Durante mucho tiempo pensé, como afirman algunos estudiosos y el sentido común, que el apelativo “marrano” era un término peyorativo que comparaba a estos individuos con los cerdos. Pero resulta que la Real Academia de la Lengua Española invierte el proceso y cifra el origen etimológico de la palabra en el árabe “muharram”: una persona maldita o descomulgada, sucia, desaseada, grosera y sin modales, lo que ha llevado a aplicar esta descripción del anatemizado al cerdo, animal al que consideran impuro y digno de desprecio. O sea, que los conversos no son “marranos” por su origen, sino al contrario: los cochinos y puercos lo son por comportarse como alguien que abandona su fe original.
Esta semana comienza en una universidad israelí un encuentro de expertos sobre este fenómeno, al que en hebreo prefieren llamar anusím, literalmente “forzados”, o “bnei anusím” (hijos o descendientes de conversos forzados), un término legal rabínico que se aplica a los obligados a dejar el judaísmo contra su voluntad de forma general, sin identificar el origen geográfico. Y es que este fenómeno no es exclusivo de España, ni de la Península Ibérica, ni del mundo sefardí. Antes y después existieron otros casos de conversiones forzosas, por ejemplo, los de la comunidad judía de la ciudad persa de Mashad en 1740, y antes, los de la tribu judía de los Banu Qurayza en Arabia que osó resistirse a Mahoma, y cuyos hombres fueron decapitados uno a uno, y las mujeres y niños forzados a convertirse al Islam.
Si el converso se mantiene fiel y observante en secreto, aunque sólo sea en el interior de su conciencia, es un anús. Si se trata de un judío que básicamente rechaza la existencia de Dios, es un min (apóstata), mientras que si cree en el Dios de Israel pero no observa sus preceptos, es un meshumad (hereje). Y es que, como señalaba el hispanista sefardí Israel Salvator Révah, el marrano es como un católico sin fe y un judío sin saber, aunque judío por voluntad.
La palabra “marrano” ha pasado a muchos idiomas, incluido el ídish. Un poeta en esa lengua (Avrom Reisen) compuso un poema convertido en canción, “Zog marán”, que muchos han cantado en vísperas de Pésaj, como la época en que estamos: “Dime, hermano marrano, ¿dónde has preparado el seder (la cena de Pascua)? En una cámara de una cueva profunda, allí lo he preparado. Dime marrano, ¿de dónde y de quién has conseguido blancas matzot (panes sin levadura)? En la cámara, bajo la protección de Dios, mi esposa ha estirado la masa. Dime marrano, ¿Cómo has hecho para conseguir una hagadá (libro del relato de la salida de Egipto)? Hace mucho tiempo que la escondí en una grieta de la cueva. Dime marrano, ¿Qué harás si oyen tu voz? Si el enemigo me apresa, moriré cantando”.
Yo según tenía entendido, como «marrano», era el calificativo, que los inquisidores, les aplicaban a aquellos judíos, los cuales habiéndose convertido al cristianismo a la fuerza, seguían a escondidas, so pena de ser quemados en las hogueras, los ritos de su religión de nacimiento. Hoy en día, aún continúan dándole, ese calificativo, a los descendientes, de aquellos, judíos del Siglo XV.