Tragando saliva, el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, ha declarado que el presidente Obama llamará al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu para felicitarlo por su victoria en las elecciones legislativas. Pero la conversación, que podría ser la primera en varios meses desde que Obama interrumpiera toda comunicación directa con el premier desde que éste decidiera desafiar directamente la política iraní de la Administración con un discurso ante el Congreso estadounidense a comienzos de este mes, probablemente se centrará en sus desacuerdos mutuos y no en expresiones de buena voluntad. Earnest aseguró que el presidente sigue comprometido con una solución de dos Estados para el conflicto de Oriente Medio, solución que Netanyahu no va a aceptar, según declaró en los últimos días de campaña. El portavoz añadió que eso significaba que Estados Unidos “revaluaría su planteamiento” del conflicto con los palestinos. Algo que sería muy recomendable, porque la visión que tiene Obama de Oriente Medio ha sido errónea desde el día de su toma de posesión.
La mención a la revaluación pretende ser, sin duda, una advertencia para Israel, y no una señal de una más que necesaria introspección. La Casa Blanca espera que Netanyahu la considere un aviso de que si no hace lo que se le dice, la Administración podría dejar de defender a Israelante las Naciones Unidas y sumarse a los intentos europeos de aislar al Estado judío reconociendo la independencia de los palestinos sin obligarlos antes a que firmen la paz con Israel y otorgándoles la soberanía dentro de unas fronteras que deberían ser negociadas, no impuestas a las partes.
No se trata de una amenaza vana ni de algo que no vaya a perjudicar a Israel. Si los palestinos lograran hacer realidad su fantasía de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobara una resolución por la que se les reconociera la independencia dentro de los territorios conquistados por Israel durante la Guerra de los Seis Días, incluido Jerusalén, ello no sólo les eximiría de cualquier obligación de negociar la paz con Israel: también pondría a Naciones Unidas de parte de una campaña para aislar al Estado judío que podría perjudicar gravemente a la capacidad de éste para defenderse.
La Administración también podría tratar de recortar la ayuda militar a Israel y de seguir otras iniciativas para degradar la alianza.
Pero si eso es lo que Obama está considerando mientras se prepara para el tercer acto de su tempestuosa relación con Netanyahu, debería dar un paso atrás y pensar largo y tendido sobre las implicaciones que tendría una política basada más en el resentimiento que en los intereses estadounidenses o en la causa de la paz.
Si Estados Unidos se valiera de los comentarios de Netanyahu acerca de la solución de dos Estados para abandonar a Israel en Naciones Unidas, haría algo mas que crear un conflicto diplomático. Como llevan haciendo desde enero de 2009, los palestinos interpretarían que los intentos de la Administración por distanciarse de Israel eran una invitación a una mayor intransigencia, y quizá incluso violencia, por su parte. En particular, Hamás, que se ha estado rearmando rápidamente tras la guerra de Gaza del pasado verano, podría creer que ya era hora de iniciar otra ofensiva terrorista en la que se atacaría con misiles a las ciudades israelíes. El grupo islamista, presionado por Egipto, al que la Administración tiene en tan poca consideración como a Israel, podría esperar que esta vez el presidente Obama usara la violencia no sólo para aumentar la presión sobre los israelíes, sino también para volver a cortar el suministro de armas.
En cuanto al líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, una ofensiva diplomática contra Israel suprimiría cualquier incentivo por su parte para que reconsiderara sus anteriores negativas a renunciar al derecho de retorno o a reconocer la legitimidad de un Estado judíoindependientemente de dónde se trazaran sus fronteras. Si el verdadero objetivo de la actual política estadounidense es avanzar hacia la paz y no soltar bilis contra Netanyahu, debería respirar hondo y alejarse del borde del abismo.
Una honesta reconsideración de la política estadounidense de los últimos seis años reconocería que el error clave cometido por el presidente Obama ha sido su obsesión por presionar a Israel y por imponer unas negociaciones con unos dirigentes palestinos que no están interesados en absoluto en unas conversaciones de paz.
Aunque sus críticos de izquierdas han afirmado que lo dicho por Netanyahu respecto a evitar un Estado palestino significa que éste ha estado engañando al mundo durante los últimos seis años en lo relativo a su apoyo a una solución de dos Estados, lo cierto es que son los palestinos quienes han hecho que esa postura se vuelva obsoleta. En los años en los que sí que apoyó los dos Estados e incluso paralizó los asentamientos y accedió a planes marco estadounidenses para las conversaciones de paz, los palestinos no se apearon de su negativa a negociar de buena fe.
De hecho, Obama, con su empeño en oponerse a las políticas israelíes, ha sido tan miope que no ha hecho a Abás responsable de sus actos, como firmar un pacto de unidad con los terroristas de Hamás o violar los compromisos de los Acuerdos de Oslo en lo relativo a no eludir las negociaciones directas acudiendo directamente a Naciones Unidas. Debe entenderse que el rechazo de Netanyahu a un Estado palestino, para el modo de pensar del primer ministro no es más que un comentario a la negativa palestina a negociar o a aceptarlo a uno como es. La mayoría de los israelíes quiere la paz y los dos Estados más que los palestinos. Pero son conscientes de que sólo con desearlos no van a hacerlos realidad si los árabes siguen diciendo que no.
Una seria reconsideración de la política estadounidense sobre Oriente Medio debería implicar darse cuenta de que hasta que no haya un cambio radical en la política palestina que permita que un líder como Abás firme la paz, que Estados Unidos invierta tiempo y energías en negociaciones resulta absurdo.
Si Estados Unidos abandonara a Israel en los foros internacionales, ello perjudicaría a los intereses norteamericanos tanto como al Estado judío, pues tendría el efecto de marginar la diplomacia y los intereses estadounidenses. Es más, que Norteamérica diera unas señales que Hamás y quizá incluso Hezbolá pudieran interpretar como apertura de la veda sobre Israel podría iniciar guerras que desestabilizarían Oriente Medio aún más.
Es necesaria una revaluación, pero ello debería implicar que Obama admitiera sus errores más que Netanyahu. Muchos de los comentarios acerca de los dos últimos años de mandato presidencial se han centrado en su intención de actuar a su antojo y dejar un legado sin tener en cuenta las limitaciones políticas que le impone la coalición bipartisana que respalda a Israel. Pero dado el probable y cruento coste que tendría esa línea de actuación, el presidente haría bien en considerar que proseguir esta inútil confrontación con el Gobierno de Netanyahu puede hacerle más mal que bien a su puesto en la historia.
© Versión original (inglés): Commentary
© Versión en español: elmed.io
Mediante la adopcion de una poltica errática, EE UU ha visto mermado su poder de influencia, en cuestiones de órden internacional, en las que veniá ejerciendo de «mediador» tal es el caso de la negociacion israelo palestina, en la que ha venido desempeñando un rol destacado, en el transcurso de las últimas décadas … la politica anodina y conciliadora llevada a cabo por la actual Administracion norteamericana, se avera un notable error estratégico, si consideramos los escasos frútos por ella cosechados, en contraste con el nivel de descrédito internacional alcanzado …
Nada parece sin embargo disuadir por ahora a su diseñador y principal ejecutor, de persistir en la senda manifiestamente errada por la que ésta viene discurriendo, enmendarse en sus tómas de decision, y situarse al frente de una gran coalicion llamada a combatir el embate del yihadismo, y la amenaza que éste representa, para las democrácias occidentales …
siendo asi mismo llamado a reconsiderar su postura en relacion a Israel, reconociendo en él un aliado fiable y un sócio preferente, en el marco de su politica exterior, al cual es preciso defender y atender en sus demandas de seguridad, al provenir éstas de las amenazas ejercidas por un enemigo comun, que como tal debe ser percibido …