La Unidad de Cuidados Intensivos en el Hospital Dana de niños, ubicado dentro del Hospital Ijilov en Tel Aviv, continúa llena. Los médicos atienden a niños de distintas edades que requieren atención especial por un problema súbito o por un deterioro imparable de una dolencia ya conocida. Siguen corriendo ante las emergencias y calculando cada paso con cuidado, para que cada uno reciba la mejor atención posible.
Y en medio de todo esto, en medio de esta rutina en la que siempre se combinan el optimismo y el dolor, no olvidan. No se olvidan de la pequeña Sofía El Khoury, la niña colombiana que se accidentó en la piscina del hotel Hilton Dalaman Resort & Spa, de la ciudad de Ortaca (Turquía) y a la que intentaron infructuosamente salvar, que con su muerte salvó la vida de cuatro niños en Israel, por la decisión de sus padres de donar sus órganos.
«Recuerdo la primera vez que la vi, en la cama, conectada al respirador. Parecía un ángel», recuerda Mijal Lugasi, coordinadora de Trasplantes en el Ijilov. «Yo abrigaba la esperanza, en cada estudio que se le hacía, que el resultado fuera bueno, que pudiéramos decir a los padres que Sofía viviría. Y se me estruja el corazón al recordar cómo en cada lado al que llegábamos para hacer un estudio, los médicos terminaban llorando». Lo cuenta y a ella misma se le entrecorta la voz y se le humedecen los ojos.
Mijal (41) trabaja en el hospital hace ya 12 años. Hace 5 años y medio que se dedica al tema de la donación de órganos. Pero evidentemente, no se acostumbra. «Es imposible, uno trata de hallar las defensas necesarias para protegerse, pero es ineludible sentir ese dolor tan profundo cuando se tiene que confirmar a los padres de un niño, que es su vida toda, que no vivirá».
Es cautelosa al elegir las palabras, pero no puede dejar de hablar de la muerte pegada a la vida. «No hay otra forma de presentar la muerte de un niño: es una catástrofe terrible. Pero cuando sus padres deciden donar sus órganos y de ello se salvan vidas, es algo muy fuerte. Es todo un milagro».»Y el privilegio de salvar vidas», aclara, «es ante todo de la familia, no de la medicina ni mío, sino de la familia, que en el momento más difícil, cuando pierden un hijo, son capaces de pensar en cómo ayudar a otros». Mijal se seca las lágrimas que le corren por las mejillas y agrega: «Esta es la máxima nobleza de espíritu que se puede concebir. Eso es lo que mostraron los padres de Sofía».
La Dra. Shirley Friedman estuvo junto a ellos cuando anunciaron la decisión y le comunicaron sin demora: donarían los órganos. Ellos mismos preguntaron qué opciones había. Recuerda la entereza, el dolor que irradiaban y al mismo tiempo, su deseo, parecía, de ayudar ellos mismos al hospital en lo que podían hacer para facilitar los trasplantes.
» Las familias que donan, tienen algo de consuelo. Es que no es natural, es ilógico, inaceptable, anormal, que muera un niño…y si uno piensa al menos que con esa muerte se está dando vida a otros niños, en algo quizás ayuda», asegura.
Esta médica especializada en cuidados intensivos de niños, intenta maniobrar entre la necesidad de determinar ciertas barreras y límites en lo personal, y la inevitabilidad de pensar en sus propios hijos de 14 y 17 años cuando lidia con el sufrimiento de los niños a los que no se puede salvar. «Uno aprende a apreciar las pequeñas grandes cosas de todos los días, de dar gracias por poder levantarse todos los días al trabajo y poder caminar..y de tener bien a sus hijos» .
También ellos «conocían» a Sofía. «Me vieron llegar muy triste a casa y preguntaron qué había pasado. Les conté de Sofía… Y mi hijo comentó que le parecía admirable que los padres, en medio de tanto dolor, hayan aceptado donar sus órganos a otros niños «.
Antes de llegar a ese punto, los médicos deben pasar por los difíciles momentos de las duras conversaciones con los padres, cuando ven que el niño internado no tiene probabilidades de salvarse y sobrevivir. El Dr. Efraim Sadot, Director de la Unidad de Cuidados Intensivos , que fue quien recibió a Sofía y sus padres cuando llegaron al Ijilov el sábado 25 de julio, vivió en repetidas ocasiones esa situación. «Es algo que me deja mental y emocionalmente exhausto. Llego a mi casa al terminar el trabajo, totalmente sin fuerzas. Es que son momentos realmente difíciles».
En un principio pensó que con Sofía sería diferente. Ya días antes de recibirla en su Unidad, un médico especializado, el Dr. Ami Lev, viajó a Turquía-donde había ocurrido el accidente a Sofía, durante unas vacaciones familiares- para evaluar la situación. La intención era ver si había probabilidades de salvarla y cómo podría pasar el viaje de traslado.
«Si bien me preocupó oir que hubo intentos de revivirla durante 35 minutos, lo cual significaba demasiado tiempo sin oxígeno, los valores que aparecían en algunos estudios, y otros elementos, daban cierta esperanza», nos cuenta el Dr. Sadot. «Me dijeron que Sofía se despertaba mucho, que hacía movimientos para intentar quitarse los tubos, que podíamos interpretarlos como movimientos voluntarios, que podían indicar actividad cerebral, y nos aferramos de esa esperanza».
Pero el Dr. Lev había visto a Sofía el miércoles, el mejor día de su internación después del accidente. Al día siguiente, o sea dos días antes del viaje de Turquía a Israel, el estado de Sofía se fue deteriorando , los valores no eran buenos, y las esperanzas se iban apagando. Cuando llegó a Israel y al Ijilov, la situación ya parecía claramente irreversible. También lo comprendió de inmediato el Dr. Sadot, quien sufría pensando que apenas llegan, debería tener con los padres de la niña esa conversación dura, que quisiera nunca tener que planear.
«Para mí, cuando hay un niño internado, es como si también los padres estuvieran hospitalizados con él. Y hay que dar mucha importancia a todo lo que se les explica. También hay que darles la seguridad de que su hijo o hija están en buenas manos».
Para él, una forma de transmitir esa seguridad, además de dominar todos los datos del expediente, es cerciorarse de que pronuncia bien el nombre del niño. «Es una forma de acercarse y de infundir confianza», aclara. Le comentamos si quizás será por eso que nombra a Sofía con tanta naturalidad, como si la hubiera atendido mucho tiempo. El Dr. Sadot sonríe con cierta amargura y responde: «Sofía me entró al corazón».
Recuerda lo hermoso de su rostro, la suavidad que irradiaba y además, siente que algo al menos la conoció a través de su padre, Víctor, con quien él más se comunicaba. «Me contó que Sofía era una niña muy dulce, alegre, sonriente», dice Sadot. «Yo le hablaba al padre en inglés, cada varias oraciones él traducía a la madre al español. Y me impactó que a cada rato, él se daba vuelta y le hablaba a Sofía, como si estuviera simplemente dormida». Aunque el Dr. Sadot cuenta que nació en Maracaibo, Venezuela, dado que llegó a los 5 años con su familia a Israel, no domina el español y por ende, entendía muy parcialmente lo que el papá le decía a Sofía. «Quizás para comprender que le hablaba a su niña, y le decía que todo va a estar bien, no hacía falta saber el idioma».
Pero lamentablemente, la lucha no terminó bien para Sofía, que no pudo recuperarse.
El domingo 26 de julio a las 15.00 horas, llegó al CTI la comisión que por ley, puede determinar si hubo «muerte cerebral». Esto, previo mapeo del cerebro, destinado a corroborar si hay actividad cerebral alguna. Al confirmarse que no, se considera que aunque el cuerpo siga funcionando, la persona ha fallecido.
Y allí comienza una nueva etapa, con su propia dificultad. «Por un lado, es el peor momento para los padres, porque se les confirma lo peor. Por otro, no hay más remedio que plantear el tema de la donación de órganos lo más cerca posible de la confirmación de la muerte, ya que es necesario saber cómo proceder para garantizar que los órganos se mantengan en buen estado, aptos para su trasplante», explica la Dra. Friedman. Es por eso que de hecho, se siguió tratando a Sofía hasta el lunes, un día después de la muerte cerebral, y debió continuar conectada a todo lo esencial para el buen funcionamiento del cuerpo.
«Que en ese momento, la familia sea capaz de pensar en ayudar a otros, no es algo sobreentendido», dice Mijal Lugasi. «Es una familia admirable. Queremos que sepan que todos apreciamos su digno comportamiento, su nobleza y altura de espíritu. En medio de su tan profundo dolor, ayudaron a dar vida a cuatro niños y a través de ellos, a sus familias. Y eso, quizás, en algo consuela ante la terrible muerte de la pequeña Sofía».
En el CTI, los médicos recuerdan el caso de una familia cristiana ortodoxa, árabes ciudadanos de Israel, que perdieron a su hijo y donaron de inmediato sus órganos. «No es lógico que Dios nos lo haya enviado por tan poco tiempo», decían en medio de su congoja.»Seguramente estaba destinado de antemano a venir a este mundo, para salvar otras vidas». Con este pensamiento, probablemente, estiman los médicos, la muerte de su hijo cobraba sentido y tenía un significado, el único que podía en algo mitigar el dolor.
Sofía El Khoury sigue viviendo no sólo en el corazón y el recuerdo de todos aquellos que la conocieron, sino en el cuerpo de cuatro niños israelíes. Su corazón y sus pulmones fueron trasplantados a un niño de 14 años, el hígado a uno de 9, un riñón a un varón de 16 y el otro riñón a una niña de 9 años, de diferentes partes del país.
Mijal Lugasi no puede revelar datos sobre su identidad. Si las familias así lo deciden, tanto los padres de Sofía como los de los niños que recibieron sus órganos, podrán estar en contacto y conocerse. Dependerá únicamente de ellos. «A menudo, las familias dicen que eso ayuda. Recuerdo una madre que quería escuchar en el niño que recibió la donación, el latido del corazón que era de su hijo. Al principio es sumamente difícil. Pero luego, verán a las familias felices, verán las vidas que salvaron, y eso, en algo, será un consuelo», explica Mijal.
Cuando pedimos a los médicos enviar un mensaje a los padres de Sofía, la primera respuesta fue un profundo suspiro.
«Les deseo ante todo que no sepan más de dolor», responde el Dr. Sadot. «Que recuerden todas las cosas buenas de su pequeña Sofía. Que sepan que aprecio muchísimo su gesto y aún sin conocer a ninguno de los niños que recibieron sus órganos, sé que les ayudaron a poder seguir viviendo».
La Dra. Friedman se lleva la mano al pecho: «Todos nosotros aquí en la unidad participamos de su dolor, lamentamos de todo corazón el terrible accidente que tuvo Sofía, que su vida haya terminado tan pronto». Y agrega: » Les deseamos que logren hallar consuelo .Uno de los padres nos dijo que en general se les dice sean fuertes, pero algo muy fuerte termina rompiéndose, así que mejor augurarles que sean flexibles, que puedan agacharse cuando necesitan, doblarse con el viento, moverse..Así que les deseo que sean flexibles. Y que no sepan más de dolor».
En el cuarto de las enfermeras, donde tienen el rincón para prepararse un café y descansar unos minutos en medio del trabajo, está colgada detrás de la puerta, la nota publicada en el periódico israelí «Yediot Ajronot» sobre el fallecimiento de Sofía y la decisión de sus padres de donar sus órganos. «La pequeña Sofía de Colombia, salvará vidas en Israel», dice el título. Sofía luce en la foto, aunque un tanto seria, con una corona de flores en su cabeza. Vemos la imagen y recordamos una frase de Mijal Lugasi: «Cada niño que ella salvó, tiene ahora una corona de Sofía. En cada uno de ellos, hay ahora un milagro».
Que lindo angelito esta con dios