La escuela Menashe Eliashar de Jerusalem, en el barrio Ramat Sharet, era ayer-como tantas otras en todo el país- un espejo del mosaico de la sociedad israelí. Ciudadanos seculares y religiosos e inclusive algunos ultraortodoxos del barrio aledaño Bait Vagan, subían y bajaban por sus escaleras, en camino a votar.
En el patio de acceso al lugar, se mezclaban los carteles de distintos partidos, cuyos activistas, en el día mismo de votación, no tienen permitido hacer proselitismo junto a las urnas.Y también se mezclaban los decididos y firmes con aquellos que confesaron «recién al ver todas las papeletas, tomé la decisión».
Etti Eshet sonríe al contar que en su familia «cada uno vota otra cosa». Ella opta por el Primer Ministro Benjamin Netanyahu, segura de que «es lo mejor para el país». Su esposo Arie prefiere al laborista Itzjak Hertzog y la hija de ambos, que llega con su bebé, va más a la izquierda, por Meretz.La madre sonríe y aclara entre en serio y en broma que «no hay problema, porque no hablamos de política durante la cena familiar».
Miguel Leffler, también quiere ver a «Bibi» como jefe de gobierno, pero no vota a su partido Likud sino a otro, del ex ministro Moshe Kahlon, «porque tiene una agenda socio económica importante y puede aliarse con Netanyahu y presionarlo en la dirección correcta».
A la salida de la escuela, Igal Palmor, ex portavoz de la Cancillería israelí, hoy ya retirado de dicho ministerio, no revela por quién votó, pero asegura que lo principal, va más allá de la identidad del candidato preferido. «La verdad, yo siento una gran solemnidad cuando vengo a votar», asegura. Hay lugares en los que la gente arriesga su vida para luchar por la democracia, y aquí, tenemos este privilegio de poder votar por nuestro futuro, aquí nadie en duda que cada uno tiene derecho a su opinión..Y eso, no es nada trivial».
Por la empinada subida hacia la escuela, distinguimos a Florinda Goldberg, profesora de Literatura Latinoamericana en la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien cuenta que «yo voy por el cambio», aunque aclara que allí no se termina el desafío. «Así como estamos, no va más», recalca.»Pero creo que la función cívica del ciudadano no termina con la colocación de la papeleta en la urna…y hay que cerciorarse luego de que las cosas van por buen camino».
Para Cyntia, que llega a votar en una escuela de la capital, «la opción es Hertzog», explicando que le inspira confianza en un futuro mejor. Detrás de la estructura azul, con el escudo de Israel, que alberga las papeletas de los 26 partidos, cada ciudadano se ubica y únicamente sus niños le pueden acompañar. Ella saca la cabeza hacia fuera, como revelando un secreto, y muestra el papel con las letras distintivas de «La Unión Sionista» de Hertzog, que segundos después coloca en la urna.
En la localidad árabe Abu Ghosh, a pocos minutos de Jerusalén, varios ciudadanos aseguran que votarán por «la unificada», en referencia a la nueva lista que unió a todos los partidos árabes. «Pero aquí hay de todo y hay también gente que vota por Netanyahu o por Hertzog», asegura Imad Jaber. Y Nadia, maestra, resume lo que para ella, es lo central: «Yo quisiera que alrededor nuestro, en los países árabes, vivan lo mismo que nosotros, con elecciones democráticas, en libertad».
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