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| viernes noviembre 22, 2024

A Israel, con amor


En su columna de Haaretz el miércoles, titulada «Por qué no estaré celebrando el Día de la Independencia de Israel este año»,  Asher Schechter enumera muchas de las causas de su decepción con el estado judío y de su ausencia en las festividades, por primera vez en 29 años. En un viaje a Nueva York, había decidido de antemano que ni siquiera estaría presente espiritualmente, evitando «cualquier  cosa israelí» por ese día.

Su descripción del estado de la nación es tan deprimente como lo que se detalla. Escribe: «Los últimos doce meses en Israel han estado plagados de conflictos internos y externos, aislamiento internacional y corrupción política. Vieron una operación en Gaza el verano pasado, que se cobró la vida de más de 2,000 palestinos más 70 israelíes, y luego fue prácticamente olvidada al instante. Vieron una desagradable campaña electoral como consecuencia de la cual los israelíes se enfrentaron entre sí: derecha contra izquierda, judíos contra árabes, ashkenazíes contra sefaradíes, seculares contra religiosos– y la reelección del Primer Ministro Benjamín Netanyahu.»

Pregunta luego:  «¿Debiéramos acaso brindar por el rápido hundimiento de Israel en un abismo moral y político? ¿Debiéramos felicitar a la joven nación por su menguante democracia, por la creciente dependencia del nacionalismo y el fanatismo que demuestran sus líderes, por la anestesia emocional que parece haberle sobrevenido en los últimos años? ¿Debiéramos aplaudir la prematura muerte de la solución de dos estados, o quizás los peligrosos pasos de Israel hacia el apartheid?

La respuesta a estas preguntas retóricas, obviamente, es no.

 «Mientras Israel sigue el descenso en el camino del aislamiento y el conflicto, y lo hace con renovados bríos,» explica, «veo que mi desilusión pesa más que mi sentimiento de orgullo nacional».

Impactante. Y si Israel se pareciera aunque sea remotamente, al país que describe, yo me sentiría igualmente abatida. Afortunadamente, no es así.

Por el contrario, el Israel que yo habito–el que existe realmente– es el país de las maravillas.

A pesar de estar rodeado por enemigos inclinados a destruirlo, sigue estando lleno de vida, con un sabor paradójico. Es un verdadero hogar, aún siendo cosmopolita; provinciano y con sabiduría de mundo; desgarrado por la guerra y no obstante obsesionado por la paz; frenético y a la vez distendido; religioso y también secular; perteneciente a Medio Oriente y también a Occidente; decididamente conservador, aunque proclive a adoptar toda novedad liberal del planeta; una pesadilla burocrática, no obstante un paraíso para la expresión individual y el espíritu emprendedor; crítico, pero comprensivo; maleducado, pero correcto; orientado hacia el matrimonio, aún siendo un paraíso para los solteros; extremadamente caro, aunque un sueño para el turista; económicamente inestable, pero capaz de capear desastres globales y locales.

Sus imperfecciones son numerosas, pero los esfuerzos públicos para corregirlas no conocen límites. Las quejas acerca de la condición y de los presupuestos asignados a la salud, beneficios sociales, transporte, educación, defensa, cultura, son desorbitantes, siendo algunas más justificadas que otras. Estas quejas son constantemente enfatizadas en la prensa, que es libre de criticar todo y cualquier cosa a voluntad, no importa cuán falso–como la acusación de Schechter hacia Israel calificándolo de «apartheid» y acusándolo de la «muerte prematura de la solución de dos estados.»

Ningún país en el mundo, a la edad de 67 años, jamás se acercó a los logros de Israel, y ser «la nación Start Up» es meramente el baño de la torta. Su verdadera grandeza no reside en sus innovaciones tecnológicas, sino en el entramado de su sociedad, que logra equilibrar y sortear cualquier obstáculo en su crisol cultural con recursos milagrosos.

A pesar de las fallas de sus políticos y de su sistema electoral; a pesar de la diversidad y los choques étnicos y religiosos; a pesar de los misiles arrojados desde Gaza (como uno en el cierre del Día de la Independencia); a pesar del incesante y creciente acoso diplomático; y a pesar de la amenaza palpable de un Irán nuclear, el estado judío no es meramente un fenómeno, sino un lugar fantástico en el cual vivir. 

Schechter dice que siente que su «decepción sobrepasa su sentido de orgullo nacional.» Yo, por mi parte, estoy cada año que pasa, más enamorada de Israel.

Ruthie Blum es la editora de la Web La Voz de Israel (voiceofisrael.com).

http://www.israelhayom.com/site/newsletter_opinion.php?id=12361

​Traduccion para porisrael Evelyn Wertheimer​

 
Comentarios

¿Por que no aceptar fusionar ámbas visiones de un mismo pais? ¿acaso el bien absoluto existe en cualquiera de los que rodean a Israel? … ¿no constituye por fortuna, el sentido de la autocrítica, uno de los bienes mas preciados en todo libre pensador y una de las virtudes que mas han caracterizado desde siempre al pueblo judio? …La crítica cuando es constructiva, orienta e incentiva, a diferencia del halágo váno y engañoso , que tiende a debilitar al que de el es receptor…
Verdad ésta, que no desmiente el prodigioso crecimiento económico, cientifico y tecnológido que experimenta Israel, su consolidada democracia, sus permanentes avances en ámbitos de investigacion, su eficiente nivel de enseñanza … nada es perfecto ciertamente, y todo suceptible de mejorarse, quedemonos pues con ésto, sin dejar por ello de valorar la correcccion, cuando ésta proceda de una ménte lúcida y cualificada, que ademas confiese su celo por Israel …
(*no vean aqui la menor alusion a este específico columnista)

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