Es Evian-les-bains una idílica localidad termal en la parte francesa del lago ginebrino de Leman. Allí convocó el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt del 6 al 14 de julio de 1938 una conferencia internacional. Reunió Roosevelt a 32 países para tratar un problema que había adquirido ya virulencia tras la anexión de Austria por la Alemania hitleriana. Con la absorción de golpe de los 200.000 judíos austriacos, el III Reich había pasado a tener una población hebrea de más de 700.000 personas sin derechos, sometidos a permanente acoso y vejación. Todavía quedaban ilusos entre ellos que creían que la pesadilla del nazismo acabaría pronto.
Pero centenares de miles habían reconocido en su gobierno hitleriano al mortal enemigo y querían huir, emigrar. Pero nadie daba visados. Todos querían ir a EE.UU. o Inglaterra. Para evitar la presión política, Washington decidió repartir la carga. Pero no la carga de la inmigración sino la responsabilidad de no permitirla. El resultado fue devastador. Solo sirvió para que los judíos supieran que tenían todas las puertas de huida cerradas. De los 32 países en el Hotel Royal de Evian, solo Costa Rica se mostró dispuesta a aceptar la entrada de cierto número. EE.UU. no aceptó cuota alguna. Suiza cerró sus fronteras bajo el lema de «das Boot ist voll» (la barca está llena).
El Reino Unido anunció que la pequeña isla estaba superpoblada y esa inmigración tendría graves repercusiones sociales y económicas. También cerro sus territorios en Palestina para evitar problemas con los árabes. Los 29 estados restantes respondieron igual. Australia llegó a decir que «no tenemos un problema racial y no queremos crearlo ahora». El gran triunfador fue Hitler. «Espero que aquellos que tienen tantas simpatías por estos criminales (los judíos) sean lo suficientemente generosos para convertir la simpatía en ayuda práctica.
Nosotros estamos dispuestos a poner a su disposición a todos los criminales, si es por mí, hasta en barcos de lujo». Evian dejó claro que nadie haría nada por los judíos europeos. Si cada país presente en Evian hubiera aceptado menos de 20.000 judíos, habrían salvado a la totalidad de los judíos del Tercer Reich de 1938. Pero nadie quiso creer que Hitler fuera a aniquilar a su población judía como prometía una y otra vez. Sin escapatoria, todos salvo unos pocos afortunados acompañarían a la muerte a los millones de judíos de Europa oriental.
Muchos aquí no conocen la historia de Evian. Los judíos la sienten aunque no la estudien. Evian es médula de Israel. De ahí que Barack Obama, tan ansioso por la foto iraní como por la cubana para su por lo demás frustrada biografía presidencial, recuerde mucho a Roosevelt, cuando reparte responsabilidades. Mientras confía en las buenas intenciones de Hitler, perdón, del régimen de Irán. El ministro de Exteriores de ese régimen, Mohamad Yavad Zarif, distinguió esta semana a Madrid como primer destino oficial tras el acuerdo con Obama. Y no ocultó sus intenciones: «Hay que destruir Israel». Lo dijo en España.
En visita oficial. Y nadie le ha replicado. Ni Rajoy ni Margallo. Nadie en Madrid ni en Washington. Todos se dicen convencidos de que el acuerdo con el régimen de Irán tendrá grandes beneficios. Los riesgos denunciados por la amenaza iraní se tachan como fruto de la paranoia de los judíos o de Israel o del «radical Netanyahu». Pero el ministro iraní es claro: «Hay que aniquilar Israel». Sentados en el hotel Royal de Evian-les-bains le escuchamos en Madrid. Proclama su voluntad de exterminar a nuestro aliado Israel. Y todos brindamos con zumo para ayatolás porque somos aliados de civilizaciones y muy conciliadores y, como entonces en Evian, la amenaza no puede ir en serio.
Hay un error: la nación que aceptó recibir judíos no fue Costa Rica sino República Dominicana, en un intento del dictador Trujillo de aplicar también él una política racial y «blanquear» la población de la isla. Finalmente, de los 100 mil que prometió recibir, apenas aceptó a unos 1.200 que se establecieron en la zona selvática bananera de Sosúa