La unidad 9900 del IDF está empleando soldados con distintos grados de autismo en la tarea de descifrar imágenes de satélite. Para los dos ex-agentes del Mossad que iniciaron el programa esta es una situación “ganar-ganar”.
La idea nació sobre el césped. Unas dos docenas de hombres de mediana edad sentados en un semi circulo habían llegado en febrero de 2011 para consolar a Dror y Yehudit Rotenberg, quienes un mes antes habían perdido a su hijo, el sargento Nadav Rotenberg, en las afueras de Gaza. Todos se conocían bien, ya que habían servido junto a Dror en la unidad de reconocimiento de la brigada de paracaidistas en los años setenta, pero no se habían visto en décadas.
En lugar de referirse a viejas historias de guerra, hablaron de sus vidas. Algunos de ellos estaban trabajando en los mismos puestos de trabajo, en el mismo kibutz donde siempre habían vivido. Uno de ellos es profesor. Otro trabaja en la prospección de petróleo en Siberia. Uno de ellos vive en EE.UU. y tiene dos hijos de 16 y 14 años, el mayor es sordo y ambos nacieron con autismo.
Él describió lo difícil que fue descubrir, cuando su hijo tenía dos años, que el niño estaba en el espectro autista y nunca sería igual a sus compañeros. Dijo que a medida que sus hijos se acercaban a la edad adulta uno de los retos más difíciles para la familia fue descubrir el estrecho y sombrío horizonte al que se enfrentan los bachilleres con autismo. Mientras que sus compañeros fueron a la universidad o al ejército, los adolescentes dentro del espectro del autismo regresaron a casa. Su antiguo oficial, T, llamó el fenómeno los “sangrientos 21″.
T, con sus ojos azules sombreados por cejas rojizas, había compartido un estrecho vínculo con este padre, que en 1974 fuera su operador de radio. No se habían visto desde entonces. Pero T, que estaba enseñando yoga y guiando viajes en solitario en el desierto —luego de jubilarse después de más de 20 años en el campo como oficial del Mossad— quedó impactado inmediatamente por la difícil situación del hombre. Allí, en ese momento, se dio cuenta de que su vocación era trabajar con jóvenes autistas.
“Todo lo que había hecho hasta ese momento me había preparado para esto” dijo T, describiendo, entre otras cosas, la capacidad para hacer frente a un problema complejo, para separar rápidamente el grano de la paja, y centrarse en los elementos críticos”. Aprendí que cuando algo es muy, muy importante, no hay nada que pueda detenerte. Y el truco está en averiguar lo que es muy, muy importante”. En este caso era la integración de adolescentes y jóvenes autistas de alto desempeño en una de las funciones más importantes de la Dirección de Inteligencia Militar de las FDI: la interpretación de fotografías aéreas.
El ejército tiene a su disposición, entre otros vehículos de reconocimiento aéreo, cinco satélites militares en órbita alrededor del planeta. Los satélites de vigilancia envían imágenes en 3D, durante la noche y con cualquier tipo de cobertura de nubes, directamente a Tel Aviv en tiempo real. La Unidad 9900 de Inteligencia Militar se encarga de interpretar las imágenes. El trabajo requiere de largas horas de concentración y atención constante a los detalles.
La unidad, como otras en inteligencia militar, selecciona entre los mejores estudiantes aquellos con la inteligencia espacial y la percepción visual necesarias para la tarea. El comandante de la unidad, sin embargo, dijo a T que sufría de escasez de decodificadores. Los soldados, en general, provenientes de las mejores escuelas y con las mejores calificaciones, querían avanzar con rapidez y alcanzar posiciones de mando.
“No está en el horizonte el desarrollo del software que pueda reemplazar al intérprete humano”, añadió.
Para T y otra alumna del Mossad, L, una madre de un joven autista que venía del sector tecnológico del servicio secreto, la difícil situación en la Unidad 9900 presentó “una situación de ganar-ganar”.
Programa Mirando Lejos (Roim Rajoc).
A principios de 2012, cuando T estaba investigando las fortalezas relativas de los diagnosticados con autismo, recibió una llamada de Tamir Pardo, el recién nombrado jefe del Mossad, ofreciéndole ayuda. Unas semanas más tarde, T le preguntó a Pardo si le podía enviar algunos de los muchachos.
Días más tarde, llamó L, quién se había unido al Mossad después de su servicio en el programa élite del ejército Talpiot y, como físico, había ascendido en la cadena de mando. Pero, al igual que muchos padres estaba preocupada por su hijo autista: ¿sería capaz de vivir independientemente y tener una profesión que le permitiera mantenerse? Ella, como madre, estaba familiarizada con algunas de las habilidades de los autistas, pero fue Pardo quien le sugirió que quizás las personas autistas podrían tener un don para interpretar imágenes visuales, especialmente fotografías satelitales.
Resulta que no es así de simple. Hay quienes pueden vislumbrar el horizonte de Roma desde un helicóptero y luego recrearlo a la perfección en el papel; otros son capaces de ver el número “pi” como algo más parecido a una imagen en lugar de una secuencia interminable o recordar decenas de miles de números en una secuencia con relativa facilidad. Estos son los eruditos y son extremadamente raros.
El Dr. Yoram Bonneh, un profesor del departamento de Biología Humana de la Universidad de Haifa, ha conducido varios estudios sobre la percepción visual de las personas autistas, uno de estos financiado por el Ministerio de Defensa. El Dr. Bonneh dijo en una entrevista telefónica que la percepción visual en los autistas es a menudo “diferente” en vez de categóricamente mejor. “Ellos interpretan las imágenes visuales complejas de una manera “objetiva”, dijo, sin interferencia de conceptos sobre cómo se supone que deben ser las cosas”.
A menudo las personas interpretan lo que ven, añadió, siguiendo la narrativa que sus cerebros han ideado, pero la mayoría de las personas con autismo tienden a centrarse “en los datos brutos”. Sugirió asumirlo como un tablero de ajedrez. Aquellos involucrados en el juego se centran en la estrategia y en los movimientos y sus consecuencias, “no ven” los detalles del tablero, dijo. Aquellos que miran el tablero más objetivamente podrán notar una ligera aberración en la alineación de las piezas o una mancha en uno de los peones.
Para la Unidad 9900 esto era más que suficiente. El comandante de esta unidad clasificada, consciente de la investigación de campo, dijo que le agradaría cooperar.
El plan era el siguiente: asegurar el financiamiento; encontrar una referencia académica; encontrar los candidatos adecuados; construir un programa con el ejército que enseñe a los solicitantes las habilidades necesarias, en un primer momento en un entorno civil cómodo y luego dentro de la unidad; dotar a los voluntarios/soldados con las herramientas que les permitan integrarse no sólo en una unidad militar sino también, más tarde, en un campo de trabajo más amplio, y asegurarse de que tanto la formación inicial como el servicio sea acompañado por un grupo de terapeutas entrenados y por oficiales con conciencia social.
T se reunió con el profesor Dudi Schwartz, el rector de la Academia Ono. La eligió porque estaba en el centro del país y tenía un departamento con profesiones de la salud que incluían terapia ocupacional, terapia del habla y fisioterapia. Con una taza de café y sin firmar un solo papel llegaron a un acuerdo en el cual T pondría hasta la mitad de los fondos y la academia proporcionaría la otra mitad. Cuando, unos meses más tarde, el socio estadounidense de T, su antiguo operador de radio, retiró su compromiso financiero, la universidad acordó pagar todos los costos mientras encontraban otros contribuyentes.
Un comité directivo constituido por profesionales del Ministerio de Educación ayudó a localizar los candidatos adecuados. El ejército emitió las autorizaciones necesarias para dictar el curso inicial utilizando computadoras del ejército en un campus civil, y nombró al teniente M, un oficial de la reserva, comandante de los 12 reclutas civiles.
Rotem Rosen, terapeuta ocupacional del programa, describió el lado terapéutico del curso, que fue diseñado por Efrat Selanikyo, el director profesional del programa Mirando Lejos (Roim Rajoc). Rosen, desde la oficina principal de la unidad, dijo que uno de los focos se centró en las actividades diarias, tales como tomar una línea de autobuses y desplazarse hasta la sede de Inteligencia Militar en Tel Aviv.
Además, el personal trabajó en comunicación y habilidades sociales. Sabían que en el ejército, incluso en el IDF, famoso por su laxitud, se enfatiza la jerarquía, y que los voluntarios necesitarían ayuda para entender cómo acercarse a un oficial. “En general, la atención se centró más en el resultado y menos en la forma”, dijo Rosen, y señaló que incluso cuando una persona piensa cuidadosamente acerca de lo que le gustaría transmitir, puede tener dificultades para organizar el pensamiento y luego expresarlo de manera óptima y hacia el rango adecuado.
Mientras estuvo en la Academia Ono trabajó con el primer grupo de 12 voluntarios y luego, en octubre de 2013, se trasladó con ellos a la unidad.
La transición no fue fácil. Una vez que los voluntarios completaron el primer curso en la unidad del ejército se les dio la opción de dejar el ejército o de convertirse en soldados. Si elegían unirse —un proceso que la comandante del programa, la teniente Batchen, describió como lo más emotivo que había visto en su vida— se les dio algún tipo de formación adicional y luego se dispersaron entre las unidades operativas, según la región y el país.
Su trabajo es individual, cada soldado es asignado a una pantalla, pero el servicio en sí está totalmente integrado, donde reclutas y soldados con autismo sirven unos al lado de los otros. La rareza de estos nuevos reclutas puede ser para los soldados, generalmente adolescentes, “muy, muy atemorizante”, dijo, y señaló que con el primer grupo de soldados, “al principio la situación social fue muy compleja”.
Con el tiempo las diferencias se fundieron en familiaridad y, en la mayoría de los casos, en afecto, dijo la teniente Batchen, que aplazó su entrada en el Instituto Israelí de Tecnología Technion por dos años, para comandar el programa.
Batchen dijo que también ha trabajado con los oficiales en su aclimatación a los soldados del programa Mirando Lejos y a sus requerimientos especiales, como sensibilidad a ciertas luces o al zumbido del aire acondicionado.
Profesionalmente, dijo la teniente Batchen, hay graduados del programa que están “entre los mejores decodificadores que he visto”, y hay otros que “son estándar. Es difícil para mí decir que el autista es el decodificador ideal”.
Dijo que algunos son particularmente conscientes de los detalles y que, “en conjunto, lo cual es difícil porque todos ellos son diferentes, su motivación y deseo significa sentarse y trabajar a un ritmo que no cualquiera puede mantener”.
Los soldados parecían más a gusto en la academia —donde actualmente se está dictando un curso dirigido a la integración de un grupo de 12 muchachos en los departamentos de calidad de software y procesamiento de datos de Inteligencia Militar—, que en la base con sus comandantes.
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