A principios de enero, el presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, pronunció un discurso en la Universidad Al Azhar en el que instó a los eruditos musulmanes a adoptar un discurso religioso más moderado. Dijo, dirigiéndose a la audiencia:
Es inconcebible que las ideas que consideramos más sagradas puedan hacer que toda la ‘umma’ sea fuente de ansiedad, peligro, muerte y destrucción para el resto del mundo.
Pese a que Sisi llegó a instar a una revolución religiosa, no propuso acciones concretas para lograr dicho objetivo. Y, por ahora, poco han cambiado las cosas.
De hecho, desde el discurso de Sisi, la Universidad Al Azhar, que es una institución del Estado, ha iniciado una campaña contra quienes tratan de renovar y modernizar el discurso religioso y contrarrestar la violenta retórica que aprovechan grupos como el Estado Islámico de Irak y el Levante. La situación alcanzó un punto crítico en un reciente proceso judicial contra el telepredicador Islam al Beheiry, presentador del programa de televisión Al Kahera Wal Nas, acusado de “suscitar conflictos y difamar a grandes imanes”.
Al Azhar insistió en que se suspendiera el programa de Al Beheiry, Con el Islam, y presentó una demanda contra él. Clérigos de la universidad incluso lo acusaron de apostasía y declararon quematarlo resultaba admisible. Eso recuerda al incidente que hubo con Farag Foda, un activista pro derechos humanos que defendía la separación entre religión y política a comienzos de los 90. Como respuesta, el Frente de Expertos de Al Azhar emitió una fetua en la que se acusaba a Foda de apostasía. El activista fue asesinado en 1992.
Una serie de activistas y escritores han instado a Sisi a cumplir su promesa y llevar realmente a la práctica una revolución religiosa. Pero parece que su Gobierno está dando carta blanca a la universidad. Mientras Al Azhar lanza ataques contra quienes llaman a la moderación, Magdy Abdel Gafar, ministro del Interior, declaró durante un reciente encuentro con clérigos del centro universitario que el Estado está de parte de la institución, lo que ha sembrado dudas acerca de la trascendencia del discurso de Sisi.
Consideremos un acontecimiento relacionado con este asunto: después de que el Estado Islámico asesinara a 21 coptos egipcios en Libia, Sisi promulgó un decreto por el que se permitía la construcción de una iglesia en el gobernorado de Minya. Radicales islamistas protestaron ante dicha decisión y el Estado dio marcha atrás. Por otra parte, en la localidad de Al Galaa diversos extremistas lograron imponer sus propias condiciones para la reconstrucción de una iglesia en ruinas. Exigieron que el edificio no tuviera más de una altura y que no fuera reconstruido en caso de volver a ser demolido. Inscribieron estas injustas condiciones en el Registro de la Propiedad de la localidad, con lo que les daban carácter legal. Esta discriminación, que viola la ley y la Constitución, fue cometida con pleno conocimiento de las autoridades estatales.
En Semana Santa se produjeron una serie de ataques contra iglesias, viviendas y comercios coptos con la complicidad de las fuerzas de seguridad. Por ejemplo, en la localidad de Mayanat al Waqf, al parecer las fuerzas de seguridad asaltaron y profanaron un edificio perteneciente a la iglesia de San José con la excusa de que las autoridades no habían autorizado que se pudiera rezar allí.
Puede que Sisi invoque a menudo la moderación religiosa y la lucha contra el extremismo, pero el suyo en un discurso hueco. Simplemente trata de quedar bien Occidente, que busca aliados para enfrentarse a los grupos radicales islamistas, y con ello persigue legitimar su régimen, al que la comunidad internacional aún mira con recelo. Los comentarios de Sisi pueden ser un buen titular para los medios occidentales, pero no lo tomemos por el reformador de Oriente Medio que llevamos tanto tiempo esperando.
© Versión original (inglés): Fikra Forum
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