por no tener fundamento”, dice Mochkofsky. De hecho, el juez en cuestión, Ariel Lijo, se apartó del caso, lo que sugiere que previó un conflicto de intereses en el que podría estar involucrado él mismo, con lo que difícilmente puede decirse que desestimó las pruebas de Nisman por insustanciales. Se dice que el juez Daniel Refecas ha “demolido” las acusaciones de Nisman revelando, por ejemplo, que Nisman presentó escritos contradictorios “el mismo mes de su muerte”. Sólo un documento de aquella pila tenía alguna validez, la querella contra Kirchner et alii que había revelado días antes de morir. El resto estaba eran las típicas anotaciones e hipótesis que maneja todo investigador profesional. Señaladamente, Mochkofsky no divulga que el juez Rafecas afronta en estos momentos una querella por mala praxis en una causa no relacionada con la que nos ocupa, lo cual podría proporcionar alguna explicación de por qué adula al Gobierno en el caso Nisman.
Aunque Mochkofsky nos quiere hacer creer que las acusaciones de Nisman yacen ahora muertas junto a él, lo cierto es que siguen vivas, en manos de su colega el fiscal federal Gerardo Pollicita, que ha apelado lo dispuesto por Rafecas. Es algo en lo que el Gobierno argentino no quiere ver progreso alguno por varias razones, empezando por el hecho de que requiere prestar atención a las sospechosas circunstancias de la muerte de Nisman.
“Bah, es imposible”, rezongó Héctor Timerman cuando el periodista de la CBS Lesley Stahl lesugirió que, con la muerte de Nisman, Argentina estaba volviendo a su antigua tradición de asesinar a opositores. Mientras tanto, su jefa, la presidenta Fernández de Kirchner, ha pasado de decir que Nisman “probablemente” se suicidó a que “probablemente” fue asesinado. A la exmujer de Nisman, la juez federal Sandra Arroyo Salgado, no le cabe la menor duda de que fue asesinado, incluso ha llevado a cabo una investigación forense paralela que ha revelado todo tipo de incompetencias en la oficial.
El Gobierno argentino no debería haber dado un paso así tan a la ligera. Tampoco los iraníes, que tienen un largo y sangriento historial de asesinatos de opositores en el extranjero. Básicamente, Alberto Nisman –que siempre insistió en que el antisemitismo fue un factor clave en toda la causa AMIA– estaba diciéndonos que el asesinato de judíos no puede quedar impune, por lo que debían seguirse todas las líneas de investigación posibles. Que un periódico judío se considere dispuesto a publicar un artículo que menosprecia y difama esos esfuerzos, y que satisfechamente concluye que nunca sabremos quién atentó contra la AMIA (es la manera que tiene Mochkofsky de decir que preferiría no saberlo), es algo ciertamente censurable.
© Versión original (inglés): Commentary
© Versión en español: elmed.io
Tipico veneno de una izquierdista argentina que a pesar de su ideologia, en lugar de residir en Cuba, o en Venezuela, o en Bolivia, opta por vivir en la cuna de su odiado capitalismo, no me extrania nada pues a estos «idiotas utiles» les encanta vivir como capitalistas rodeados de lujos y comodidades y al mismo tiempo poder criticarlos.