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| viernes noviembre 15, 2024

Vaikra-Hajodesh


Di-s llama a Moshe a la Tienda del Encuentro y le comunica las leyes de los Korbanot, ofrendas de animales y vegetales traídas al Santuario. Estas incluyen:La “ofrenda de elevación” (olá) que es totalmente incinerada para Di-s en el fuego del Altar;Cinco variedades de “ofrendas vegetales” (minjá) preparadas con harina fina, aceite de oliva y olíbano; La “ofrenda de paz” (shlamím), cuya carne era comida por aquél que traía la ofrenda, mientras que ciertas partes eran quemadas en el Altar y otras entregadas a los Kohaním (sacerdotes);Los diferentes tipos de “ofrendas de pecado” (jatat) traídas para expiar por transgresiones cometidas erróneamente por el Sumo Sacerdote, la comunidad entera, el rey o un judío ordinario; La “ofrenda de culpa” (asham) traída por una persona que obtuvo beneficio de la propiedad del Santuario, o por quien tiene duda de si transgredió una prohibición Divina, o por quien “traicionó a Di-s” a través de jurar en falso para defraudar.

DE LO NUESTRO

Al ordenar que sean traídas las ofrendas Di-s no utiliza la palabra ISH para referirse al hombre, sino Adam.
¿A qué se debe esto? Di-s nos está transmitiendo que debemos traer ofrendas DE LO NUESTRO y no cosas robadas.
Así como Adam, el primer hombre, era dueño de todo y por eso cuando presentaba ofrendas, éstas eran de su propiedad, del mismo modo, nosotros, que somos hijos de Adam debemos presentar ofrendas de LO NUESTRO y no cosas robadas.
Y este principio debe aplicarse a todos los aspectos de nuestra vida. Nada de lo que demos al Creador debe ser robado, nada de lo que demos a los demás debe ser mediante el robo. Debemos dar siempre de lo nuestro.

PARASHAT HAJODESH EN RESUMEN

Por ser el Shabat que cae en primero de Nisan o previo a el, agregamos a la lectura semanal la sección de Hajodesh (Éxodo 12:1-2) que relata las palabras de Di-s a Moises en Egipto dos semanas antes del Éxodo, instruyéndole la creación del calendario judío regido por la luna nueva y estipulando al mes de Nisan como “cabeza de los meses”.Di-s también ordena el sacrificio pascual que debía ser comido con matzá y hierbas amargas, y de la prohibición de comer alimentos leudados durante siete días.

EL ENCOGIMIENTO DEL HOMBRE

Por Yanki Tauber

Hubo un tiempo en que el hombre era muy grande. Las estrellas eran diminutas luces suspendidas en el «cielo» tipo un techo que cubría unos cientos de millas sobre su cabeza. La tierra en la que estaba parado medía un cuarto del tamaño de lo que es hoy. Como mucho este hombre era consciente de la existencia de varios cientos de miles de otros seres humanos (la palabra «millón» ni siquiera existía en su vocabulario). Obviamente, él era lo más importante alrededor–las piedras eran sólo piedras y los animales, animales. Era obvio que él estaba parado en el pináculo de la creación y todo lo demás existía solamente para cubrir necesidades.
A lo largo de los siglos el hombre se encogió. Y su mundo se agrandó; había de repente, muchas más personas, y muchas otras especies, opacando su importancia. Al mismo tiempo, se encogía cada vez más, hasta ser un punto infinitesimal en un enorme universo nebuloso.

¿Se ha vuelto el hombre más humilde? ¿Nos hemos vuelto menos presuntuosos? Interesantemente, el encogimiento del hombre tuvo el efecto contrario. Ideales como la devoción y el sacrificio se volvieron «debilidades humanas». El orgullo, alguna vez un pecado, se volvió una marca de buena salud psicológica. Las personas comenzaron a preguntarse si la codicia era realmente inferior a la virtud, hasta que la codicia se volvió una virtud, y se cerró el tema. ¿Por qué será que cuanto más llegamos a apreciar nuestra insignificancia, más egoístas nos volvemos?
En un análisis más profundo, ésta no es ninguna paradoja. La persona que se ve a sí misma como el jefe de la creación, como algo importante en el gran plan divino, es alentado a cubrir ese rol y servir a ese plan; la persona que cree que todo existe para que lo sirvan, está seguro de que su existencia sirve a un propósito más allá de su mera existencia.

Por otro lado, si el hombre es insignificante, entonces no sirve ningún propósito elevado. «Yo soy nada» puede ser simplemente otra manera de decir, «No hay nada más que yo.»

Este no quiere decir que la persona que se ve como el centro de creación no es susceptible al egoísmo y a la egolatría. Demás está decir que sentimientos de intrascendencia nunca serán acompañados por conductas altruistas. El punto es que los sentimientos de insignificancia no hacen a una persona más generosa –de hecho, las formas más virulentas de egomanía derivan de una falta de autoestima. Recíprocamente, una sensación de autoestima puede ser la fuente de arrogancia o humildad–dependiendo de cómo una persona considera su valor.

La diferencia, dice el maestro jasídico Rabino Schneur Zalman de Liadi, es la diferencia entre dos alef. En el versículo de inicio del libro de Crónicas, el nombre «Adám» está escrito en el Torá con una alef más grande; en el versículo de apertura de Levítico, la palabra vaikrá que se refiere a Di-s llamando a Moshé, está escrita con una alef muy pequeña.
Adám y Moshé eran ambos grandes hombres, y los dos eran conocidos por su grandeza. Adám era «la obra de Di-s» hecha a «la imagen divina». Saberse «corona de la creación de Di-s» lo llevó a su caída, al entender erróneamente que nada estaba más allá de su conocimiento.

Moshé también estaba consciente del hecho que, de todas las creaciones de Di-s, él era el único a quien Di-s habló «cara a cara»; sabía que era a él y a través de él que Di-s comunicó Su sabiduría y preceptos a Su mundo. Pero, en vez de la alef agrandada de Adám, este conocimiento evocó en él, la modesta alef de Vaikrá. Moshé se sintió inferior por sus dones, y muy humildemente impactado por la responsabilidad imponente de transmitir exactamente el mensaje. La Torá declara: «Moshé era el hombre más humilde sobre la faz de la tierra » –no a pesar de sino debido a su grandeza.

El hombre antiguo fue a la vez bendecido y maldito por la evidente prevalecencia de su grandeza. El hombre moderno es a la vez bendecido y maldito por el evidente aumento de su pequeñez. Nuestro desafío es hacernos de ambas bendiciones: combinar nuestro conocimiento de cuán pequeño somos realmente, con nuestro sentido de cuán grandes podemos ser de verdad. Convertirse en «un grande» humildemente que es el mejor tipo de humildad que existe. (www.es.chabad.org)

EN MEMORIA DE MI INOLVIDABLE MAESTRO, EL INGENIERO ABRAHAM IOSEF BEN MIJAEL DAVID POLICHENCO Z´´L QUIEN ME INICIO EN EL CAMINO DEL JASIDUT

 
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