Las noticias del pasado jueves por la mañana estaban repletas de paradojas. En el Yemen, Estados Unidos ayudaba a Arabia Saudí en una operación contra los huzis, respaldados por Irán. En Irak, las fuerzas aéreas estadounidenses apoyaban al Ejército y las milicias del país, también respaldados por Irán, en su batalla contra el Estado Islámico en Tikrit.
Así se manifiesta en la práctica el deseo del presidente Obama de lograr un nuevo Oriente Medio caracterizado por un equilibrio de poder entre los principales Estados de la zona. Para el presidente, eso permitiría que Estados Unidos se desentendiera de una región que ha absorbido los recursos nacionales. Pero, como está descubriendo, es más fácil verse absorbido por Oriente Medio que salir de él.
Aproximadamente desde el final de la Guerra Fría, Estados Unidos ha sido el principal estabilizador regional. Cuando Sadam Husein envió a su Ejército a Kuwait en 1990, fue América quien encabezó la iniciativa militar para expulsar de allí a las tropas iraquíes. Una vez se consiguió ese objetivo, Washington medió entre árabes e israelíes para alcanzar un acuerdo de paz. El proceso fracasó, salvo por el acuerdo entre Israel y Jordania.
Tras los atentados del 11-S, las prioridades estadounidenses cambiaron. De defender el statu quo, la Administración de George W. Bush pasó a tratar de alterarlo en beneficio de Estados Unidos mediante la eliminación del régimen de Sadam Husein. La lógica que guiaba esa iniciativa era que las dictaduras árabes habían generado frustración entre los jóvenes, los cuales, como respuesta, se habían pasado al terrorismo. Al eliminar al peor dictador del lote, los norteamericanos podrían provocar una transformación democrática que haría menos probable el mencionado proceso.
Puede que fuera una simpleza, pero la denominada Primavera Árabe demostró posteriormente que la falta de democracia y de libertad latía en el seno del descontento árabe. Sin embargo, la campaña iraquí causó también una fractura fundamental en el letárgico equilibrio árabe. El principal vencedor en Irak no fue Estados Unidos, sino Irán. Esto alarmó a los Estados del Golfo, fundamentalmente suníes, que se preocuparon por partida doble ante la retirada estadounidense en 2011.
Puede que fuera al inicio del primer mandato de Obama cuando los Estados árabes se sintieron más vulnerables. En vez de verse tranquilizados por Washington, se encontraron con un presidente que les dejaba claro que pretendía reducir la implicación estadounidense en Oriente Medio. Esas intenciones quedaban implícitas en la prioridad que ponía la Administración en un“giro hacia Asia”.
Y, lo que fue aún peor para los Estados árabes, posteriormente Obama inició negociaciones con Irán respecto a su programa nuclear, iniciativa que los árabes han interpretado de forma muy distinta a como lo hace Washington. Para ellos, una resolución de la disputa nuclear llevaría a la normalización entre iraníes y estadounidenses y, sobre todo, levantaría las sanciones, lo que liberaría enormes sumas de dinero y permitiría que la República Islámica tratara de lograr la hegemonía regional. Y, para acabar de colmar la ansiedad árabe, Obama parecía seguir su nuevo plan radical para la región.
El presidente parece creer que la única forma de que Estados Unidos reduzca su influencia en Oriente Medio pasa por establecer un nuevo equilibrio regional de poder que pueda mantenerse por sí mismo y preservar la estabilidad. Obama parece convencido, sin embargo, de que para que dicho equilibrio pueda arraigar debe atenderse a los intereses de Irán y reconocerse el papel de Teherán en la región. Esto se debe, simplemente, a que Washington ya no tiene los medios, y menos aún la voluntad, para contener a Irán.
Pero aunque las pretensiones iraníes en Irak, Siria y el Líbano han sido respetadas por la Administración Obama, hay líneas rojas. América defenderá a aliados como Arabia Saudí, los países del Golfo, Jordania e Israel si son amenazados. Eso explica por qué Washington ha colaborado en el Yemen con los saudíes en contra de los deseos de Irán, mientras que ha ayudado a los aliados iraníes en Tikrit. La Administración seguirá las iniciativas saudíes e iraníespara mantener el orden en sus respectivos patios traseros.
Estos equilibrismos no resultarán fáciles. Los equilibrios regionales sólo se consiguen tras un sinfín de conflictos en los que cada Estado impone sus zonas de influencia a los demás. En Europa hicieron falta las guerras napoleónicas para alcanzar el equilibrio logrado tras el Congreso de Viena. E incluso éste duró poco, pues las revoluciones de 1848 desafiaron el orden establecido, y posteriormente la emergente Alemania se enfrentó y derrotó a Francia en la guerra franco-prusiana de 1870-71.
En otras palabras: el concepto de equilibrio que tiene Obama es considerablemente académico y considera bien poco el caos y las rivalidades que se desencadenarán. En semejante contexto resulta difícil ver cómo Estados Unidos, que pretende dejar un orden estable, va a poder evitar implicarse más en Oriente Medio. Los dolores de cabeza no han hecho más que empezar para el antiguo profesor universitario.
© Versión original (inglés): NOW
© Versión en español: elmed.io
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