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| lunes diciembre 23, 2024

Seña y saña


A pesar del título, esta columna no va de lingüística sino de periodismo. O de ambas cosas y de ética cuando el sujeto del titular es Israel. Esta semana: “Israel ataca Gaza”. Más abajo y en tamaño menor: “En respuesta al lanzamiento de un cohete contra su territorio”. El titular elegido no enseña, sino que se ensaña: no indica para dar a entender algo o venir en conocimiento de ello (como la primera definición de “seña” en el diccionario), sino que lo hace con furor, enojo ciego e intención rencorosa y cruel (como en la entrada de “saña”).

Imaginemos un titular al día siguiente del desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial: “Estados Unidos ataca Europa”. No faltarán elementos gráficos que justifiquen, corroboren y refuercen un encabezamiento así, difícilmente imaginable en un país de los aliados entonces. La ética periodística no lo hubiera permitido, a menos que fuese colaboracionista de los regímenes nazi y fascista. Sin embargo, la saña y la tergiversación gramatical son el pan nuestro de cada día en la prensa de lengua hispana en lo que a Israel se refiere, hasta convertirse en su “seña” de identidad. Enseña su saña: muestra, más que su filiación ideológica, la ausencia de un pensamiento crítico y responsable. Si todos (o la mayoría) actúan igual, por algo será, como diría el ensañado y galardonado escritor antisemita Antonio Gala.

La “mala uva” (una expresión castiza sobre las malas intenciones, que puede tener su origen nada menos que en las normas dietéticas judías) no sólo afecta al juego gramatical de demonizar al sujeto (o mejor, convertir en sujeto activo de la oración al “malo” de la película), sino también a la semántica, revirtiendo el significado de las palabras (por ejemplo, holocausto pasa de ser un genocidio contra los judíos a estar provocado por ellos contra los palestinos) e incluso a la edición, trazando un mensaje subyacente. Sirva de ejemplo una noticia del mes pasado cuando el padre de la víctima árabe del asesinato en Jerusalén el año pasado pidió que su nombre no fuese leído en el acto del día de los caídos por las guerras y el terrorismo en Israel. En negrita leemos “joven palestino quemado vivo por judíos” y gracias a algunas protestas el subtítulo “sin justificación alguna“ (que parece aludir a alguna malvada acción israelí) se cambió por una negrita en el texto que dice “no dio ninguna justificación”, explicando la actitud de la familia al denegar el homenaje. A pesar del cuerpo de la noticia, el titular es “Israel retira el nombre de un palestino del muro dedicado a víctimas de atentados”. Es como escribir “El doctor Fulano desconecta al paciente Mengano y provoca su muerte”, aunque en el cuerpo de la noticia nos cuenten que ha sido a petición de la familia y con una orden judicial.

¿Por qué pasa esto? Porque a pesar de las leyendas y los mitos, los judíos y los israelíes no somos poderosos ni tan influyentes ni poseemos y dominamos los medios de comunicación. Seguimos siendo el blanco más fácil de la ignorancia, el prejuicio y la cobardía intelectual, las señas de los que suelen ensañarse con los diferentes.

 
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