En Tel Aviv hay una estación de taxis donde los conductores, después de tantos años de trabajar juntos, se hicieron amigos, y una vez por mes se reúnen en la casa de alguno de ellos para contarse experiencias.
Cierto día uno de los taxistas se paró, pidió silencio y comenzó a contar una anécdota:
Esta semana viajaba como de costumbre por Tel Aviv, cuando una persona me pidió viaje. Me detuve, y una vez dentro del coche, el pasajero me resultó muy gracioso; un anciano que vestía una camisa «Miami» a botones, un reloj y una pulsera de oro. Me pidió que lo llevara a la calle Sheinkin y, mientras viajábamos, comenzamos a conversar; me contó acerca de sus éxitos, sus fábricas y sus inversiones. Después de un rato me pidió permiso para fumar y cuando asentí, sacó de su bolsillo un habano. Según me comentó, su costo era de cincuenta dólares y mientras yo intentaba encender mi cigarrillo «Time», él se apresuró y me dio fuego cordialmente. Vi que se trataba de un encendedor Zippo que valdría cientos de dólares y, así como estiró su brazo para encenderme el cigarrillo, la manga de su camisa se elevó y me permitió ver que tenía tatuado un número, como esos que llevan los judíos que estuvieron en los campamentos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.
Grabé el número en mi memoria y algo me generó una profunda emoción. Automáticamente, pisé el freno y estacioné; me di vuelta y le pregunté:
¿Sos un sobreviviente del holocausto?
Medio enojado porque paré de repente, me contestó con otra pregunta: ¿Nunca habías visto a un sobreviviente del holocausto? Seguí camino por favor, me estás demorando.
Me atreví a pedirle que me hablara un poco sobre su pasado y, cuando se le pasó un poco el enojo, me contó que toda su familia había sido asesinada durante esos años de espanto.
Después de la Guerra, investigué y busqué; necesitaba saber si todavía quedaba alguien con vida. En una ocasión me llegó un rumor que decía que mi hermano estaba acá, en Israel, y cuando vine a buscarlo nadie pudo decirme algo en concreto hasta que una persona me comentó que lo había conocido y que lamentablemente ya había fallecido, así que me quedé solo…
El taxista, hizo una pausa y les dijo a sus colegas que antes de seguir con la historia de este hombre, quería contarles algo sobre su propio pasado y fue así como siguió su relato:
Ustedes me conocen como una persona religiosa pero no lo fui toda mi vida; yo me convertí en religioso al casarme. Nací y me eduqué en un kibutz laico, por lo cual nunca tuve ninguna relación con la religión.
Era un joven cuando cierto día, antes de alistarme en el ejército, sentado en el comedor del kibutz y sin ánimo, sentí nauseas. Me dije a mí mismo que mejor sería hacer rápidamente mi trabajo así podría irme a descansar a mi cuarto. En el lugar donde trabajaba había un recipiente enorme en el cual tirábamos papas. En la base del mismo había cuchillas, como las de un blender, que cortaban las papas cuando llegaban a la superficie. Era un día de lluvia; me acerqué a la máquina con mis zapatillas mojadas y cuando intenté tirar las papas, resbalé y caí dentro. Me golpeé todo el cuerpo y cuando reaccioné, me di cuenta que era la hora en que la máquina funcionaba y yo me estaba hundiendo, junto con las papas, directo hacia las cuchillas.
Grité con todas mis fuerzas pero nadie me escuchaba, todos estaban aturdidos por el ruido dentro del comedor del kibutz. Traté de treparme pero todo estaba resbaloso y era, además, muy alto, por lo que comencé a gritar más fuerte. Esta vez le pedía a Dios que me ayudara. Nunca antes había tenido una reacción parecida; empecé a gritar al cielo pidiéndole a Dios que me salvara:
— ¡Dios, socorro, no quiero morir!
Fue en ese preciso momento, cuando yo estaba aterrorizado y gritando desesperadamente, cuando una mano entra en la enorme palangana y me toma fuertemente para que yo no siguiera cayendo. Lo primero que vi fue el número que llevaba tatuado en su brazo. Era la mano de mi vecino Zalman.
Zalman era un sobreviviente del holocausto que sufría de un aftershock y traumas. No hablaba ni se comunicaba con la gente. Le agradecí que me hubiera salvado la vida, y él me miró, y sin contestarme se fue.
Desde ese día, el número que vi grabado en su brazo me persigue por doquier; siempre lo recordé y supe repetirlo cada vez que contaba la historia. Entré al ejército, y los primeros tres números de mi documento eran como los de Zalman. Cuando me casé, y compré mi primera casa, los dos números del medio que la identificaban eran como los dos números del medio del tatuaje de Zalman, y cuando compré un teléfono celular, los últimos tres dígitos eran como los últimos tres del brazo de Zalman…
Cuando el anciano del taxi me encendió el cigarrillo, los números de su brazo eran parecidos a los de Zalman; casi iguales. Sólo el último era distinto, y cuando vi que era correlativo al de Zalman trabé las puertas del taxi, giré en “u” y comencé a viajar con destino al kibutz. El viejo empezó a gritar y, seguramente, pensaba que lo estaba raptando, por lo cual le conté la verdad y le dije que era posible que su hermano, a quien él había perdido, fuera el Zalman que yo conocí de joven, y que estábamos viajando a su encuentro y que, a lo sumo, si no fuera así lo llevaría hacia su destino original y no le cobraría el viaje. Yo tenía la esperanza que Zalman estuviera vivo todavía, a pesar de que habían pasado muchísimos años. Al llegar al kibutz sentí que no había pasado el tiempo; me acordaba de todo; cada rincón, lo que hizo que llegáramos directamente a la casa de Zalman. Sabía exactamente dónde estaba ubicada.
Me bajé del taxi, y al minuto de haber golpeado, ese minuto eterno, ocurrió el milagro esperado, Zalman me abrió la puerta. Lo abracé fuertemente como cuando no ves a un ser querido durante una gran cantidad de años. Zalman no reaccionó, no abrió la boca, parecía que no me recordaba. Cuando se bajó del taxi mi pasajero y se nos acercó sin que me diera cuenta, fui testigo de un momento histórico: Ambos se reconocieron instantáneamente como hermanos. Fue, además, la primera vez que escuché a Zalman hablar.
Siento que Zalman fue enviado desde el cielo para salvar una vida, la mía, para que esa misma vida le trajera a su hermano perdido. Sentí que el rol que cumplí en este drama no fue casual. Estoy seguro que alguien desde el cielo me empujó a llevar a cabo esta misión y no me quedó otra que decirle gracias.Gracias a Dios que me permitió ser el protagonista de esta historia.—
Así fue como este relato hizo que sus colegas, de a poco, se le empezaran a acercar y a abrazarlo como nunca.
Estremecedora y emotiva historia, que mueve a reflexion, y deja en el aire la certeza para unos, impresion para otros, que nuestro destino no es fruto del azar, ni la consecuencia simple, de un cúmulo de circunstancias ajenas a nuestra voluntad; sino que tras él se esconde, algo grandioso y sublime, que somos llamados a descubrir paso a paso … la Inefable Presencia de Di-s, manifestada tantas veces en nuestras vidas, sin que alcancemos siquiera a percibirla …
Nada sucede por casualidad, tengamoslo claro, apliquemonos pues a «descifrar» el «porque» de cuanto acontece en nosotros mismos, y en nuestro entorno inmediato, para lo cual contamos con la inestimable ayuda de las Escrituras, la Fé, y la Oracion, el resto se reduce a mantenerse fieles y persistentes en la obediencia a Dí-s, dejando en Su Mano el devenir de nuestra existencia …
¿En cual otra estariá mejor?