Ayer fui informada que ya no soy una residente de Israel, como creía. Seis Cortes Supremas de Justicia de los Estados Unidos me informaron que, en lo que a ellos concierne, soy una residente de Jerusalem, punto y aparte. O de Jerusalem, Tierra. Lo que ha sido visto universalmente como la capital del pueblo judío durante 67 (y más de 3.000) años, se transformó súbitamente en Tierra de Nadie, una víctima de quienes preferirían ver a esta ciudad como parte de una agenda política, antes que el hogar de miles de israelíes.
Así pues Jerusalem, que es la sede de la Knesset y de la Suprema Corte, y la ciudad mencionada casi 700 veces en la Torá y ni una sola vez en el Corán, aparentemente no debe ser considerada la capital del Estado Judío. Porque ellos así lo dicen. Y así, cuando con la gracias de Dios, tenga hijos cuya suerte sea nacer en algún hospital de Jerusalem Occidental, la indisputada y sancionada por los EEUU, y yo solicite un pasaporte norteamericano (porque aún amo y aprecio al país de mi nacimiento), esos niños serán de «Jerusalem, el Universo». «Jerusalem, Ningún Lugar.» «Jerusalem, Somos demasiado temerosos de la Opinión Pública para ser honestos y decir que es Israel».
Para mí, esto es una verdadera tragedia. Ha negado aquello por lo cual murieron nuestros ancestros, en la historia judía y en la historia de este Estado. Y si he de ser honesta, es un acto de desafío a nuestra propia autodeterminación. Se nos dice que los EEUU nos está negando el derecho a elegir nuestra propia capital. El Consejo de Ministros está diciendo ostensiblemente que, con el propósito de no ofender a la minoría, debe insultarse gravemente a la mayoría. Toda esta debacle no hace más que debilitar el reclamo judío de esta ciudad, y quizás este sea el punto.
Quizás el objetivo silenciado sea que si la gente dice que Jerusalem no es realmente parte de Israel, lo hará así. Y el ejército de los antisionistas y antisemitas del mundo entero festeja este desprecio. El solo echar una mirada a las secciones de comentarios de los varios artículos sobre este caso, les dará la pauta del daño internacional que esto está causando a un pueblo que sufre un asalto tras otro.
Los comentarios están plagados de odio y de descarados epítetos antisemitas, demostrándonos que nuevamente, estamos solos en nuestra lucha por justicia. Los Estados Unidos, nuestro eterno y natural aliado, es el país que ahora está llevando a todos los detractores de Israel a cacarear con deleite, transformando este tema básicamente clerical, en un tema que amenaza directamente nuestra legitimidad en esta ciudad.
Pues bien, yo me niego a que me digan que la capital de Israel no está realmente ubicada en Israel. Me niego a creer que debido a la corrección política y al miedo a ser condenados por el mundo árabe (y- ¡guay! Europa), los niños nacidos en Jerusalem no tienen ningún país al que pueden considerar propio. Y rezo por el día en que el Departamento de Estado y el presidente y la Suprema Corte de Justicia concuerden conmigo y modifiquen este fallo ridículo. Pero hasta ese momento, seguiré siendo una orgullosa residente de Jerusalem, la eterna capital del Estado de Israel.
Traduccion para Porisrael.org de Evelyn Wertheimer
Es lo mismo que si a los que nacen en las islas Malvinas, o Falklands, les ponen en el pasaporte: «Nacido en Falklands, océano Atlántico Sur».